Gestalt Ceres

Psicología. Gestalt. Terapia floral

C/ Miguel Astrain 16
Pamplona. Navarra
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Eneatipo III: El “Amor-Narcisista” (Las perturbaciones del Amor, C. Naranjo) (9/10)

En cuanto me pregunto cómo o qué es el amor vano, evoco aquella escena de una vieja película sobre las mujeres de Enrique VIII en la que una de sus amantes irrumpe en la sala de su palacio en el mismo momento en que el verdugo se dispone a cortar la cabeza a su predecesora. Va a preguntarle cuál es el vestido que quiere que se ponga esa noche. Subraya la escena la monstruosa desconexión de un mínimo lazo amoroso hacia su rival, absorta como está en su propio placer. Pero no trata sólo de un placer propiamente tal, sino de un producto muy deserotizado del eros: la pasión por su apariencia.Que sea la vanidad un producto de la degradación del amor me lo hizo particularmente presente el sueño de una mujer de carácter vanidoso en el cual, en medio de una gran conflagración mundial, sólo quería que la llevaran a comprarse un vestido, dando claras muestras de que no le interesaba nada lo que estaba pasando. Se la siente en la escena como una niñita que se quiere a sí misma y desea que la quieran por esa distinción.

Fairy Lantern

Fig 1. Fairy Lantern

Tal preocupación por la imagen se llama comúnmente «narcisismo», y por ello se podría hablar del amor del vanidoso como de un amor narcisista; sin embargo, el término «narcisista» se ha aplicado a diversos tipos humanos, y el interés en vestidos, cosméticos y apariencia personal es sólo una de las manifestaciones del narcisismo propio del eneatipo III, tan frecuente como la imagen de sí como persona competente, como alguien que puede hacer, y tiene capacidades.

El competitivo afán de eficiencia asfixia la propia capacidad amorosa y hace irrelevante la ajena. Una breve historieta de Quino lo expresa muy bien: se ve en un primer cuadro cómo un empresario, sentado en su despacho, lee el pasaje del Evangelio que dice que antes entrará un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos. En la siguiente imagen lo vemos llamando al Museo de Historia Natural de El Cairo para informarse de las dimensiones de un camello. Luego encarga a su secretaria una llamada a las industrias Krupp…

Tiger Lily

Fig 2. Tiger Lily

Somos narcisistas en tanto cuanto vendemos nuestras almas por la gloria, una entidad que solo existe en el ojo ajeno. Es paradójico que un aparente amor a sí mismo (indulgencia al propio deseo tipo niñita que quiere que le compren un vestido) conviva con una incapacidad de valorarse a sí mismo. La propia valoración se hace dependiente de la de un espectador que aprueba, quiere y distingue, o, mas exactamente, la valoración del mundo se hace un paliativo que distrae de la vivencia de vacuidad, artificialidad y pérdida de identidad.

Trabajar para la propia imagen distrae de trabajar para sí, y en tanto constituye una anteposición a lo natural y espontáneo, entraña una buena capacidad de control sobre los propios actos. Pero un excesivo autodominio supone un obstáculo a la capacidad amorosa, que implica una no-capacidad de entrega. Tan acendrada está la valoración del control que palidece la del amor, y éste puede llegar a ser sentido como algo secundario al trabajo o al éxito, algo sentimental, pequeño, de mal gusto.

Pretty_face

Fig 3. Pretty Face

Una complicación es la competencia con la pareja; otra, el excesivo control de la pareja o de los hijos; una tercera, la dificultad en la entrega, que puede manifestarse a nivel físico como en la caricatura de Jodorowsky: un superhombre sexual elástico con infinitos dedos que terminan en lenguas, con una extraordinaria capacidad de dar placer que tanto lo absorbe, sin embargo, que no le queda atención para gozar. Tras esta incapacidad de entrega está la desconfianza, el temor al rechazo, el miedo a caer en el vacío; una desesperanza de fondo en un carácter aparentemente optimista: sentir que tiene que mantener todo bajo control, cuidarse a sí mismo.

Para la persona cuya imagen exige autodominio y dominio de las situaciones puede ser que el anhelo de amor se asocie a un anhelo de dejarse dominar, y ello con razón, pues sólo con la renuncia a su dominio y manipulación puede permitirse ser profundamente tocada. Recuerdo haber visto este tema llevado al cine en Swept away; donde una mujer desarrolla una pasión intensa por su compañero de naufragio después de que éste la doblega. Sin embargo, pasado el período en el que el amor entraña sacrificio de vanidad, éste puede ser reinterpretado como mero masoquismo, e igualmente ocurre cuando un sacrificio de la propia imagen no llega a ser correspondido con el amor anhelado.

El amor narcisista es un falso amor, diferente del amor acariciante del EII por cuanto que se expresa más en actos que en la expresión emocional. Se asocia a una actitud efectivamente más servicial.

Resulta más tierno, sin embargo, el EIII que el EI, cuya benevolencia es menos sentida. Ante la frustración, no obstante se vuelve acusatorio y adopta una posición de víctima agresiva No es que reclame, como el EIV, por cuanto dice poco lo que siente, pero con su acusación hiere la autoestima de quien lo ha frustrado. Expresa su rabia sin escándalo aparente, pero con palabras cortantes, precisas y afiladas, y preferentemente ante testigos. Es en estos momentos, en estas fases de la relación, cuando más notorio puede hacerse el hecho de que no creen verdaderamente en el amor. Aun cuando lo reciben, no pueden creer en él, pues ¿no podría ser resultado de su arte seductor y de su apariencia, de su capacidad de deslumbrar y de ocultar los propios defectos?

La duda -aunque alejada de la conciencia- alimenta la seducción, y mientras más se entrega la persona al cultivo de su imagen, más a merced del otro queda y más se defiende de ello a través del dominio de sí y del cultivo de la independencia. Su independencia se nutre de la dependencia de otros, es el poder que confirma haberse tornado indispensable. El amor del EIII, por lo tanto, sabe hacerse indispensable y alimenta la dependencia.

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Fig 4. Oak

Se engañan el hombre y la mujer plásticos, sin embargo, al desconocer su inhumanidad y así poder mantener una ilusión de benevolencia. Dominan el rol amoroso, como dominan eficientemente todos los roles, ignorantes de su sentir, les es fácil confundir el sentimiento imaginado con la realidad. El mismo rol amoroso puede ser difícil de sostener, dado que la intensidad de la pasión por gustar entraña intolerancia a la crítica ante el peligro de la frustración. Las facetas de la perturbación amorosa que aparecen entonces son la frialdad y la agresión.

El amor al tú está sumergido en la propia imagen. Es, por una parte, un amor cimentado en la necesidad de validación del otro; por otra, se orienta hacia el servicio de la necesidad del otro y se puede decir que lo segundo sirve a lo primero (es decir, la necesidad del otro es primaria, y la generosidad una estrategia seductora).

En el mundo de las relaciones en general puede afirmarse que este carácter necesita al otro. Porque se siente a través de su reconocimiento; es más amistoso que la mayoría, más extravertido, más volcado hacia el otro. Irradia alegría, benevolencia y adaptabilidad, aunque también superficialidad. Tanto en el plano social como en el de las relaciones sentimentales se puede hablar de un amor seductor, por cuanto aparenta estar más para el otro de lo que verdaderamente está, y se encubre la forma en que el uno se sirve del otro. Una obra maestra en el retrato de esta situación es el personaje de Becky en La feria de las vanidades de William M. Thackeray .(5)

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Fig 5. Agrimony

El amor a Dios en el carácter vanidoso tiende a ser eclipsado por el amor humano en sus dos formas: amar a sí y al prójimo. Este rasgo característico seguramente ha contribuido a la secularización de la cultura norteamericana y del mundo moderno en general. El sentido práctico y el utilitarismo predominan sobre los valores universales; se admira a las personas, pero no se valora lo abstracto o transpersonal.

En cuanto a un camino espiritual, se trata por lo general del tipo de persona que diría: «¿Qué camino?» En definitiva, una persona mundana, como caricaturiza Chaucer a su personaje del monje elegante y práctico en los Cuentos de Canterbury.

Notas:
(5) Editorial Planeta, Barcelona,1985.

Fuente: Claudio Naranjo. El Eneagrama de la Sociedad. Ed. La Llave (dentro del Capítulo “Las perturbaciones del amor”)

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Video Claudio Naranjo – Eneatipo III

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