Gestalt Ceres

Psicología. Gestalt. Terapia floral

C/ Miguel Astrain 16
Pamplona. Navarra
T. 619229486

Eneatipo VI: El “Amor Sumiso y Paternalista” (Las perturbaciones del Amor, C. Naranjo) (10/10)

Nos falta sólo considerar las perturbaciones de la vida amorosa del temeroso. Hablar de miedo es hablar de desconfianza, y existe incompatibilidad entre la desconfianza y el amor -porque hablar de desconfianza es hablar de sentirse ante un posible enemigo, y no es fácil amar a los enemigos.Se les teme, y porque el temor, exige estar en guardia se teme la entrega. Se teme ser engañado, sometido, humillado, controlado; y esto lleva también al autocontrol y a la inhibición de la corriente de la vida en vista de una excesiva necesidad de protección.

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Fig 1. Mimulus

No menos importante que todo esto es, sin embargo, la contaminación de lo amoroso con las motivaciones autoritarias que caracterizan a este tipo de personalidad. Digo «motivaciones», en plural, para abarcar con el término tanto la pasión de mandar como la más común pasión de obedecer, o, más bien, de tener una autoridad a la cual seguir.

Aunque en la presentación que he hecho de los caracteres no he señalado las tres variedades que distingue en cada uno de ellos el protoanálisis, se hace necesario en el caso de los autoritarios-suspicaces que constituyen nuestro EVI diferenciar a aquellos demasiado proclives al culto de los héroes de aquellos que tienden a la grandiosidad y a una visión heroica de sí mismos.

En el primer caso se trata de personas muy dependientes, para quienes la angustia de elegir y la inseguridad con respecto a sus propias capacidades les llevan a una excesiva necesidad de padre, en el segundo, de aquellos que en rivalidad con su propio padre (a veces en un cuerpo de madre) asumen la autoridad y se elevan con respecto a los demás esperando su subordinación.

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Fig 2. Centaury

Así como calma la angustia de los primeros el encontrar protectores, tranquiliza a los segundos el sentirse poderosos y obedecidos -como muestra una caricatura de Hitler ante una inmensa asamblea, rodeado por su estado mayor, en un estadio en el que se alza una gran esvástica, abre su discurso diciendo: «Creo poder decir sin temor a equivocarme…»

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Fig 3.Vine

Es de interés saber que Hitler, maltratado por su padre cuando niño, desarrolló la intención de darle un buen padre a su país. Los ejemplos extremos (así como la exageración de la caricatura) nos ayudan a comprender lo más sutil, como es el caso de muchos que van por la vida ofreciéndose como padres a los necesitados de autoridad. Para uno al que le gusta mandar, la obediencia es una declaración de amor; para conseguir hijos obedientes, sin embargo, tendrá que ofrecerse como padre benévolo, como el lobo vestido de oveja de la fábula.

Sin embargo, no es más amoroso que el rol de padre el rol de hijo, y la mayoría de los cobardes se pasan la vida, como huerfanitos, buscando la protección de alguien más fuerte. Su posición podría traducirse en un intercambio de admiración y reconocimiento: «Acéptame como hijo y te daré mi devoción filial.»

No es que no existan diferencias de estatura en la mente tanto como en el cuerpo, y no es que en una relación determinada esté bien que uno u otro tome cierto tipo de decisiones, pero ¿no es igualmente cierto que la mayor parte de la gente es incapaz de relaciones fraternales igualitarias? Es ésta la perturbación del amor que surge en respuesta al miedo, y que es característica de las personas en cuya personalidad éste es central. Así como algunos van demasiado de huerfanitos por la vida, buscando protección, hay otros que van demasiado «paternalistamente». Uno seduce por la inofensividad; el otro ofreciendo guía y su conocimiento de ciertas verdades. Se trata pues, de un padre que dice las cosas como son, que se apasiona en ser un maestro, y que pide acuerdo, fidelidad, y obediencia no sólo con los actos sino en la manera de ver.

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Fig 4. Baby Blue Eyes

Aparte de ser un problema la desconfianza o la excesiva entrega desde un sentimiento de obligación o deber temeroso, existe el problema de la ambivalencia: hay amor y odio; confianza y desconfianza; dominio y a la vez sumisión, y una continua pregunta acerca de cuál sea el sentimiento verdadero, o la actitud justa.

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Fig 5. Scleranthus

Pienso que cuando Freud definió la maduración como un dejar atrás la ambivalencia infantil, dijo algo de validez universal, pero especialmente descriptivo de la situación del EVI, para quien llegar a amar es deponer el odio inherente a su situación de enemistad frente a un mundo fantasmático.

Aparte de la presencia de la agresión en el ambivalente mundo del temeroso, el amor dificulta su carácter acusatorio, que puede hacerse torturador.

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Fig 6. Oregon Grape

No se puede hablar de amor a uno mismo cuando se tiene la posición auto condenatoria característica de la psiquis del EVI. Falta el amor hacia el propio niño interior en esta psiquis que funciona desde el control -en aras del deber- más que desde el deseo. Puede decirse que, acusatoriamente, el temeroso se demoniza: un demonio interior apunta fuera de sí diciendo «allá está el demonio», y los principales acusados son lo espontáneo y el cuerpo. Todo ha de pasar por el control consciente, porque implícitamente se piensa (en la línea de Freud) que se tiene un fondo monstruoso, y que el propio «ello» desatado sería algo horrible e incompatible con la vida civilizada.

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Fig 7. Glassy Hyacint

En lo tocante a las relaciones de pareja, y al mundo social, aparecen el miedo y la agresión en un continuo intercambio. Se teme la espontaneidad como si fuera agresión y la represión engendra agresión verdadera. Seguramente el monto de agresión en nuestro mundo es, en parte, reflejo de la gran prominencia del carácter EVI en su seno.

Con respecto al mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, pareciera que los EVI no son tan culpables como lo son en su falta para con los otros dos amores. Hay una tendencia religiosa, una tendencia a lo arquetípico, al mundo ideal, que a veces se toma un sustituto de valor en el mundo de la acción, como sugiere esa historia de Nasruddin en la que un sastre dice que va a tener el traje para cierta fecha «si Dios quiere». El cliente le pregunta: «¿Y cuándo sería si dejamos a Dios fuera del asunto?» También lo religioso sustituye el aspecto emocional interpersonal. Piénsese en el amor de tantos nazis por su mitología, sus clásicos y la gran música, en una actitud según la cual: «mi Dios es más grande que tu Dios, mi cultura es más grande que la tuya» o, estoy más cerca de la grandeza que tú.

Se siente la persona endiosada por proximidad a su Dios, pero en ello hay algo de esa pasión de endiosamiento que es parte del sistema paranoide; en ello la búsqueda de amor se transforma en anhelo de poder, que es a su vez anhelo de identificarse con el padre poderoso. Lo ilustra un personaje de Canetti que ruge, como desde el alto del Sinaí con gran melena. De forma paternalista quiere confundir al otro (y seguramente se confunde) en interpretar como amor a los demás su pasión de imponerles la verdad según el Libro de los Libros. Es así como el amor a ideologías o a personajes casi divinos se siente como cercano al amor a Dios, pero se trata de una especie de narcisismo vicario; como un niño que dijera a otro de su edad que «mi papá es más grande que tu papá, mira qué grande es mi papá».

Aunque en general no se me considera una persona especialmente severa, con frecuencia lo soy en mi rol terapéutico y cada vez que hablo o escribo, acerca de los eneagramas de la personalidad. Cuando decía, al final del preámbulo a este libro, que me había salido severo me refería implícitamente a este capítulo. Espero que algunos de mis lectores tengan ese «buen estómago» del que habla una de las reseñas norteamericanas sobre mi obra anterior dedicada a la psicología de los eneatipos (6):

«Es una demolición, te encoges, lloras, pero si tienes un mínimo de honestidad no puedes dejar de mirar. Sus descripciones llegan demasiado a lo íntimo. La evidencia es demasiada; los hechos se amontonan con demasiada precisión (…) No hay dónde huir ni dónde escabullirse: está hablando de ti (…) No es éste un camino para quienes tengan un estómago débil. Pero ¿quién ha dicho que la transformación pueda ser fácil?»

Notas:
6 Enneatype Structures, op. Cit.

Fuente: Claudio Naranjo. El Eneagrama de la Sociedad. Ed. La Llave (dentro del Capítulo “Las perturbaciones del amor”)

 

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Video Claudio Naranjo – Eneatipo VI

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