Gestalt Ceres

Psicología. Gestalt. Terapia floral

C/ Miguel Astrain 16
Pamplona. Navarra
T. 619229486

Conferencia masónica sobre los principios curativos, Dr. Edward Bach

(Conferencia ante una asamblea de masones, octubre 1936)

Esta tarde os comunico una noticia maravillosa que, quizás, parezca casi increíble, pero que, sin embargo, es la verdad y que debe proporcionar muchísima esperanza y consuelo.

La noticia es la siguiente: La enfermedad es curable.

Con la ayuda de las plantas medicinales de las que hoy quiero hablar, no hay ya lugar para esas enfermedades normales que se conocen en este país y que, hasta ahora, no han podido ser curadas.

Cientos y miles de personas que padecen enfermedades, que tienen molestias, y que creen que tendrán que vivir con ellas el resto de sus días, pueden sanarse.

Introducción

Esta tarde no quiero intentar comunicarles detalles sobre las maravillosas plantas medicinales, que son el tema de esta conferencia. Toda esa información la pueden extraer del libro.

Los principios básicos son los siguientes:

1. No es imprescindible en absoluto el poseer conocimientos médicos.

2. La enfermedad en sí no tiene ningún significado.

3. El espíritu es la parte más sensible de nuestro cuerpo y, por eso, el mejor indicador para averiguar cuál es el remedio que se precisa.

4. Por eso, sólo se tiene en cuenta la manera de reaccionar ante la enfermedad por parte del paciente, y no la enfermedad misma.

5. Por este motivo, el miedo, la depresión, la duda, la desesperación, la excitación, el deseo de estar en compañía o de estar solo, así como la imposibilidad de tomar una decisión, constituyen el verdadero guía que nos aporta la información sobre la manera en que el enfermo está influenciado por su enfermedad, así como sobre el remedio a emplear.

No hay necesidad de informarles más acerca de las maravillosas propiedades curativas de estos remedios, basta con decir les que miles de personas han sanado cuando ya no esperaban nada más que una enfermedad que duraría toda su vida. Interminables casos han sanado rápidamente de una enfermedad normal, y otros tanto han evitado una enfermedad ya en sus primeros estadios.

Además, estas plantas medicinales son tan famosas que no solamente se emplean en Gran Bretaña, sino también en la mayoría de los países del mundo.

El principio de la curación empleando este método es tan sencillo que casi todo el mundo puede comprenderlo, e incluso las plantas pueden ser recolectadas y preparadas por uno mismo.

Segunda parte

Hermanos, nos han enseñado que en nosotros vive un principio vivo e inmortal.

Durante todos los siglos de la historia de la humanidad, el hombre ha creído que en él mismo existe algo más grande y más maravilloso que el propio cuerpo, que va más allá de la muerte. Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha tenido eso en su mente.

Todos nosotros somos conscientes de que no solamente nuestro cuerpo es el causante de nuestras dificultades. Nosotros no decimos: “Mi cuerpo está preocupado, o tiene miedo o está deprimido” sino más bien: “Estoy preocupado, o tengo miedo, o estoy deprimido” Igualmente, no decimos: “Mi mano tiene dolor”, sino más bien: “Mi mano me duele.”

Si únicamente fuésemos nuestro cuerpo, nuestra vida no consistiría en otra cosa más que en satisfacer nuestros propios intereses y en aspirar a nuestro propio beneficio. Únicamente estaríamos preocupados por nuestro propio bienestar y por la satisfacción de nuestras necesidades.

Todo esto no es el caso. Cada sonrisa amistosa, cada pensamiento bien intencionado y cada actitud positiva, cada hecho que se deriva del amor o compasión con los otros, demuestra que en nosotros existe algo más grande que no podemos captar con la vista. Llevamos dentro una llama de divinidad, y en nosotros vive un principio vivo e inmortal.

Y cuanto más brille esa llama divina dentro de nosotros, tanto más irradia nuestra vida su compasión y su amor, tanto más seremos amados por nuestros semejantes que extenderán su dedo hacia nosotros diciendo: “Por ahí va un hombre casi divino.”

Además, la cantidad de paz, de fortuna, de alegría, de salud y de bienestar que experimentamos en nuestra vida depende de la medida en la que la llama divina pueda entrar y brillar en nuestra existencia.

Desde tiempos inmemoriales, el hombre ha dedicado especial atención a dos grandes fuentes de la sanación: suCreador y las plantas medicinales de la naturaleza que su Creador ha puesto ahí para proporcionar alivio al que padece.

Sin embargo, por lo menos una verdad fue olvidada, la verdad de que las plantas medicinales de la naturaleza que han sido creadas para sanar trayéndonos el consuelo, calmándonos, llevándose nuestras preocupaciones y nuestros miedos, nos acercan a divinidad a nuestro interior y, al residir ese aumento de la divinidad en nosotros nos sanan.

Es un pensamiento maravillosos, pero es la absoluta realidad el que determinadas plantas medicinales, al expandir el consuelo en nosotros, nos acercan a la divinidad. Eso se manifiesta siempre de nuevo al comprobar que los enfermos no sólo son sanados de su enfermedad, sino que con esta recuperación también recobran paz, esperanza, alegría y compasión en su vida. O, si esas cualidades ya estaban presentes, se fortalecen muchísimo más.

Por eso, durante la curación con estas plantas medicinales, en el cuerpo se observa, en pequeños pasos, que la ayuda que ellas nos proporcionan no sólo logran curar el cuerpo, sino que también aportan las características de la divinidad a nuestra vida y a nuestro carácter.

De aquí que durante este tratamiento con las plantas medicinales se puede observar lo que en nuestro cuerpo nunca ha estado en orden, ya que todo lo que buscamos son aquellas características del que padece, que se encuentran en desarmonía con la fuente de la paz en su alma.

Es por este motivo por lo que se ignoran los síntomas habituales del padecimiento, concentrándonos, exclusivamente, en otros aspectos, tales como depresión, impaciencia, preocupación, temor, incapacidad de tomar una decisión, miedo, duda, intolerancia, desprecio, etcétera. Todas estas características que no se encuentran en la calma, la seguridad y la compasión de nuestro yo interno.

Y así como todas esas características negativas desaparecen a través del tratamiento con estas plantas medicinales divinas, el cuerpo se recupera de nuevo con su desaparición, independientemente de la enfermedad de que se trate.

Parece ser así, como si en esta gigantesca civilización de hoy en día, una civilización con grandes dosis de estrés y de tensión, la perturbación interna se hubiera hecho tan fuerte que nos encontramos muy alejados de la verdadera fuente de la sanación , de nuestra divinidad. Sin embargo, nuestro Creador, que conoce todas estas cosas, tuvo compasión de nosotros y, en su eterna bondad, nos proporcionó un medio para sanar nuestras enfermedades hasta que vuelva el tiempo o sean restablecidas las circunstancias que hagan posible la restauración de los verdaderos y directos remedios curativos.

Sin embargo, estos remedios de sustitución representan una ayuda maravillosa, ya que cuando se observa la alegría, la fortuna y la bondad que se incorporan de nuevo a una vida tras otra cuando éstas han sido sanadas con plantas medicinales, se demuestra, sin lugar a dudas que no sólo al cuerpo le fue otorgada la bendición.
Además, está demostrado que la armonía fortalecida entre el yo más elevado en nuestro interior y nuestro cuerpo exterior ha proporcionado la curación.

No se hace necesario volver a repasar más detalladamente los 38 remedios curativos. Los detalles sobre estas plantas medicinales pueden extraerse del libro. Basta con decir que existe una planta medicinal para cada estado de ánimo que se encuentre en oposición con nuestro yo afortunado y alegre. Pero sí que es necesario conocer el estado anímico en el que se encuentra el paciente para poder proporcionarle el remedio o los remedios que lo ayudarán a apartarlo de sí.

No juega ningún papel relevante el hecho de que la enfermedad se mantenga durante unos minutos o muchos años, el principio es el mismo para ambos casos.

Además, deberían reflexionar una vez más acerca de lo que eso representa para nuestra vida cotidiana. Casi cada uno de nosotros posee algún rasgo del carácter que se desvía de la armonía, como, por ejemplo, a depresión, la preocupación, el temor, etc. Estas plantas medicinales apartan estos estados e impiden el desarrollo de la enfermedad no sólo prohibiéndole el acceso, sino que convierten nuestra vida en una existencia más afortunada alegre y llena de sentido.

¿Y qué arte, dentro de todas las artes nobles, es más grandiosa que la de sanar? ¿Y qué es más conveniente para la Humanidad que proporcionar alivio al que sufre y consuelo y esperanza a todos aquellos que se encuentran frente a una difícil prueba que son víctimas de la preocupación o que sufren?

Estos remedios nos otorgan a cada uno de nosotros el poder de realizar estos actos maravillosos, no a través de su propia fuerza, sino con la ayuda de la fuerza que el gran Creador ha puesto en cada una de esas plantas medicinales.

Fuente: Bach, Edward. LOS REMEDIOS FLORALES. ESCRITOS Y CONFERENCIAS. Ed. Edaf. 1993

Un Nuevo Método Curativo, Dr. Edward Bach

(Conferencia de Wallingford, con motivo del 50 aniversario del nacimiento de Bach, 24 de septiembre de 1936)

Desde los comienzos de la historia de la humanidad, sabemos que las plantas han tenido una función curativa y, tanto como alcanzamos a ver a través de la tradición, el hombre ha tenido siempre la confianza de que en las plantas medicinales de las praderas, valles y colinas permanecía escondido el poder capaz de sanar sus enfermedades. Siglos antes de Cristo, los antepasados indios, árabes, así como otras razas, fueron expertos en el empleo de los regalos de la naturaleza, al igual que los antiguos egipcios y, más tarde, los griegos y romanos y, en menor medida, los demás humanos hasta nuestros tiempos.

Por lo tanto, si tras ellas no se escondiese una gran verdad, no es probable que grandes naciones de diferentes creencias y distintos colores de piel hayan creído persistentemente durante milenios y estudiado de forma continua las plantas medicinales de la naturaleza, utilizándolas como medicamentos.

En los tiempos antiguos, los médicos de los diferentes países no eran los únicos que aprendían el empleo de las plantas medicinales, sino que las personas en sí mismas poseían una enorme sabiduría sobre su propia fuerza curativa, estando en muchos casos en situación de tratarse sus propios padecimientos corporales.

Este país, Inglaterra, no es ninguna excepción, aunque en la actualidad, el empleo de medios naturales de curación no está tan extendido, sin embargo, hasta hace una o dos generaciones, e incluso hoy en día, las gentes que viven en lugares recónditos del país poseen sus propias provisiones de plantas medicinales y conocen cómo se deben tratar las enfermedades.

Durante los últimos cuatro o cinco últimos siglos se han escrito en Inglaterra diferentes libros sobre las propiedades curativas de las plantas, entre los que destaca el escrito hace casi 300 años por Culpepper, como uno de los más famosos.

Este libro se encuentra todavía en numerosos hogares de las Islas Británicas, donde es estudiado, utilizado y altamente valorado. Aunque este libro contiene más de 300 plantas medicinales, lo que significa que se precisan unos conocimientos básicos, sin embargo, la gente se esfuerza por hacer suya esta sabiduría para poder tratar la mayoría de sus padecimientos.

En el curso de la historia hubo tiempos en los que la enfermedad prácticamente sólo podía ser tratada exitosamente con ayuda de las plantas medicinales. En otra épocas, el arte de la medicina natural se olvido en gran parte. En la actualidad, vivimos en esa época, pero la naturaleza posee tal poder que podemos estar seguros de que volverá a nosotros.

En los tiempos antiguos, cuando una gran nación desaparecía, se perdía con ella una gran parte de su sabiduría, pero, dado que hoy en día, los descubrimientos se convierten inmediatamente en universales, existe la esperanza de que la bendición que nos ha tocado en suerte a través del re–descubrimiento de las plantas medicinales, se extienda universalmente, conservándose de esta manera esos conocimientos en algún país del mundo. Las plantas medicinales de las que estoy hablando en este discurso son ya empleadas de forma frecuente en muchas partes del mundo, aun habiendo sido recientemente descubiertas.

Podemos partir con toda seguridad de la idea de que, en los tiempos en los que se conocía y empleaba correctamente las propiedades de las plantas medicinales, eran habituales los procesos exitosos de curación, y de que los hombres de aquella época debieron poseer una gran confianza en ellas. Si no hubiera sido este el caso, entonces la fama, la confianza y la creencia en la fuerza curativa de las plantas no habrían sobrevivido el ascenso y declive de las culturas, y no habrían permanecido durante cientos y miles de años en la memoria de los hombres.

La curación a través de métodos naturales puros y maravillosos es seguramente el método medicinal que más nos interesa a la mayoría de nosotros, y, en lo más profundo de nuestro ser, experimentamos que, de hecho, existe algo de verdad en todo ello; algo que nos dice que esa forma de sanar que tiene la naturaleza es el camino correcto.

Llenos de confianza, buscamos en la naturaleza todo aquello que necesitamos para mantenernos con vida: aire, luz, alimentos, etc. Es altamente improbable que en este enorme sistema que nos proporciona todo no se haya tenido en cuenta la curación de nuestras enfermedades y de nuestros padecimientos.

Por lo tanto, vemos que la ciencia que estudia las propiedades curativas de las plantas se remonta a los tiempos más antiguos, de donde el hombre ha podido conocer que su empleo fama han perdurado durante siglos, siendo en muchas épocas de la historia el principal método curativo y prácticamente el único.

Este método curativo, sobre el que esta tarde estoy hablando, presenta las siguientes ventajas frente a otros métodos:

1. Todos los medicamentos son producidos a partir de flores, plantas y árboles de la naturaleza. Ninguno de ellos es tóxico ni puede ocasionar daños, indiferentemente de la cantidad que de ellos se tome.

2. Existen sólo 38 remedios medicinales, lo que significa que es más fácil encontrar la planta correcta que cuando contamos con numerosos medicamentos diferentes.

3. El método de elección del medicamento es tan sencillo que puede ser comprendido por la mayoría de las personas.

4. Las curaciones que se han conseguido son tan maravillosas que superan incluso las expectativas de aquellos que han utilizado este método y las de los pacientes que se han beneficiado de él.

Estas plantas medicinales han continuado teniendo éxito donde otros tratamientos han fracasado. Y ahora que ustedes ya tienen una idea de lo antiguo y reconocido que es el arte de la curación a través de las plantas medicinales, vamos a pasar al tema principal de esta tarde.

Esta conferencia se ocupa de dos temas centrales:

1. Me gustaría presentarles un nuevo método de curación por medio de la plantas medicinales.

2. Quisiera apartar lo más posible el miedo que ustedes puedan tener ante la enfermedad.

Aunque, comparativamente, sólo han transcurrido unos pocos años desde que el primer grupo de las 38 plantas medicinales fue descubierto –que es el tema que hoy nos ocupa–, sin embargo, en ese breve período de tiempo, estas plantas han tenido ocasión de demostrar las más fantásticas propiedades curativas. Estas pruebas no sólo han sido observadas en nuestro país, ni únicamente en nuestro continente, sino también en países tan lejanos como la India, Australia, Nueva Zelanda, América, etcétera.

En lo que se refiere a un tratamiento con plantas medicinales, son de gran importancia los siguientes puntos:

1. Los medicamentos se obtienen a partir de plantas y árboles de la naturaleza, no siendo ninguno de ellos perjudicial.

2. Su forma de empleo puede ser comprendida sin esfuerzo por personas que no poseen conocimientos médicos, de tal forma que pueden estar presentes en cualquier hogar.

Reflexionen un momento acerca de lo que eso significa. Entre nosotros, existen personas que experimentan, en mayor o menor grado, el deseo de poder ser útiles en casos de enfermedad, de estar en situación de poder liberar al enfermo de su padecimiento y sanarlo, pero las circunstancias de la vida les han impedido que se pudieran convertir en médicos o enfermeras y creen que nunca podrán realizar ese sueño. Estas plantas medicinales les ofrecen la oportunidad de sanar a miembros de su familia o de sus círculos de amistades o a conocidos.

Junto a su ocupación habitual, pueden prestar una gran ayuda en su tiempo libre al poner en práctica muchas de sus capacidades curativas. Hay incluso personas que han dejado su profesión para poder dedicar todo su tiempo a esta forma de medicina.

Para aquellos que siempre han soñado con el ideal de liberar a la humanidad de su padecimiento, todo esto significa el poder hacer realidad su sueño, ya sea dentro de su propia familia o a una escala mayor.

Quisiera indicar de nuevo expresamente que no es necesario disponer de conocimientos científicos cuando se utilizan estas plantas medicinales, ni siquiera es necesario conocer en nombre de l enfermedad. No se trata de la enfermedad, sino de los pacientes. Para el tratamiento, no es importante lo que el paciente tenga, ya que una misma enfermedad arroja diferentes resultados en los distintos pacientes.

Si las repercusiones fueran las mismas en todas las personas, entonces sería fácil conocer el nombre de la enfermedad, pero ése no es el caso, y es precisamente ése el motivo por el que en la ciencia moderna resulta a menudo tan difícil denominar la enfermedad concreta que padece un paciente.

La enfermedad carece de importancia, lo realmente importante es el paciente; la manera en que él o ella se siente afectado. Ésa será la verdadera guía que conduce a la curación.

En la vida diaria, cada uno de nosotros posee su propio carácter, que es el resultado de nuestras preferencias, inclinaciones, imaginaciones, pensamientos, deseos, objetivos y la manera en la que tratamos a nuestros semejantes. Este carácter no reside en nuestro cuerpo, sino en nuestro espíritu, y el espíritu es la parte más sensible de cada uno de nosotros. ¿Cómo nos puede, entonces, extrañar que sea precisamente el espíritu el que, con sus diferentes estados de ánimo, sea el primero en mostrar los síntomas de una enfermedad? Siendo tan sensible, representará para nosotros, en relación a la enfermedad, una guía mucho más eficaz, que si nos dejamos llevar por el cuerpo.

Modificaciones en nuestro espíritu nos conducirán, de manera inequívoca, al remedio que necesitamos, aun cuando al principio nuestro cuerpo apenas se haga eco de esos cambios. Ahora queremos desviar nuestra atención hacía algunas de las diferentes posibilidades que existen acerca de cómo un determinado padecimiento puede repercutir en el individuo.

Todos nosotros sabemos que una misma enfermedad nos puede afectar a cada uno de nosotros de manera totalmente diferente. Así, por ejemplo, cuando Tommy tuvo el sarampión, estaba totalmente nervioso; Sissy, por el contrario, tranquila y obnubilada; Johnny quería que le mimaran continuamente; el pequeño Peter estaba sobre excitado y miedoso; Bobby quería que le dejasen en paz, etcétera.

Si la enfermedad tiene repercusiones tan diferentes, tiene poco sentido el querer tratarla aisladamente. Es mejor tratar a Tommy, Sissy, Johnny, Peter y Bobby, sanar a cada uno individualmente y, con ello, el sarampión.

Es importante que a ustedes les quede claro que no se deben guiar por el sarampión para encontrar el tratamiento correcto, sino que el punto de referencia debe ser los efectos que la enfermedad tiene en el pequeño paciente. El estado anímico del niño es el indicador más sensible para averiguar que es lo que ese paciente en particular necesita.

De la misma manera que el estado de ánimo nos ayuda a encontrar el tratamiento correcto de a enfermedad, así también no puede poner en sobre aviso antes de que el sufrimiento se manifieste, haciendo de esta manera posible que éste no avance más.

Al igual que el estado de ánimo durante la enfermedad nos conduce al tratamiento adecuado, así también nos puede advertir antes de que el padecimiento se manifieste ofreciéndonos la oportunidad de poder detener el avance de la enfermedad.

El pequeño Tommy regresa de la escuela a casa extraordinariamente cansado, obnubilado o nervioso, necesita atención o quiere que lo dejen en paz, etc. No es “el mismo”, como se suele decir. Vecinos amistosos pasan por casa y opinan que Tommy está incubando alguna enfermedad y deben esperar a que se manifieste. Pero, ¿por qué esperar? Si Tommy es tratado de acuerdo con su estado de ánimo, podrá recuperarse rápidamente, y si amenaza con manifestarse cualquier enfermedad, la mayoría de las veces no se producirá, pero, en caso de que eso ocurriese, se trataría de una manifestación tan débil que apenas se podría notar.

Esto se puede aplicar a todos nosotros. Antes de que se manifieste una enfermedad se da normalmente una temporada en la que uno no se encuentra especialmente bien o en la que se ésta un poco cansado. Ese es el momento en el que debemos tratarnos, ponernos en forma y acabar con el empeoramiento de nuestro estado.

Prevenir es mejor que curar. Estas plantas medicinales no ayudan de manera maravillosa en el mantenimiento de nuestro bienestar, protegiéndonos del ataque de agentes desagradables.

Bueno, ya hemos hablado suficientemente de los primeros estadios de la enfermedad. Ahora nos queremos dirigir a aquellos que se encuentran enfermos desde hace algún tiempo atrás. También en este punto existen motivos suficientes para tener la esperanza de que se produzca una mejoría del estado general, o bien de una curación total. Nadie debería perder jamás la esperanza de sanar. Además, nunca deberíamos tener miedo del nombre con el que se denomina a una enfermedad. En última instancia, se trata sólo de un nombre. No existe ninguna enfermedad que, por sí misma, sea incurable. Esto se puede afirmar con todo derecho, porque se han recuperado personas que padecían una enfermedad cuyo nombre nos asusta a la mayoría de nosotros. Si esto ha sido posible en el caso de ciertos pacientes, también lo puede ser para nosotros. A veces se necesita menos tiempo para que algunas personas se recuperen de una de esas terribles enfermedades que para que otras se recuperen de una enfermedad no tan grave. Todo depende en mayor medida del individuo que de la enfermedad en sí.

En el caso de enfermedades prolongadas, se aplica el mismo principio de tratamiento que para afecciones más pasajeras o no tan graves, ya que, también en el caso de padecimientos que se sufren desde hace mucho tiempo, la persona afectada sigue poseyendo su carácter, sus deseos, esperanzas, imaginaciones, preferencias, antipatías, etcétera.

Repitiéndolo una vez más. Todo lo que se debe de hacer es prestar atención a los efectos que la enfermedad tiene sobre el paciente: si está deprimido, si no posee esperanzas de recuperarse, si tiene miedo de un empeoramiento de su estado, si está nervioso, si desea compañía o si prefiere tener su propia tranquilidad y estar solo, etcétera, para poder buscar el remedio o los remedios apropiados según los diferentes estados de ánimo.

También aquí es maravilloso el hecho de que en el caso de una enfermedad que amenaza con manifestarse, no lo haga cuando se ha podido restablecer el estado anímico del paciente. Por lo tanto, en estos casos, en los que el paciente está enfermo desde hace mucho tiempo, se produce una notable mejoría y se recupera el carácter propio, logrando que, también así, desaparezca la enfermedad, una vez que se ha logrado superar esos estados anímicos antinaturales como la depresión, el miedo, etc., sin importar la enfermedad de que se trate.

Existe todavía otro tipo de persona. En este caso, se trata de aquellas que, en el sentido normal de la palabra, no están real mente enfermos pero que, sin embargo, siempre andan quejándose de ésta o aquella molestia. Estas molestias, seguramente, no son tan graves pero bastan para hacer que, a ratos, la vida sea un continuo y difícil examen hasta que se convierte en una carga. Estas personas quedarían profundamente agradecidas si se las libera de sus padecimientos. La mayoría de ellos han probado ya miles de remedios para acabar con estos problemas, sin haber encontrado la solución definitiva.

A este grupo de personas pertenecen aquellos individuos que, a menudo, padecen de dolores de cabeza, algunos son víctimas cada año de fuertes resfriados, otros padecen reuma, digestiones pesadas u ojos irritados, asma o ligeros trastornos cardíacos, insomnio, etcétera.

Supone también una gran alegría el poder ayudar a estas personas que, a menudo, han creído tener que soportar durante toda su vida estas molestias. Y, entre todas ellas, particularmente, las que han temido que, con la edad, esos síntomas empeoren aún más. Casos semejantes pueden ser sanados y, con frecuencia, se produce ya una mejoría poco tiempo después del comienzo del tratamiento.

Para terminar, existe todavía otro grupo. Personas que se encuentran realmente bien, que son fuertes y sanas pero que, sin embargo, tienen sus dificultades. Estas personas comprueban que su trabajo o su tiempo libre se ven dificultados por los siguientes factores: tienen un deseo exagerado de hacer todo correctamente; son excesivamente entusiastas y agotan todas sus fuerzas; tienen miedo de fracasar, no se creen tan inteligentes como otras personas o bien, no pueden decidir lo que realmente quieren. A este grupo pertenecen aquellas personas que tienen miedo de que le ocurra algo a la persona que tienen a su lado, que siempre temen lo peor aun cuando no exista motivo para ello. Entre ellos se encuentran aquellos que son hiperactivos y están desorientados y que, parecen no encontrar nunca la tranquilidad. También se incluyen aquellas personas que son demasiado sensibles, tímidas y nerviosas, etcétera. Todos estos padecimientos causan pesar y preocupación aun cuando no pueden ser definidos como enfermedades, pudiendo ser restablecidos de nuevo cuando esas personas recobran la alegría de vivir.

Vemos, por lo tanto, la gran fuerza curativa que posee el remedio correcto, no sólo en lo referente a mantenernos sanos y protegernos de enfermedades, no únicamente en lo que atañe a detener una enfermedad amenazante, a liberarnos y sanarnos cuando padecemos y estamos enfermos, sino también en lo que se refiere a recuperar la paz mental, el sentimiento de felicidad y alegría cuando nuestra salud es la correcta.

De nuevo, queremos asegurar lo siguiente: ya se trate de que se esté agotado o simplemente un poco cansado, de evitar una enfermedad o de tratar una enfermedad más o menos larga, el principio a aplicar es siempre el mismo: Se debe tratar al paciente. Y se le debe tratar según su estado de ánimo, su carácter, su individualidad y así nunca se podrán equivocar.

Piensen de nuevo la alegría que le depara a una persona que quiere encontrarse en situación de hacer algo bueno por los enfermos, e incluso ayudar a aquellos por los cuales la medicina ya no puede hacer nada más. El convertirse en un sanador entre sus semejantes le confiere poder.

Reflexionen también nuevamente sobre el hecho de que esto nos proporciona una postura totalmente nueva ante la vida, ya que perdemos el miedo y crece nuestra esperanza.

Este arte de la curación ha sido puesto en práctica, publicado, y cedido generosamente a otras personas para que, de esta manera, individuos como ustedes puedan ayudarse a sí mismos en caso de enfermedad o, puedan mantenerse sanos y fuertes. No es necesario poseer conocimientos científicos, sólo se ha de estar en posesión de un poco de conocimiento, comprensión y sensibilidad para con la naturaleza, lo cual es totalmente natural para la mayoría de nosotros.

La tarde del día de hoy no basta para que les pueda dar una descripción detallada de todos los 38 remedios. Y tampoco es realmente importante, ya que con conocer cómo se utilizan tres o cuatro de estos medicamentos se conoce el principio común aplicable a todos los demás.

Por este motivo, queremos ocuparnos de los medicamentos que se prescriben en el caso del miedo. No es importante que se trate de una accidente, de una enfermedad repentina o duradera o, incluso, de personas a las que no le falta nada especialmente, si existe miedo, se debe prescribir uno de los remedios contra el miedo.

Naturalmente, puede que sea necesario el empleo simultáneo de varios medicamentos, ya que se pueden dar diferentes estados. En estos casos, se deben suministrar adicionalmente otros medicamentos, pero dependiendo de cada caso en particular.

El miedo, en cualesquiera de sus aspectos, está muy extendido, no únicamente entre los enfermos, sino que también nos afecta a nosotros que, normalmente, nos sentimos perfectamente bien. Pero, sea lo que sea, estos medicamentos nos ayudarán siempre a liberarnos de esa pesada carga que denominamos miedo.

Existen cinco tipos de miedo y, por ello, cinco medicamentos: uno para cada una de las manifestaciones del miedo.

El primer medicamento está indicado para casos en los que el miedo es enorme, desembocando en temor o pánico. En estos casos, o bien el miedo está enraizado en el paciente, o bien es provocado por el hecho de que el estado es tan grave que incluso despierta un profundo terror entre otras personas. Este tipo puede aparecer con una enfermedad repentina o con un accidente, pero siempre, cuando ha tenido lugar una emergencia o un gran peligro. En este caso, el remedio es el Heliantemo, que se obtiene a partir de una pequeña planta de nombre “heliantemo común”.

El heliantemo común es una preciosa planta de flores amarillas que crece en las laderas de las montañas, con frecuencia allí donde el terreno es pedregoso o rocoso. Como planta cultivada se encuentra en jardines que poseen adornos con piedras, aunque para emplearla como remedio curativo siempre se debe de escoger la variedad silvestre.

Este remedio ha logrado ya maravillosos efectos y, en muchos casos alarmantes, proporciona una mejoría tan sólo unos minutos u horas después de su toma.

Los conceptos claves para este remedio son: pánico, temor, una gran e imprevista situación de emergencia o peligro.

El segundo tipo de miedo es más frecuente: es el miedo con el que nos encontramos en nuestra vida diaria.

Los miedos normales de los que somos víctimas muchos de nosotros son: miedo de sufrir accidentes, miedo ante enfermedades, miedo de que empeore el estado de una enfermedad, miedo de la oscuridad, miedo a quedarse solo, miedo a que irrumpan en la casa para robar, miedo a que se produzca fuego, miedo de la pobreza, miedo de los animales, de otras personas, etc. En general, miedo de cosas concretas, sin importar si existe motivo o no para ello.

El remedio para este tipo de miedo es una preciosa planta de nombre Mímulo (mímulo jaspeado). Esta planta tiene bastan te parecido con el azmizcle, crece en aguas claras y en las orillas de los ríos.

El tercer tipo de miedo es el miedo frente a cosas confusas, imprevisibles, que no pueden ser explicadas. Algo así como si fuera a ocurrir algo espantoso sin poder tener una idea de lo que pueda ser.

Todos estos miedos, para los que no se puede aportar un motivo pero que, sin embargo, son muy reales y excitante, requieren el remedio que se extrae del Álamo temblón. El alivio que este remedio ha proporcionado a muchas personas es algo realmente maravilloso.

El cuarto tipo de miedo reside en el hecho de que se sobrecoge al espíritu, no pudiendo este resistir la tensión. Surge cuando en nosotros aparece el impulso de hacer cosas en las que normalmente no deberíamos pensar o que sólo deberíamos tomar en consideración durante un momento.

El remedio para este estado de miedo se extrae de una cereza (Cherry plum) que en las zonas rurales crece junto a los setos. Esta planta expulsa todas las ideas falsas, proporcionándole al paciente la fuerza y confianza necesaria.

Finalmente, el quinto tipo de miedo, es el temor pro los otros, principalmente por aquellas personas que están a nuestro lado.

Cuando llegan demasiado tarde, se cree que ha tenido que ocurrir un accidente, cuando se van de vacaciones, se teme que les sobrevenga una desgracia. Algunas enfermedades se hacen muy graves, e incluso aquellos que no están realmente enfermos padecen un miedo enorme. Temen siempre lo peor y esperan una gran desgracia.

El remedio para estas personas es la flor del Castaño rojo que todos conocemos tan bien. Esta flor aparta estos miedos rápidamente y nos ayuda a volver a pensar de forma normal.

Estas cinco diferentes formas de miedo no pueden confundirse entre sí fácilmente, ya que están suficientemente diferenciadas. Aunque sea el miedo el estado de ánimo que más frecuentemente debemos tratar, son necesarios uno o más de los cinco remedios para poder luchar contra todas sus diferentes manifestaciones.

Entre los otros remedios, ustedes encontrarán aquellos que son usados para todos los estados diferentes que puedan poner se de manifiesto, como, por ejemplo, remedios para aquellos que sufren de inseguridad, que nunca saben lo que quieren o lo que es correcto para ellos. Algunos remedios para la soledad, otros para aquellos que son hipersensibles, otros para la depresión, etcétera.

Con muy poco esfuerzo se puede encontrar el remedio o los remedios que un paciente necesita. Una vez más, el punto más importante es el siguiente: por más fantástico que esto pueda sonar, liberen al paciente de ése o esos estados anímicos que se describen en este método de curación, para lograr así la recuperación del mismo.

Fuente: Bach, Edward. LOS REMEDIOS FLORALES. ESCRITOS Y CONFERENCIAS. Ed. Edaf. 1993

Los Doce Curadores y Otros Remedios (1936), Dr. Edward Bach

Titulo original “The Twelves Healers and Other Remedies”

Ésta es la publicación en la que el Dr. Bach describe los 38 remedios, clasificados por primera vez en siete grupos. La primera versión apareció en 1933 cuando había descubierto los 12 primeros remedios (curadores). Más tarde, en ese mismo año, publica un escrito con los 12 curadores y los 4 primeros ayudantes. En 1934 escribe los 12 remedios y los 7 ayudantes, para finalmente en 1936 dejarnos este escrito una vez descubiertas las 19 últimas esencias que el propio Dr. Bach calificó de “más espiritualizadas”. En este escrito el sistema queda estructurado, como se ha comentado, en siete grupos y para estudiar el sistema desde la estructura de los “12 curadores + 7 ayudantes + 19 últimas” es necesario revisar los escritos anteriores.

El presente Escrito fue la última y definitiva descripción de las Flores de Bach que, su descubridor el Dr. Edward Bach, quiso dejarnos. Se ha escrito mucho sobre las flores de Bach (más de un centenar de libros en castellano), y a veces el lector, el interesado o el terapeuta floral puede perderse en esta información, en la mayor parte de los casos muy valiosa; por lo que a menudo es muy enriquecedor retornar a la fuente original.

(Nota: en la descripción de los remedios se mantiene la versión inglesa escrita por el Dr. Bach, además de la versión traducida al castellano, véanse las fuentes al final del documento)

Introducción

Este sistema de tratamiento es el más perfecto que se le ha ofrecido a la humanidad desde tiempos inmemoriales. Tiene el poder de curar las enfermedades; y por ser sencillo, puede utilizarse en casa.

Su sencillez precisamente, unida a sus efectos de curación de todo, hacen que sea maravilloso.

No se requiere ciencia alguna, ni conocimiento previos, aparte de los sencillos métodos que aquí se describen; y los que más beneficios conseguirán de este regalo enviado por Dios serán aquellos que lo conserven tan puro como es: sin ciencia, sin teorías pues todo en la naturaleza es muy simple.

Este sistema de curación, que se nos ha revelado divinamente, demuestra que nuestros temores, nuestras preocupaciones, nuestras ansiedades y demás son los que abren la puerta a la invasión de la enfermedad. De este modo, tratando nuestros temores, preocupaciones, inquietudes y demás, no sólo nos veremos libres de la enfermedad, sino que, además, las hierbas que se nos han dado por Obra y Gracia del Creador de todas las cosas, aparte de eso eliminarán nuestros temores e inquietudes, y nos dejarán más felices y satisfechos.

Como las hierbas curan nuestros temores, nuestras ansiedades, nuestras preocupaciones, nuestros defectos y nuestros fallos, ellas son las que debemos procurarnos, y entonces la enfermedad, sea la que sea, desaparecerá de nuestro cuerpo.

Poco más hay que añadir, pues la mente abierta a la comprensión ya sabe todo esto, y con esto basta para los que tienen las mentes despiertas, no confundidas por las tendencias de la ciencia, para que utilicen estos dones de Dios para alivio y beneficio de quienes les rodean.

Así pues, debajo de las enfermedades subyacen nuestros temores, nuestras ansiedades, nuestra concupiscencia, nuestros gustos y fobias. Descubramos cuáles son y curémoslos, y al curarlos desaparecerá la enfermedad que sufrimos.

Desde tiempos inmemoriales se sabe que se han puesto en la naturaleza medios providenciales de prevención y curación de las enfermedades, con hierbas, plantas y árboles divinamente enriquecidos. Los remedios de la naturaleza que se dan en este libro han demostrado contar con una bendición que los sitúa por encima de los demás en su labor de merced; y han demostrado tener poder para curar todo tipo de enfermedades y padecimientos.

Al tratar los casos con estos remedios, no se tiene en cuenta la naturaleza de la enfermedad; se trata al individuo, y al mejorar éste se va su enfermedad, expulsada al mejorar la salud.

Todos sabemos que las mismas enfermedades pueden tener diferentes efectos sobre diferentes personas; son los efectos los que hay que tratar, porque ellos nos guían hacia la verdadera causa. Al ser la mente la parte más delicada y sensible del cuerpo, en ella aparecen la génesis y el curso de la enfermedad más claramente que en el resto del cuerpo, por lo que se utiliza la observación de la mente como guía para conocer qué remedio o remedios se requieren.

En la enfermedad se da un cambio de humor respecto a la vida diaria, y las personas observadoras pueden notar ese cambio incluso antes, y a veces mucho antes de que aparezca la enfermedad, y con un tratamiento se puede lograr prevenir la enfermedad. Cuando ésta lleva manifestándose cierto tiempo, también el humor del paciente nos indicará cuál es el remedio correcto.

No nos fijemos en la enfermedad, pensemos sólo en cómo ve la vida el enfermo.

Se describen sencillamente treinta y ocho estados diferentes: no debe resultar difícil, para uno mismo o para otro, hallar aquel estado o aquellos estados que se dan en una persona, y de ese modo aplicar los necesarios remedios para que se efectúe la curación.

El alivio de los sufrimientos era tan cierto y tan benéfico, incluso cuando sólo había doce remedios, que se ha creído necesario ofrecer estos conocimientos al público, sin esperar al descubrimiento de los otros veintiséis que completan la serie. Los doce originales (curadores) se indican con asteriscos.

LOS 38 REMEDIOS situados en los 7 epígrafes siguientes:

1. PARA EL TEMOR
2. PARA LA INCERTIDUMBRE
3. PARA LA FALTA DE INTERÉS EN LAS ACTUALES CIRCUNSTANCIAS
4. PARA LA SOLEDAD
5. PARA LOS HIPERSENSIBLES A INFLUENCIAS Y OPINIONES
6. PARA EL ABATIMIENTO O LA DESESPERACIÓN
7. PARA LA EXCESIVA PREOCUPACIÓN POR EL BIENESTAR DE LOS DEMÁS

PARA LOS QUE SIENTEN TEMOR

Rock Rose*
The rescue remedy. The remedy of emergency for cases where there even appears no hope. In accident or sudden illness, or when the patient is very frightened or terrified or if the condition is serious enough to cause great fear to those around. If the patient is not conscious the lips may be moistened with the remedy. Other remedies in addition may also be required, as, for example, if there is unconsciousness, which is a deep, sleepy state, Clematis ; if there is torture, Agrimony, and so on.

Heliantemo
Es el remedio de rescate.
Es el remedio de emergencia incluso para casos donde parece no haber esperanza.
En un accidente o enfermedad repentina.
O donde el paciente está muy atemorizado o aterrorizado
O si la condición es suficientemente seria para causar gran temor a las personas que están alrededor.
Si el paciente está inconsciente, se le pueden humedecer los labios con el remedio.
Pueden necesitarse además otros remedios, como, por ejemplo, si está inconsciente, lo que significa un profundo estado de sueño, Clematis; si está atormentado, Agrimony, etc.

Mimulus*
Fear of worldly things, illness, pain, accidents, poverty, of dark, of being alone, of misfortune. The fears of everyday life. These people quietly and secretly bear their dread, they do not freely speak of it to others.

Mímulo*
Miedo a las cosas de este mundo, enfermedad, dolor, accidentes, pobreza, a la oscuridad, a estar solo, a la desgracia. Los miedos de la vida cotidiana.
Estas personas llevan su miedo callada y secretamente, y no hablan libremente de él con los demás.

Cherry Plum
Fear of the mind being over-strained, of reason giving way, of doing fearful and dreaded things, not wished and known wrong, yet there comes the thought and impulse to do them.

Cerasifera
Miedo a una tensión mental excesiva, a perder la razón,
A cometer actos temerarios y espantosos, indeseados y que sentimos son erróneos,
Y aún así nos vienen al pensamiento y sentimos el impulso de cometerlos.

Aspen
Vague unknown fears, for which there can be given no explanation, no reason. Yet the patient may be terrified of something terrible going to happen, he knows not what. These vague unexplainable fears may haunt by night or day. Sufferers often are afraid to tell their trouble to others.

Álamo temblón
Miedos de origen impreciso y desconocido, para los cuales no encontramos razón o explicación.
Y aún así, el paciente puede sentirse aterrorizado por algo terrible va a pasar, aunque no sabe qué.
Estos miedos vagos e inexplicables pueden obsesionarle de noche o de día.
Las personas que los padecen temen con frecuencia comunicar su angustia a los demás.

Red Chesnut
For those who find it difficult not to be anxious for other people. Often they have ceased to worry about themselves, but for those of whom they are fond they may suffer much, frequently anticipating that some unfortunate thing may happen to them.

Castaño rojo
Para aquellas personas que encuentran difícil no estar ansiosas por los demás.
A menudo han dejado de preocuparse por ellas mismas, pero por aquellas personas a quienes quieren, sufren mucho, frecuentemente anticipando que va a ocurrirles alguna desgracia.

PARA LOS QUE SUFREN DE INCERTIDUMBRE

Cerato*
Those who have not sufficient confidence in themselves to make their own decisions. They constantly seek advice from others, and are often misguided.

Ceratostigma*
Para aquellas personas que no tienen suficiente confianza en sí mismas para tomar sus propias decisiones.
Constantemente piden consejo a las demás, y a menudo son mal orientados.

Scleranthus*
Those who suffer much from being unable to decide between two things, first one seeming right then the other. They are usually quiet people, and bear their difficulty alone, as they are not inclined to discuss it with others.

Scleranthus*
Para aquellas personas que sufren mucho debido a que son incapaces de decidir entre dos opciones, pareciéndoles primero que una es correcta y pensando luego que lo es la otra.
Usualmente son personas discretas, y sobrellevan su dificultad en solitario, ya que no sienten inclinadas a comentarlas con otras personas.

Gentian*
Those who are easily discouraged. They may be progressing well in illness, or in the affairs of their daily life, but any small delay or hindrance to progress causes doubt and soon disheartens them.

Genciana*
Para aquellas personas que se desaniman fácilmente.
Pueden estar progresando bien en la enfermedad, o en los asuntos de su vida cotidiana, pero cualquier pequeño retraso u obstáculo, en su progreso, les provoca dudas y pronto les desalienta.

Gorse
Very great hopelessness, they have given up belief that more can be done for them. Under persuasion or to please others they may try different treatments, at the same time assuring those around that there is so little hope of relief.

Aulaga
Para aquellos con una gran desesperanza, que han abandonado la creencia de que algo más pueda hacerse por ellos.
Bajo persuasión, o por complacer a los demás, pueden intentar distintos tipos de tratamientos, al tiempo que aseguran a cuantos le rodean que hay muy pocas esperanzas de alivio.

Hornbeam
For those who feel that they have not sufficient strength, mentally or physically, to carry the burden of life placed upon them; the affairs of every day seem too much for them to accomplish, though they generally succeed in fulfilling their task. For those who believe that some part, of mind or body, needs to be strengthened before they can easily fulfil their work.

Hojarazo
Para aquellas personas que sienten que no tienen suficiente fuerza, mental o física, para acarrear sobre sus hombros la carga de la vida.
El cumplir con los asuntos de cada día les parece ser demasiado, aunque generalmente cumplen satisfactoriamente sus tareas.
Para aquellas personas que creen que alguna parte, de mente o cuerpo, necesita ser reforzada antes de que puedan cumplir fácilmente su trabajo.

Wild Oat
Those who have ambitions to do something of prominence in life, who wish to have much experience, and to enjoy all that which is possible for them, to take life to the full. Their difficulty is to determine what occupation to follow; as although their ambitions are strong, they have no calling which appeals to them above all others. This may cause delay and dissatisfaction.

Avena silvestre
Para aquellas personas que tienen ambiciones de hacer algo importante en la vida, que desean tener mucha experiencia, y disfrutar todo lo que sea posible para ellas, tomar la vida al completo.
Su dificultad consiste en llegar a determinar que ocupación seguir; pues si bien sus ambiciones son fuertes, no sienten una llamada que les atraiga por encima de todas las otras. Esto puede provocarles retraso e insatisfacción.

PARA LOS QUE NO TIENEN SUFICIENTE INTERÉS EN LAS CIRCUNSTANCIAS PRESENTES

Clematis*
Those who are dreamy, drowsy, not fully awake, no great interest in life. Quiet people, not really happy in their present circumstances, living more in the future than in the present; living in hopes of happier times, when their ideals may come true. In illness some make little or no effort to get well, and in certain cases may even look forward to death, in the hope of better times; or maybe, meeting again some beloved one whom they have lost.

Clemátide*
Para aquellas personas soñadoras, fantasiosos, que no están del todo despiertas, sin gran interés en la vida.
Personas discretas, no verdaderamente felices en sus actuales circunstancias, viviendo más en el futuro que en el presente; viviendo en la esperanza de tiempos mejores, cuando sus ideales puedan hacerse realidad.
En la enfermedad algunas se esfuerzan muy poco o nada para ponerse bien,
Y en algunos casos incluso pueden desear la muerte, con la esperanza de tiempos mejores; o quizás, en la añoranza del encuentro con algún ser querido que hayan perdido.

Honeysuckle
Those who live much in the past, perhaps a time of great happiness, or memories of a lost friend, or ambitions which have not come true. They do not expect further happiness such as they have had.

Madreselva
Para aquellas personas que viven mucho en el pasado, quizás una época de gran felicidad, o en el recuerdo de un amigo perdido, o ambiciones que no se hicieron realidad.
No esperan en el futuro felicidad como la que han tenido.

Wild Rose
Those who without apparently sufficient reason become resigned to all that happens, and just glide through life, take it as it is, without any effort to improve things and find some joy. They have surrendered to the struggle of life without complaint.

Rosa silvestre
Para aquellas personas que aparentemente sin razón suficiente, se vuelven resignadas a todo lo que sucede, y simplemente se deslizan por la vida, tomándola tal como es, sin hacer ningún esfuerzo para mejorar cosas y encontrar algo de alegría.
Se han entregado a la lucha de la vida sin quejarse.

Olive
Those who have suffered much mentally or physically and are so exhausted and weary that they feel they have no more strength to make any effort. Daily life is hard work for them, without pleasure.

Olivo
Para aquellas personas que han sufrido mucho mental o físicamente, y están tan agotadas y cansadas que sienten que no tienen más fuerzas para hacer ningún esfuerzo.
La vida diaria es un trabajo duro para ellas, carente de placer.

White Chestnut
For those who cannot prevent thoughts, ideas, arguments which they do not desire from entering their minds. Usually at such times when the interest of the moment is not strong enough to keep the mind full. Thoughts which worry and will remain, or if for a time thrown out, will return. They seem to circle round and round and cause mental torture. The presence of such unpleasant thoughts drives out peace and interferes with being able to think only of the work or pleasure of the day.

Castaño blanco
Para aquellas personas que no pueden impedir que entren en sus mentes pensamientos, ideas, argumentaciones que no desean.
Usualmente en aquellas ocasiones en el interés del momento no es suficientemente fuerte para mantener la mente totalmente ocupada.
Pensamientos que preocupan y permanecen, o si por un momento somos capaces de apartarlos, vuelven.
Parecen circular al rededor y al rededor y causan tortura mental.
La presencia de tales pensamientos molestos nos apartan de la paz e interfieren en la capacidad de pensar sólo en el trabajo o el placer del día.

Mustard
Those who are liable to times of gloom, or even despair, as though a cold dark cloud overshadowed them and hid the light and the joy of life. It may not be possible to give any reason or explanation for such attacks. Under these conditions it is almost impossible to appear happy or cheerful.

Mostaza
Para aquellas personas que tienen tendencia a periodos de tristeza, o incluso desesperación, como si una nube oscura y fría colocara su sombra sobre ellos ocultando la luz y la alegría de la vida.
Puede suceder que no sea posible dar ninguna razón o explicación para tales ataques.
Bajo estas condiciones es casi imposible parecer feliz o jovial.

Chestnut Bud
For those who do not take full advantage of observation and experience, and who take a longer time than others to learn the lessons of daily life. Whereas one experience would be enough for some, such people find it necessary to have more, sometimes several, before the lesson is learnt. Therefore, to their regret, they find themselves having to make the same error on different occasions when once would have been enough, or observation of others could have spared them even that one fault.

Brote de castaño
Para aquellas personas que no aprovechan completamente la observación y la experiencia, y les cuesta más tiempo que a otras aprender las lecciones de la vida diaria. Mientras que una experiencia puede ser suficiente para algunas, a este tipo de personas necesitan tener más, a veces varias, antes de que la lección sea aprendida.
Por lo tanto, para su pesar, se encuentran cometiendo el mismo error en diferentes ocasiones, cuando una vez habría sido suficiente, o cuando la observación de otros podría haberles ahorrado incluso ese primer error.

PARA LA SOLEDAD

Water Violet*
For those who in health or illness like to be alone. Very quiet people, who move about without noise, speak little, and then gently. Very independent, capable and self-reliant. Almost free of the opinions of others. They are aloof, leave people alone and go their own way. Often clever and talented. Their peace and calmness is a blessing to those around.

Violeta de agua *
Para aquellas personas que, en la salud o en la enfermedad, les gusta estar solas.
Personas muy discretas, que se desplazan sin hacer ruido, hablan poco y lo hacen de forma suave.
Muy independientes, capaces y con auto-confianza.
Prácticamente independientes de las opiniones de las otras personas.
Son distantes, se apartan de la gente y siguen su propio camino.
A menudo inteligentes y talentosas.
Su paz y calma es una bendición para las personas que les rodean.

Impatiens*
Those who are quick in thought and action and who wish all things to be done without hesitation or delay. When ill they are anxious for a hasty recovery. They find it very difficult to be patient with people who are slow, as they consider it wrong and a waste of time, and they will endeavour to make such people quicker in all ways. They often prefer to work and think alone, so that they can do everything at their own speed.

Impaciencia*
Para aquellas personas que son rápidas de pensamiento y acción, y que desean que todo se haga sin vacilación ni retraso.
Cuando están enfermas, están ansiosas por una rápida recuperación.
Les resulta muy difícil ser pacientes con las personas que son lentas, ya que lo consideran erróneo y una pérdida de tiempo, y se empeñarán en hacer que esas personas sean más rápidas en todos los aspectos.
A menudo prefieren trabajar y pensar solas, ya que de esta manera pueden hacerlo todo a su propio ritmo.

Heather
Those who are always seeking the companionship of anyone who may be available, as they find it necessary to discuss their own affairs with others, no matter whom it may be. They are very unhappy if they have to be alone for any length of time.

Brezo
Para aquellas personas que siempre están buscando la compañía de cualquiera que pueda estar disponible, ya que les resulta necesario comentar sus propios asuntos con otras personas, sin importar quien sea.
Son muy infelices si tienen que estar solas por cualquier periodo de tiempo.

PARA AQUELLOS QUE SON EXCESIVAMENTE SENSIBLES A INFLUENCIAS E IDEAS

Agrimony*
The jovial, cheerful, humorous people who love peace and are distressed by argument or quarrel, to avoid which they will agree to give up much. Though generally they have troubles and are tormented and restless and worried in mind or in body, they hide their cares behind their humour and jesting and are considered very good friends to know. They often take alcohol or drugs in excess, to stimulate themselves and help themselves bear their trials with cheerfulness.

Agrimonia*
Las personas joviales, alegres, de buen humor que aman la paz y les angustian las discusiones o peleas, renunciando a muchas cosas con tal de evitarlas.
Aunque generalmente tienen problemas y están atormentadas e inquietas y preocupadas, en su mente o en su cuerpo, esconden sus inquietudes detrás de su humor y sus bromas y son considerados buenos amigos por conocer.
A menudo toman alcohol o drogas en exceso, para estimularse y ayudarse a llevar sus problemas con alegría.

Centaury*
Kind, quiet, gentle people who are over-anxious to serve others. They overtax their strength in their endeavours. Their wish so grows upon them that they become more servants than willing helpers. Their good nature leads them to do more than their own share of work, and in so doing they may neglect their own particular mission in life.

Centaura*
Personas bondadosas, discretas, amables que sienten un exceso de ansiedad por servir a otras.
En su empeño, sobrevaloran sus fuerzas.
Su deseo crece hasta tal punto que se convierten más en servidoras que en voluntariosas ayudantes.
Su buena naturaleza les conduce a hacer más trabajo del que les corresponde, y al hacerlo pueden descuidar su propia y particular misión en la vida.

Walnut
For those who have definite ideals and ambitions in life and are fulfilling them, but on rare occasions are tempted to be led away from their own ideas, aims and work by the enthusiasm, convictions or strong opinions of others. The remedy gives constancy and protection from outside influences.

Nogal
Para aquellas personas que tienen ideales y ambiciones bien definidas en la vida y los están cumpliendo, pero en algunas ocasiones están tentadas de apartarse de sus propias ideas, propósitos y trabajo, a causa del entusiasmo, convicciones o fuertes opiniones de otras personas.
El remedio da constancia y protección frente a las influencias externas.

Holly
For those who sometimes are attacked by thoughts of such kind as jealousy, envy, revenge, suspicion. For the different forms of vexation. Within themselves they may suffer much, often when there is no real cause for their unhappiness.

Acebo
Para aquellas personas que a veces se sienten atacadas por pensamientos como los celos, envidia, venganza, sospecha.
Para las diferentes formas de irritación.
En su interior pueden sufrir mucho, sin que con frecuencia haya una causa real para su infelicidad.

PARA EL ABATIMIENTO O DESESPERACIÓN

Larch
For those who do not consider themselves as good or capable as those around them, who expect failure, who feel that they will never be a success, and so do not venture or make a strong enough attempt to succeed.

Alerce
Para aquellas personas que no se consideran a sí mismas tan buenas o capaces como las que les rodean,
Que esperan el fracaso, que sienten que nunca tendrán éxito,
Y por eso no se arriesgan o hacen un intento suficientemente intenso para lograrlo.

Pine
For those who blame themselves. Even when successful they think that they could have done better, and are never content with their efforts or the results. They are hard-working and suffer much from the faults they attach to themselves. Sometimes if there is any mistake it is due to another, but they will claim responsibility even for that.

Pino
Para aquellas personas que se culpan a sí mismas.
Incluso cuando triunfan piensan que podrían haberlo hecho mejor, y nunca están satisfechas con sus esfuerzos o resultados.
Son trabajadoras duras y sufren mucho por las faltas que ellas se achacan a sí mismas.
En algunas ocasiones, aunque el fallo sea debido a otra persona, se sienten responsables.

Elm
Those who are doing good work, are following the calling of their life and who hope to do something of importance, and this often for the benefit of humanity. At times there may be periods of depression when they feel that the task they have undertaken is too difficult, and not within the power of a human being.

Olmo
Para aquellas personas que están haciendo un buen trabajo, que están siguiendo la vocación de su vida, y que esperan hacer alguna cosa importante, a menudo e beneficio de la humanidad.
En ocasiones pueden haber momentos de depresión cuando sienten que la tarea que han emprendido es demasiado difícil, y soprepasa el poder de un ser humano.

Sweet Chestnut
For those moments which happen to some people when the mind or body feels as if it had borne to the uttermost limit of its endurance, and that now it must give way. When it seems there is nothing but destruction and annihilation left to face.

Castaño dulce
Para aquellos momentos que les llegan a algunas personas cuando la mente o el cuerpo experimentan como si hubiera aguantado hasta el límite más extremo de su resistencia, y que ahora hay que rendirse.
Cuando parece que no hay otra salida más que la destrucción y la aniquilación.

Star of Bethlehem
For those in great distress under conditions which for a time produce great unhappiness. The shock of serious news, the loss of some one dear, the fright following an accident, and such like. For those who for a time refuse to be consoled this remedy brings comfort.

Leche de gallina
Para aquellas personas que se sienten angustiados por haber vivido situaciones en las que durante un tiempo los sumieron en una gran infelicidad, como el impacto provocado por una noticia muy grave, la pérdida de algún ser querido, el terror que sigue a un accidente, y otras conmociones semejantes.
Para aquellas personas que por un tiempo rehúsan ser consoladas, este remedio les aportará alivio.


Willow
For those who have suffered adversity or misfortune and find these difficult to accept, without complaint or resentment, as they judge life much by the success which it brings. They feel that they have not deserved so great a trial, that it was unjust, and they become embittered. They often take less interest and less activity in those things of life which they had previously enjoyed.

Sauce
Para aquellas personas que han sufrido una adversidad o desgracia y encuentran difícil aceptarla, sin queja o resentimiento, ya que juzgan la vida por los éxitos que aporta.
Sienten que no han merecido una desgracia tan grande, que era injusto, y se vuelven amargados.
A menudo se interesan menos y están menos activas en aquellas cosas de la vida que antes habían disfrutado.

Oak
For those who are struggling and fighting strongly to get well, or in connection with the affairs of their daily life. They will go on trying one thing after another, though their case may seem hopeless. They will fight on. They are discontented with themselves if illness interferes with their duties or helping others. They are brave people, fighting against great difficulties, without loss of hope or effort.

Roble
Para aquellas personas que pelean y luchan con fuerza para curarse, o en relación con los asuntos de su vida diaria. Seguirán probando una cosa tras otra, aunque su caso pueda parecer sin esperanza. Continuarán luchando.
Están descontentas con ellas mismas si la enfermedad interfiere con sus obligaciones (o deberes) o en la ayuda a otras personas.
Son personas valientes, que luchan contra grandes dificultades, sin perder la esperanza o el aliento.

Crab Apple
This is the remedy of cleansing. For those who feel as if they had something not quite clean about themselves. Often it is something of apparently little importance: in others there may be more serious disease which is almost disregarded compared to the one thing on which they concentrate. In both types they are anxious to be free from the one particular thing which is greatest in their minds and which seems so essential to them that it should be cured. They become despondent if treatment fails. Being a cleanser, this remedy purifies wounds if the patient has reason to believe that some poison has entered which must be drawn out.

Manzano silvestre
Este es el remedio de la limpieza.
Para aquellas personas que sienten como si hubiera algo no del todo limpio en ellos.
A menudo es algo de aparentemente poca importancia; en otros casos puede ser una enfermedad más seria, la cual casi pasa inadvertida en comparación a la cosa en la que se concentran.
En ambos casos, están ansiosas por liberarse de aquella cosa en particular, que se ha convertido en algo mucho mayor en sus mentes, y que parece tan esencial para ellas que debe ser curada.
Se desalientan si el tratamiento fracasa.
Siendo un limpiador, este remedio purifica heridas si el paciente tiene razones para creer que algún veneno ha entrado, el cual debe ser expulsado.

PARA LOS QUE ESTÁN EXCESIVAMENTE PENDIENTES DEL BIENESTAR DE LOS DEMÁS

Chicory*
Those who are very mindful of the needs of others; they tend to be over-full of care for children, relatives, friends, always finding something that should be put right. They are continually correcting what they consider wrong, and enjoy doing so. They desire that those for whom they care should be near them.

Achicoria*
Para aquellas personas que están muy atentos a las necesidades de los demás; tendiendo a excederse en el cuidado de los niños, los familiares, los amigos, siempre encontrando algo que debe ser arreglado.
Están constantemente corrigiendo lo que ellas consideran equivocado, y disfrutan haciéndolo.
Desean que aquellos de quienes se ocupan, estén cerca de ellos.

Vervain*
Those with fixed principles and ideas, which they are confident are right, and which they very rarely change. They have a great wish to convert all around them to their own views of life. They are strong of will and have much courage when they are convinced of those things that they wish to teach. In illness they struggle on long after many would have given up their duties.

Verbena*
Para aquellas personas con principios e ideas fijas, que consideran que están en lo correcto, y que rara vez cambian de parecer.
Tienen un gran deseo de convertir a todas las personas que les rodean a sus propios puntos de vista sobre la vida.
Son de voluntad fuerte y tienen mucho coraje cuando están convencidas de las cosas que desean enseñar.
En la enfermedad siguen luchando hasta más allá del punto en el que otros hubieran abandonado sus obligaciones.

Vine
Very capable people, certain of their own ability, confident of success. Being so assured, they think that it would be for the benefit of others if they could be persuaded to do things as they themselves do, or as they are certain is right. Even in illness they will direct their attendants. They may be of great value in emergency.

Vid
Personas muy capaces, seguras de sus propias capacidades, confiadas en su triunfo.
Siendo tan seguras, piensan que sería beneficioso para los demás si se les puede persuadir para hacer las cosas en el modo que ellas las hacen, o en el modo en el que piensan que es correcto.
Incluso en la enfermedad van a dirigir a quienes les cuidan.
Pueden ser personas de gran valor en las emergencias.

Beech
For those who feel the need to see more good and beauty in all that surrounds them. And, although much appears to be wrong, to have the ability to see the good growing within. So as to be able to be more tolerant, lenient and understanding of the different way each individual and all things are working to their own final perfection.

Haya
Para aquellas personas que sienten la necesidad de ver más bondad y belleza en todo lo que les rodea.
Y, aunque muchas cosas les parezcan estar erróneas, para desarrollar la habilidad de ver lo bueno creciendo en su interior.
Así ser capaces de ser más tolerantes, indulgentes, y comprender los diferentes caminos de cada individuo, y que todas las cosas están trabajando en su propia perfección final.

Rock Water
Those who are very strict in their way of living; they deny themselves many of the joys and pleasures of life because they consider it might interfere with their work. They are hard masters to themselves. They wish to be well and strong and active, and will do anything which they believe will keep them so. They hope to be examples which will appeal to others who may then follow their ideas and be better as a result.

Agua de roca
Para aquellas personas que son muy estrictas en su manera de vivir; se niegan a sí mismas muchas de las alegrías y placeres de la vida porque consideran que ello puede interferir con su trabajo.
Son maestras duras consigo mismas.
Desean estar sanas, fuertes y activas, y harán cualquier cosa que ellas crean que las va a mantener así.
Tienen la esperanza de ser ejemplos atractivos para otras personas, que podrán entonces seguir sus ideas y, como resultado, ser mejores.

Métodos de dosificación

Todos estos remedios son puros e inofensivos, no hay peligro de dar demasiado o con demasiada frecuencia, si bien basta con cantidades mínimas como dosis. Ni tampoco perjudicará un remedio si resulta no ser el indicado para el caso.

Para preparar el remedio, tomar un par de gotas del frasco y echarlas en una botellita (de un tamaño de 30 ml) prácticamente llena de agua; si tiene que durar algún tiempo, se puede añadir un poco de brandy como conservante.

Esta botellita se utiliza para administrar las dosis, y todo cuanto se requiere son unas gotitas, tomadas con un poco de agua, leche o cualquier vehículo apropiado.

En casos urgentes se pueden dar las dosis cada pocos minutos, hasta que se sienta mejoría; en casos graves, aproximadamente cada media hora; y en casos largos cada dos o tres horas, o con más o menos frecuencia según el paciente sienta necesidad.

En los pacientes inconscientes, humedézcanse los labios frecuentemente.

Siempre que exista dolor, rigidez, inflamación, o cualquier molestia local, habrá que aplicar además una loción. Échense unas cuantas gotas de la botella de la medicina en un cacharro con agua y empápese en esta mezcla un paño con el que se cubrirá la parte afectada; puede humedecerse de vez en cuando, siempre que se necesite.

A veces pueden resultar beneficiosas aspersiones o baños con agua en la que se habrán vertido unas gotas del remedio.

Los nombres ingleses y botánicos de los remedios son los siguientes:

Acebo Llex aguifolium
Achicoria Cichorium intybus
Agrimonia Agrimonia eupatoria
Agua de roca
Álamo temblón Populus tremula
Alerce Larix decidua
Aulaga Ulex europaeus
Avena silvestre Bromus ramosus
Brezo Calluna vulgares
Castaña dulce Castanea sativa
Castaño (brote de) AEsculus hippocastanum
Castaño blanco AEsculus hippocastanum
Castaño rojo AEsculus carnea
Centaura Centaurium umbellatum
Cerasifera Prunus cerasifera
Ceratostigma Ceratostigma wilimottiana
Clemátide Clematis vitalba
Genciana Gentiana amarella
Bromus ramosus Avena silvestre
Haya Fagus silvatica
Heliantemo Helianthemum nummularium
Hojarazo Carpinus betulus
Impaciencia Impatiens glandulifera
Leche de gallina Ornithogalum umbetlatum
Madreselva Lonicera caprifolium
Manzano silvestre Malus pumila
Mímulo Mimulus guttatus
Mostaza Sinapis arvpensis
Nogal juglans regia
Olivo Olea europaea
Olmo Ulmis procera
Pino Pinus sylvestris
Roble Quercus robur
Rosa silvestre Rosa canina
Sauce Salix vitellina
Scleranthus Scleranthus annuus
Verbena Verbena officinalis
Vid Vitis vinifera
Violeta de agua Hottonia palustris

Métodos de preparación

Se utilizan dos métodos para preparar estos remedios.

Método solar

Llenar con la más pura agua que se pueda conseguir, si es posible de algún manantial cercano, una bandeja de fino cristal.

Las flores de las plantas son recogidas y de inmediato se las hace flotar en la superficie del agua, hasta cubrirlas, y luego se dejan expuestas a la brillante luz del sol durante tres o cuatro horas, o menos tiempo si las flores muestran signos de decaimiento. Las flores son entonces cuidadosamente retiradas y se vierte el agua en frascos, llenándolos casi hasta la mitad. La mitad restante se completa con brandy para preservar el remedio. Éstos son frascos madres y no se utilizan para preparar las dosis. Luego se toman unas gotas y se traspasan a otro frasco, con el que luego se trata al paciente, de modo que los frascos madre contienen una gran provisión de remedio.

De este modo se preparan los siguientes remedios: Agrimony, Centaury, Cerato, Chicory, Clematis, Gentian, Gorse, Heather, Impatiens, Mimulus, Oak, Olive, Rock Rose, Rock Water, Scleranthus, Wild Oat, Vervain, Vine, Water Violet, White Chestnut.

Rock Water. Se sabe desde hace mucho tiempo que ciertos pozos o manantiales tienen el poder de curar a algunas personas, siendo muchos de estos pozos o manantiales muy renombrados por sus propiedades. Puede utilizarse cualquier pozo o manantial del que se sepa que ha tenido poderes curativos y que aún permanezcan en su estado natural, resguardado por los santuarios del hombre.

Método de cocción

Los restantes remedios se preparan cociendo las flores tal y como se indica:

Los especimenes, como los antes descritos, son cocidos media hora en agua limpia y pura.

Se cuela el fluido resultante, se vierte en frascos y se llenan hasta la mitad, y luego, una vez fríos, se llena la otra mitad con brandy, para preservarlo.

Chestnut Bud. Para este remedio se cogen los brotes del castaño de indias, justo antes de que comiencen a echar hojas.

En otros casos las flores deberán ser utilizadas junto con pequeños trozos de pedúnculo o tallo y, cuando estén presentes, hojitas frescas.

Todos los remedios dados crecen naturalmente en Gran Bretañan, excepto Vine, Olive y Cerato, ya que son auténticos nativos de otros países, desde Europa central y meridional hasta el norte de la India y el Tibet.

(…)

Y estemos siempre contentos y agradecidos de corazón al Gran Creador de todas las cosas, porque, en Su Amor por nosotros, puso en los campos las hierbas para la salud de todos.

Fuentes:

Bach, Edward. La Curación por las Flores (Cúrese Ud. Mismo). Edaf. Madrid, 1991. (excepto métodos de preparación y traducción de los 38 remedios)

Barnard, Julian. Las obras completas del Dr. Edward Bach. Oceano Ambar. 2004. (métodos de preparación)

Juan Bautista, Lluis. El Sistema Bach. Las dos series de flores, sus correspondencias y otras investigaciones. Indigo. Barcelona, 2007. (para la revisión de la traducción de los 38 remedios de los orginales en inglés, auque la traducción presentada aquí es libre).


La historia de los viajeros. Una alegoría de los remedios (1934), Dr. Edward Bach

Titulo original “The Story of the Travellers”

Érase una vez hace ya mucho tiempo que dieciséis caminantes se dispusieron a hacer un viaje a través del bosque.

Al principio iba todo bien, pero después de que hubieran recorrido un buen trayecto comenzó uno de ellos, la agrimonia, a preocuparse de si habían escogido el camino correcto o no. Más tarde, después de comer, cuando iba oscureciendo cada vez más, el mímulo tuvo miedo de que hubieran perdido el camino. Cuando se puso el sol y la oscuridad era cada vez mayor, comenzando ya a oírse los ruidos nocturnos del bosque, tuvo el heliantemo miedo y fue presa del pánico. En medio de la noche, cuando todo se había vuelto totalmente oscuro, la aulaga perdió todas sus esperanzas y dijo: “No puedo seguir. Continuad vosotros, yo prefiero quedarme aquí, donde estoy hasta que la muerte me libere de mi padecimiento”.

Por otra parte, el roble, aun habiendo perdido todas las esperanzas y creyendo no volver a ver más la luz del sol, manifestó: “Lucharé hasta el último momento”, y continuó luchando denodadamente.

El scleranthus poseía todavía una ligera esperanza pero, a veces, era presa de una inseguridad e indecisión tan grande que en un momento quería tomar un camino y, al mismo tiempo también deseaba tomar otro diferente. La clemátide común caminaba despacio y pacientemente, sin preocuparse demasiado sobre si caería en el sueño eterno o lograría salir del bosque. A veces, la genciana animaba un poco a los otros pero, en otras ocasiones, volvía a ser presa de la desesperación y de la depresión.

Los otros caminantes no tuvieron jamás miedo de no lograrlo y quisieron ayudar a su manera a sus acompañantes.
El brezo estaba totalmente seguro de conocer el camino y quiso que todos los demás le siguieran a él. A la achicoria no le preocupaba el final que pudiera tener esa excursión, pero sí el estado en que se encontraban sus acompañantes: si les dolían los pies, si estaban cansados o si tenían comida suficiente. La ceratostigma no tenía especialmente una gran confianza en su capacidad de enjuiciamiento y quería probar cada camino para poder estar segura de no ir en la dirección falsa. La humilde y pequeña centaura quería aligerar tanto la carga que estaba dispuesta a llevar el equipaje de los otros. Desgraciadamente, y por regla general, se suele llevar la carga de aquellos que se encuentran en la mejor situación para llevarla ellos mismos, ya que éstos son siempre los que más se quejan.

El agua de roca estaba totalmente entusiasmada por ayudar, pero deprimía un poco al grupo porque criticaba todo lo que ellos hacían mal y conocían el camino. La verbena también conocía el camino muy bien, aunque estaba un poco confusa y se explayó en detalles acerca de cuál era el único camino correcto que conducía fuera del bosque.

También la impaciencia conocía muy bien el camino de regreso a casa, lo conocía tan bien que era muy impaciente con aquellos que caminaban más despacio que ella. La violeta de agua ya había recorrido el trayecto una vez y conocía el camino correcto, adoptando una actitud orgullosa y altanera porque los otros no lo conocían. Para ella, los otros eran inferiores.

Finalmente, todos lograron salir ilesos del bosque. Ahora viven como guían para todos aquellos caminantes que nunca han hecho ese viaje y, como conocen la oscuridad y el camino a través del bosque, acompañan a los caminantes en calidad de “valientes caballeros”. Cada uno de los 16 acompañantes aporta los ejemplos necesarios enseñando, al mismo tiempo y a su manera, la lección correspondiente que de ello se deriva.

La agrimonia camina totalmente despreocupada y hace chistes sobre cualquier cosa. El mímulo jaspeado ya no conoce el miedo. El heliantemo común mismo es un ejemplo de serenidad en la más plena oscuridad. La aulaga relata a los caminantes durante la noche los progresos que harán cuando el sol se levante de nuevo la mañana siguiente.

El roble permanece inamovible en medio de la tormenta más fuerte. Los ojos de la clemátide están radiantes de alegría al acercarse el final del viaje. Ya no hay dificultad o revés que pueda desanimar a la genciana.

El brezo ha comprobado que cada caminante debe recorrer su propio camino y marchar tranquilamente por delante para mostrar que eso es posible. La achicoria, que siempre ha esperado poder tender una mano a aquel que lo necesita, lo hace ahora sólo cuando se lo piden y de forma sosegada. La ceratostigma conoce perfectamente los estrechos senderos que no conducen a ninguna parte, y la centaura menor sigue buscando al más débil, que lleva la carga más pesada.

El agua de roca ha olvidado hacer reproches a los demás y ahora ocupa todo su tiempo en darles ánimos. La verbena ya no echa sermones, sino que indica tranquilamente el camino. La impaciencia ya no conoce la prisa, sino que camina lentamente tras el último para mantener con él el ritmo. Y la violeta de agua, más ángel que persona, roza como un cálido soplo de viento o un fabuloso rayo de sol a todo el grupo, bendiciendo a cada uno de ellos.

Fuente: Bach, Edward. LOS REMEDIOS FLORALES. ESCRITOS Y CONFERENCIAS. Ed. Edaf. 1993

Libérate a ti mismo (1932), Dr. Edward Bach

También traducida por “Libérense a Uds. mismos”, en este trabajo el Dr. Bach desarrolla y profundiza su concepción contenida en “Cúrate a ti mismo”, y viene a completar lo expuesto en “Sois víctimas de vosotros mismos”. Aquí el Dr. Bach nos trasmite su enfoque acerca de que la enfermedad es una inferencia en el libre desarrollo de la enfermedad. Titulo original “Free Thyself”.

(Nota: Dado que la descripción de las flores que aparece en el capitulo 12 de este Escrito no es la última versión que quiso dejarnos E. Bach de las mismas, se ha omitido dicho capítulo para no confundir al lector)

Introducción

Es imposible expresar la verdad con palabras. El autor de este libro no tiene la intención de sermonear, ya que, de hecho, desprecia este método de la comunicación del conocimiento. En las siguientes páginas, el autor ha intentado indicar, de la manera más clara y sencilla posible, el sentido de nuestra vida, así como la finalidad de las dificultades con las que somos enfrentados y los medios con los que contamos para poder restablecer nuestra salud. Y, en la práctica, desea indicarnos cómo cada uno de nosotros se puede convertir en su propio médico.

Capítulo 1. Nada más sencillo que eso. La Historia de la Vida

Una pequeña niña ha decidido pintar a tiempo un cuadro de una casa para el cumpleaños de su madre. En el espíritu de la pequeña niña la casa ya está pintada. Ella conoce hasta los más mínimos detalles de la casa, y ahora debe transportar esa idea al papel.

Coge su caja de pinturas, el pincel y un trapo y, llena de entusiasmo y felicidad, se pone al trabajo. Toda su atención y su interés se concentran en su labor, nada puede desviarla de lo que está realizando en ese momento. El cuadro está puntualmente listo para el cumpleaños. La niña ha plasmado su idea de la casa tan bien como ha podido. Es una obra de arte, ya que lo ha pintado ella sola, cada pincelada era el fruto del amor que sentía hacia su madre; cada ventana, cada puerta, fue pintada con la convicción de que tenían que estar exactamente ahí. Aun cuando pareciera un almiar, era la casa más completa que jamás haya sido pintada. Ha sido un éxito, por que la pequeña artista ha puesto todo su corazón y toda su alma, toda su vida, en realizar esa pintura.

Eso es salud: éxito y felicidad, y un auténtico servicio al prójimo, servir a nuestra manera a través del amor en una completa libertad.

Venimos al mundo con el conocimiento del cuadro que debemos pintar y hemos trazado ya el camino a través de nuestra vida. Todo los que nos queda por hacer es darle forma. Recorremos nuestro camino llenos de alegría e interés, y concentramos toda nuestra atención en el perfeccionamiento de ese cuadro, poniendo en práctica, lo mejor que podemos, nuestros pensamientos y objetivos en la vida física del entorno que hemos elegido.

Si desde el principio hasta el final perseguimos nuestros ideales con todas las fuerzas que poseemos, si aspiramos a que nuestros deseos se hagan realidad, entonces no existe el fracaso sino más bien, al contrario, nuestra vida se hace marcadamente exitosa, sana y afortunada.

La historia misma de la pequeña pintora pone en claro cómo las dificultades de la vida influyen en ese éxito y en la salud, pudiéndonos apartar del sentido de nuestra existencia si se lo permitimos.

La niña pinta febril y felizmente en su cuadro cuando de repente pasa alguien por su lado y opina: “¿Por qué no pintas aquí una ventana y ahí una puerta? También, el camino de entrada debería cruzar así el jardín.” Esto tendrá como consecuencia el que la pequeña pierda por completo el interés en su trabajo. Quizá siga pintando, pero ahora está plasmando sobre el papel la idea de otra persona. De alguna manera, le enfada, irrita, la hace infeliz y tiene miedo de rechazar esas propuestas. Quizá comience a odiar el cuadro y probablemente lo haga añicos. En realidad, la reacción que tenga depende del tipo de personalidad del niño.

Cuando el cuadro esté listo, es probable que en él sea fácilmente reconocible una casa, pero el cuadro es incompleto y un fracaso, porque representa la interpretación del pensamiento de otra persona y no la interpretación del niño. Como regalo de cumpleaños ha perdido su valor, por que ya no podrá ser terminado a tiempo, y la madre tendrá que esperar un año más al regalo.

Ésta es la enfermedad: la reacción de la injerencia. Es un fracaso e infelicidad transitoria que se establece en nuestras vidas cuando permitimos que otros se inmiscuyan en el sentido de nuestra existencia sembrando la duda, el miedo o la indiferencia.

Capítulo 2. La salud depende de que estemos en armonía con nuestra alma

Es de esencial importancia el que entendamos el verdadero significado de salud y enfermedad. La salud es nuestra herencia, nuestro derecho. Salud es la unidad completa del alma, cuerpo y espíritu, y eso no es tan difícil de conseguir, ni tampoco es un ideal que nos quede tan lejos sino, más bien, algo que puede ser logrado sin mucho esfuerzo y de manera natural.

Todos los objetos terrenales no son otra cosa que la interpretación de objetos espirituales. Incluso detrás del acontecimiento más insignificante se esconde una finalidad divina. Cada uno de nosotros tiene una misión divina en este mundo, y nuestras almas utilizan nuestro espíritu y nuestro cuerpo como instrumentos para poder llevar a cabo este objetivo, de tal manera que cuando estos tres aspectos funcionan en mutua armonía, la consecuencia es entonces la salud total y la felicidad absoluta.

Una tarea divina no significa una víctima. No quiere decir que debamos retirarnos del mundo y apartar de nosotros la alegría de la belleza y la naturaleza. Todo lo contrario, significa que disfrutamos de todas estas cosas de manera todavía más amplia y plena. Señala, también que el trabajo que amamos lo hacemos con nuestro corazón y nuestra alma, indiferentemente de que se trate del trabajo de la casa, de la agricultura, pintura o escenificación, independientemente de que sirvamos a nuestros semejantes en una tienda o en el hogar. Si amamos ese trabajo sobre todo lo demás, sea lo que sea, entonces se trata del mandato concreto de nuestra alma, del trabajo que debemos desempeñar en este mundo, y es en este trabajo en el único que podremos desarrollar nuestro verdadero yo y podremos poner en práctica su mensaje de una manera material y habitual.

Por lo tanto, a través de nuestra salud y nuestra fortuna podemos juzgar hasta qué punto interpretamos correctamente ese mensaje.

En las personas están presentes todas las cualidades espirituales y nosotros venimos a este mundo para manifestar estas características una tras otra, para perfeccionarlas y fortalecerlas, de manera que ninguna experiencia ni dificultad puedan debilitarlas o llegue a apartarnos del cumplimiento de ese sentido de la vida. Nosotros elegimos nuestra ocupación terrenal y las condiciones de vida externa que nos brindan la mejor oportunidad para probarnos. Venimos al mundo con una completa consciencia de nuestra especial tarea. Nos sabemos nacidos con el inimaginable privilegio de que todas nuestras luchas han sido ganadas antes de que las hayamos comenzado, de que la victoria nos es cierta antes de que se haya establecido la prueba, porque sabemos que nosotros somos hijos de Dios y que, por lo tanto, somos divinos e invencibles. Con esta revelación, la vida es una pura alegría. Podemos considerar todas las duras y difíciles experiencias de la vida como una aventura, ya que no debemos hacer otra cosa que reconocer nuestro poder, defender sinceramente nuestra divinidad, y entonces las dificultades se esfumarán como la niebla ante los rayos del sol. De hecho, Dios da a sus hijos la soberanía sobre todas las cosas.

Si sólo le prestamos atención a ellas, nuestras almas nos conducirán en cada ocasión y en cada situación difícil. Y cuando el espíritu y el cuerpo hayan sido guiados, marcharán por la vida irradiando felicidad y salud, tan libres de preocupaciones y responsabilidades como un pequeño y confiado niño.

Capítulo 3. Nuestras almas son perfectas. Somos hijos de Dios, y todo lo que nuestra alma nos obliga a hacer es por nuestro bien

Por esta razón, la salud es el reconocimiento más cierto de lo que somos. Nosotros somos perfectos, somos los hijos de Dios. No tenemos que aspirar a lo que ya hemos alcanzado. Estamos en este mundo únicamente para manifestar la perfección en su forma material con la que estamos bendecidos desde el comienzo de los tiempos. Salud significa obedecer las órdenes de nuestra alma, ser confiados como un niño pequeño, mantener el intelecto a raya con sus argumentos lógicos (el árbol de la sabiduría de lo bueno y de lo malo), con sus pros y sus contras, con sus miedos preconcebidos. Salud significa ignorar lo convencional, las imaginaciones banales, así como las órdenes de otras personas con el fin de que podamos ir por la vida inalterados, indemnes y libres para poder así servir a nuestros semejantes.

Podemos medir nuestra salud según nuestra felicidad, y nuestra felicidad refleja la obediencia a nuestra alma. No es necesario ser un monje o una monja, o aislarse del mundo. El mundo está ahí precisamente para que lo disfrutemos y para que le sirvamos. Y sólo sirviéndole motivados por el amor y la felicidad, podremos ser útiles de verdad y dar lo mejor de nosotros. Cuando se hace algo por obligación, quizás hasta con un sentimiento de enojo o de impaciencia, el trabajo realizado no vale nada, siendo el despilfarro de un tiempo muy valioso que podríamos dedicar a uno de nuestros semejantes que realmente necesitase nuestra ayuda.

No es necesario analizar la verdad, ni justificarla o hablar demasiado sobre ella. Se la reconoce a la velocidad de un rayo. La verdad es parte de nuestro carácter. Solamente necesitamos una gran fuerza de convicción para las cosas insustanciales y complicadas de la vida que han conducido al desarrollo del intelecto. Las cosas que cuentan son las cosas simples: son aquellas en cuyo caso decimos: “¿Por qué? Es verdad. Parece que siempre lo he sabido.” Y así ocurre con la percepción de la felicidad que sentimos siempre que vivíamos en armonía con nuestro yo espiritual. Cuanto más estrecha es la relación, tanto mayor será la alegría. Piensen en lo radiante de felicidad que se encuentra una novia en la mañana del día de su boda, en el arrobamiento de una madre con su recién nacido y en el éxtasis de un artista en la culminación de su obra maestra. Ésos son los momentos en los que se extiende la unidad espiritual.

Imagínense por un momento lo maravillosa que sería la vida si todos pudiéramos vivir con esa alegría. Y eso es posible si no perdemos la obra de nuestra vida.

Capítulo 4. Si seguimos nuestros propios instintos, nuestros deseos, nuestros pensamientos, nuestras necesidades… entonces no deberíamos conocer otra cosa más que alegría y salud

Escuchar la voz de nuestra alma no es ningún objetivo imposible. Siempre que estemos dispuestos a reconocerlo, resultará muy fácil. La sencillez es la palabra clave de toda creación.

Nuestra alma (suave y delicada voz, la propia voz de Dios), nos habla a través de nuestra intuición, nuestros instintos, nuestros deseos, ideales, nuestras preferencias y desafectos habituales. De cualquier manera, es más fácil para nosotros si nosotros mismos la oímos, ¿Cómo si no podría Él hablar con nosotros? Nuestros verdaderos instintos, deseos, preferencias o aversiones nos han sido otorgados para que podamos interpretar las órdenes espirituales de nuestra alma con la ayuda de nuestra limitada percepción física, ya que a muchos de nosotros no nos es posible todavía vivir en una compenetración directa con su yo espiritual. Estas órdenes deben ser acatadas sin rechistar, porque únicamente el alma sabe qué experiencias son necesarias para el desarrollo de nuestra personalidad individual. Sea cual sea el mandamiento –se haga patente de forma trivial o cautelosa, se manifieste como un deseo por una taza de té o como la necesidad de la transformación total de nuestro estilo de vida–, debe ser obedecido de manera complaciente. El alma sabe que el estar satisfecho es el único camino para la sanación de cualquier mal que en este mundo consideramos como pecado o error, ya que mientras la globalidad se revela en contra de una cierta manera de actuar, no se subsana el error, sino que seguirá existiendo latentemente. Es mucho más fácil y rápido seguir metiendo el dedo en la mermelada hasta que uno se ponga malo y ya no le queden más ganas de probarla. Nuestras verdaderas necesidades, los deseos de nuestro verdadero “yo”, no deben ser confundidos con los deseos y las necesidades que tan a menudo nos meten otras personas en la cabeza o con la conciencia, que, al fin y al cabo, es lo mismo pero con otras palabras. No debemos hacer caso de cómo el mundo interpreta nuestra manera de actuar. Sólo nuestra alma es responsable de nuestro bienestar, nuestra buena reputación está en Sus Manos. Debemos tener la certeza de que únicamente existe un pecado: el pecado de no obedecer las órdenes de nuestra propia divinidad. Esto es un pecado frente a Dios y a nuestros semejantes. Estos deseos, inspiraciones y necesidades no son nunca egoístas, nos afectan únicamente a nosotros, son siempre adecuados y nos aportan salud mental y corporal.

La enfermedad es la consecuencia de la resistencia de la personalidad frente al liderazgo del alma que se manifiesta corporalmente. La enfermedad se presenta cuando hacemos oídos sordos a la voz “suave y delicada” y olvidamos la divinidad que hay en nosotros, o cuando intentamos imponer a otros nuestros deseos o permitimos que sus propuestas, ideas y órdenes nos influyan.

Cuanto más nos liberamos de influencias externas, de influencias de otras personas, tanto más nuestra alma puede servirse de nosotros para realizar la obra de Dios. Sólo cuando intentamos dominar a los otros o ejercer un control sobre ellos nos convertimos en egoístas: Pero el mundo pretende hacernos creer que es egoísta aquel que sigue sus propios deseos. El motivo para ello es que el mundo nos quiere esclavizar, ya que, en realidad, solamente podemos servir al bienestar de la humanidad si realizamos nuestro verdadero “yo” y conseguimos expresarlo sin limitaciones. Shakespeare pronunció una gran verdad cuando dijo: “Si eres sincero contigo mismo, entonces necesariamente se desprenderá de ello que no puedes ser deshonesto frente a otras personas. Esto está tan claro como que la noche sigue al día».

La abeja que elige una determinada flor para recoger miel es el instrumento que servirá para diseminar el polen, que es imprescindible para las jóvenes plantas de la futura vida.

Capítulo 5. Si permitimos que otros se inmiscuyan en nuestra vida, entonces ya no podremos oír las órdenes de nuestra alma conduciéndonos a la desarmonía y a la enfermedad. El momento en que el pensamiento de otra persona irrumpe en nuestro espíritu nos desvía de nuestro verdadero rumbo

Con nuestro nacimiento, Dios nos otorgó el privilegio de una individualidad única. Nos confió una tarea especial que sólo cada uno de nosotros podemos hacer. Él indicó a cada persona el camino propio que debe seguir sin que haya nada que le obstaculice. Por lo tanto, queremos estar pendientes para no permitir ninguna intromisión por parte de otros y, lo que quizás es aún más importante, que no nos inmiscuyamos bajo ningún concepto en la vida de los otros. Ahí reside la verdadera salud, el verdadero servicio al prójimo y la realización del sentido de nuestra vida.

En la vida de todas las personas se producen intromisiones. Forman parte del plan divino, y son necesarias para que podamos aprender cómo resistirnos a ellas. De hecho, podemos considerarlas como contrincantes verdaderamente útiles, cuya existencia está únicamente justificada por la circunstancia de que nos ayuden a hacernos más fuertes y a reconocer nuestra divinidad e invencibilidad. También debemos saber que sólo cobran importancia e impiden nuestro progreso si permitimos que nos influyan. El ritmo de nuestro progreso depende únicamente de nosotros. Es nuestra decisión si permitimos que nuestra tarea divina sea obstaculizada o si aceptamos la manifestación de la intromisión (llamada enfermedad), lo que provocaría nuestra limitación corporal y nuestro sufrimiento. La alternativa es que nosotros, que somos los hijos de Dios, nos sirvamos de esta intromisión para reafirmarnos aún más en el sentido de nuestra vida.

Cuantos más obstáculos haya en el camino de nuestra vida, tanto más seguros podremos estar del valor de nuestra tarea. Florence Nightingale logró su objetivo a pesar de la oposición de toda una nación. Galileo creía que la Tierra era redonda, aunque todo el mundo creía lo contrario, y el pequeño patito feo se convirtió en un cisne, aunque toda su familia se había burlado de él.

No tenemos ningún derecho a inmiscuirnos, sea de la manera que sea, en la vida de cualquier otro hijo de Dios. Únicamente nosotros tenemos el poder y la sabiduría para culminar la tarea adjudicada a cada uno de nosotros. Solamente cuando hacemos caso omiso de este hecho e intentamos imponer nuestras tareas a otros o permitimos que otros se inmiscuyan en nuestro trabajo, entonces irrumpe la desarmonía y la tensión en nuestras vidas.
Esta desarmonía y enfermedad se manifiesta en nuestro cuerpo y sirve únicamente para reflejar el funcionamiento de nuestra alma, de la misma manera que una sonrisa ilumina nuestros rostros o la ira los endurece. Esto mismo se puede aplicar a cosas mayores. El cuerpo refleja los verdaderos motivos de la enfermedad, tales como el miedo, indecisión, dudas, etc., a través del desorden de sus sistemas y tejidos.

Por este motivo, la enfermedad es la consecuencia de distorsiones e intromisiones al irrumpir en la vida de otro o permitir que otros lo hagan en la nuestra.

Capítulo 6. Todo lo que tenemos que hacer es salvaguardar nuestra personalidad, vivir nuestra propia vida, ser el capitán de nuestro propio barco, y así todo saldrá bien

En nosotros existen importantes características, a través de las que nos vamos perfeccionando poco a poco, concentrándonos posiblemente en una o dos a la vez. Son aquellas características que en la vida terrenal de todos los grandes maestros que ha habido de tiempo en tiempo se han puesto de manifiesto para enseñarnos y ayudarnos a reconocer lo sencillo que es superar todas nuestras dificultades.

Éstas son las siguientes posibilidades:

  • Amor Indulgencia Sabiduría
  • Simpatía Fuerza Perdón
  • Paz Comprensión Valor
  • Firmeza Tolerancia Alegría

Al perfeccionar en nosotros mismos estas cualidades, cada uno se hace que el mundo se aproxime un poco más a su definitiva e inimaginablemente gloriosa meta. Cuando reconocemos que no aspiramos a un beneficio egoísta o a ventajas personales, sino a que cada individuo –sea rico o pobre, sea de un elevado o bajo nivel social– tenga la misma importancia dentro del proyecto divino y cuente con los mismos poderosos privilegios para convertirse simplemente en el salvador del mundo a través del conocimiento de que es una criatura del Creador. Y al igual que existen esas cualidades, esos pasos hacia la perfección, también se dan obstáculos o impedimentos que tienen la finalidad de fortalecernos en nuestro destino y en nuestra constancia.

Las siguientes son las verdaderas causas de la enfermedad:

  • Inhibición Indiferencia. Ignorancia
  • Miedo Debilidad Impaciencia
  • Intranquilidad Duda Temor
  • Indecisión Entusiasmo exagerado Aflicción

Si permitimos el libre acceso a todos esos impedimentos, éstos se reflejarán en nuestro cuerpo, originando lo que llamamos enfermedad. Al no entender las verdaderas causas de la enfermedad, hemos atribuido esta desarmonía a influencias externas, a agentes desencadenantes de enfermedades, al frío o al calor, y a los resultados los hemos denominado artritis, cáncer, asma, etc. Se suele creer que la enfermedad tiene su origen en el cuerpo.

Además, existen determinados grupos de individuos, cada uno con su propia función, es decir, muestran en el mundo material una determinada lección que han aprendido. Cada uno tiene en ese grupo una personalidad determinada e individual una labor precisa y una forma propia de llevarlo a cabo. Éstas son también causas de las desarmonías, que se pueden poner de manifiesto en forma de enfermedad si no permanecemos fieles a nuestra personalidad individual y a nuestra labor.

La verdadera salud es felicidad, una felicidad que es muy fácil de conseguir porque está origina da por pequeñas cosas, como puede ser hacer aquello que hacemos con gusto como, por ejemplo pasar nuestro tiempo con aquellas personas que realmente queremos. En esas situaciones no existe tensión, ni esfuerzo, ni ambición por lo inalcanzable. La salud está ahí para nosotros, y podemos aceptarla en cualquier momento, a voluntad. Se trata de averiguar la labor para la que somos aptos y dedicarnos por entero a ella. Ay tantas personas que suprimen sus verdaderas necesidades y se convierten en personas que se desarrollan en el sitio equivocado. Como consecuencia de los deseos de su padre o de su madre, un hijo se convierte en abogado, soldado u hombre de negocios, cuando lo que en realidad quería ser era carpintero. O quizás el mundo pierda a otra Florence Nightingale por la ambición de una madre que quiere ver a su hija bien casada. Este sentido del deber es un sentimiento falso y, por eso, no brinda ningún servicio al mundo. Trae consigo desgracia, y probablemente se despilfarrará gran parte de la vida antes de que se pueda subsanar este error.

Érase una vez un maestro que dijo: “¿No sabéis que tengo que obedecer la voluntad de mi padre?” Lo cual significaba que debía obedecer su divinidad y no la voluntad de sus padres terrenales.

Queremos encontrar y realizar aquella cosa de la vida que realmente nos gusta. Deseamos convertir esa cosa en una parte tan importante de nuestra vida para que se convierta en algo tan natural como nuestra respiración, de la misma manera que para una abeja el recoger miel forma parte de ella, o para un árbol el perder sus hojas en otoño y volver a echar otras nuevas en primavera. Cuando investigamos la naturaleza, comprobamos que cada animal, cada pájaro, cada árbol y cada flor desempeña un papel determinado, ocupa un sitio propio, determinado y particular a través del cual enriquece el mundo aportando su granito de arena.

Cada gusano que cumple con su trabajo diario contribuye al riego y la limpieza de la tierra. La tierra proporciona las sustancias alimenticias para todas las plantas. Y por otro lado, la vegetación cuida de los hombres y de cada ser vivo, haciendo crecer las plantas en la secuencia adecua da para mantener el suelo fértil. Viven para la belleza y su sentido, y su labor es tan natural para ellas como la vida misma.

Y, cuando encontramos el trabajo para el que estamos hechos, si forma parte de nosotros, su realización entonces resulta muy fácil y hacerlo se convierte en una alegría. Nunca nos cansaremos de hacerlo, es nuestro “hobby”. A través de ello se ponen de manifiesto todos nuestros talentos y capacidades que están a la espera de ser desvelados. Haciendo ese trabajo nos encontramos como en casa y podemos sacar lo mejor del mismo si somos felices, lo que significa obedecer las órdenes de nuestra alma.

A lo mejor ya hemos encontrado el trabajo idóneo. ¡Qué vida más maravillosa! Algunos saben ya desde su niñez cuál será su vocación, dedicándose durante toda su vida a esta tarea. Otros, aun sabiendo desde niños lo que quieren, cambian de opinión debido a otras propuestas y a determinadas circunstancias de su vida, o bien son desilusionados por otras personas. Sin embargo, todos nosotros podemos recuperar nuestro ideal y, aun cuando no lo podamos reconocer inmediatamente, podemos ponernos en camino para aspirar a él, ya que únicamente el ponernos un objetivo nos aportará consuelo porque nuestras almas tienen paciencia con nosotros. El verdadero deseo, el verdadero motivo, es lo que cuenta, es el verdadero éxito, sea cual sea el resultado.
Por tanto, siga las órdenes de su “yo” espiritual.

Capítulo 7. Una vez que hayamos reconocido nuestra divinidad, se hace todo mucho más sencillo

Al comienzo, Dios dio al hombre el dominio sobre todas las cosas. El hombre, la criatura del Creador, tiene un motivo tan profundo para su desarmonía como la ráfaga del aire que entra por una ventana abierta, “Nuestros errores no se fundamentan en nuestras estrellas, sino en nosotros mismos”, y qué agradecidos y llenos de esperanza estaremos cuando seamos capaces de reconocer que la curación también se encuentra en nosotros mismos. Cuando apartemos de nosotros la desarmonía, el miedo, el temor o la indecisión, se restablecerá la armonía entre el alma y el espíritu, y el cuerpo recuperará la perfección en todas sus partes.

Independientemente de la enfermedad que padezcamos, sea cual sea el resultado de esa desarmonía, podemos estar seguros de que la sanación reside en el ámbito de nuestras posibilidades, ya que nuestra alma nunca exige de nosotros más de lo que podemos realizar sin esfuerzo.

Cada uno de nosotros es un sanador, porque cada uno experimenta en su corazón amor por alguna cosa: por nuestros semejantes, por los animales, la naturaleza o la belleza en alguna de sus manifestaciones. Y cualquiera de nosotros quiere conservar ese amor y contribuir a que sea cada vez mayor. Cada uno de nosotros también siente compasión por aquellos que sufren. Esta compasión es totalmente natural porque todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, hemos padecido. Por este motivo, no sólo nos podemos sanar a nosotros mismos, sino que también tenemos el privilegio de encontrarnos en situación de ayudar a sanar a nuestros semejantes, siendo los únicos requisitos para todo esto el amor y la compasión.

Nosotros, como hijos del Creador, llevamos la perfección en nosotros mismos y venimos al mundo con el fin de reconocer nuestra divinidad. Por esta razón, todos los exámenes y experiencias de la vida no pueden hacer nada contra nosotros, ya que con la ayuda de este poder divino todo es posible.

Capítulo 8. Las plantas medicinales son aquellas cuyo poder les ha sido otorgado para ayudarnos a conservar nuestra personalidad

Así como Dios Misericordioso nos ha proporcionado alimento, también Él deja crecer entre las hierbas de las praderas plantas maravillosas que nos deben sanar cuando estamos enfermos. Ellas están ahí, para ofrecer al hombre una mano amiga cuando éste ha olvidado su divinidad y permite que el miedo o el dolor impida su visión.
Éstas son las plantas medicinales:

  • Achicoria (Cichorium intybus).
  • Mímulo (Mimulus guttatus).
  • Agrimonia (Agrimonia eupatoria).
  • Scleranthus (Scleranthus annuus).
  • Clemátide (Clematis vitalba).
  • Centaura ( Centaurium umbellatum).
  • Genciana (Gentiana amarella).
  • Verbena (Verbena officinalis).
  • Ceratostigma (Cerastostigma willmottiana).
  • Impaciencia (Impatiens glandulifera).
  • Heliántemo (Helianthemun nummularium).
  • Violeta de agua (Hottonia palustris).

Cada planta medicinal se corresponde con una de las cualidades humanas, y su finalidad consiste en fortalecer esa cualidad, de tal forma que la personalidad pueda alzarse sobre los errores que representan a la correspondiente piedra que se nos cruza en el camino.

En la siguiente tabla están representados las cualidades, los errores y el remedio correspondiente que ayuda a la personalidad a superar esos fallos.

ERROR REMEDIO VIRTUD

  • Bloqueo emocional Achicoria Amor
  • Miedo Mímulo Compasión
  • Intranquilidad Agrimonia Paz
  • Indecisión Scleranthus Estabilidad
  • Indiferencia Clemátide Benevolencia
  • Debilidad Centaura Fuerza
  • Duda exagerada Genciana Entendimiento
  • Entusiasmo exagerado Verbena Tolerancia
  • Ignorancia Ceratostigma Sabiduría
  • Impaciencia Impaciencia Perdón
  • Temor Heliántemo Valor
  • Aflicción Violeta de agua Alegría

Los remedios contienen una fuerza curativa concreta que no tiene nada que ver con el creer a ciegas, ni su efecto depende de aquel que la proporciona, al igual que un somnífero hace que el paciente duerma, independientemente de que lo haya proporcionado el médico o la enfermera.

Capítulo 9. La Verdadera naturaleza de la enfermedad

En la verdadera curación no tiene ningún significado la naturaleza ni el nombre de la enfermedad física. La enfermedad del cuerpo, en sí misma, no es otra cosa más que el resultado de la desarmonía entre el alma y el espíritu. Representa sólo un síntoma de la verdadera causa y, dado que la misma causa se manifiesta de manera diferente casi en cada uno de nosotros, debemos intentar apartar la causa, desapareciendo automáticamente las consecuencias, cualesquiera que éstas fueran.

Esto lo podemos entender todavía mejor de manos del suicidio. El suicidio no ocurre por sí mismo. Algunas personas se cuelgan desde una gran altura; otros toman veneno, pero detrás de cualquier manifestación del suicidio se esconde la desesperación. Si podemos ayudar a esas personas que piensan en el suicidio a superar su desesperación y a que encuentren alguien o algo por lo que vivir, entonces están curadas para largo plazo. Si lo único que hacemos es retirarles el veneno, entonces únicamente los habremos salvado temporalmente. Más tarde intentarán, de nuevo y en cualquier momento, suicidarse. También el miedo tiene diferentes efectos según las personas. Algunas se quedan blancas, otras se ponen rojas, algunas se vuelven histéricas y, de nuevo, otras se enmudecen. Si logramos explicarles lo que es el miedo y les mostramos que son suficientemente fuertes para poder superar y enfrentarse a todo, entonces no habrá nada que pueda asustarlas. El niño no volverá a tener miedo de esa sombra en la pared cuando se le dé una vela y se le muestre cómo se originan esas sombras que bailan en la pared.

Durante demasiado tiempo hemos culpado a los agentes patógenos, resistentes a la alimentación y los hemos considerado como las causas de las enfermedades. Pero algunos de nosotros somos inmunes a epidemias de gripe, otras aman ese frescor que trae el viento frío, y otros muchos pueden comer queso y tomarse por la noche un café solo sin ponerse enfermos.

Nada en la naturaleza nos puede dañar si somos felices y armónicos, ya que precisamente para todo lo contrario está ahí la Naturaleza: para nuestro beneficio y disfrute. Sólo cuando permitimos que la duda y la depresión, la indecisión o el miedo crezca en nosotros, somos susceptibles ante las influencias externas. Por lo tanto, la verdadera causa que se esconde tras la enfermedad es el estado del paciente y no su constitución física.

Cada enfermedad, sea todo lo grave que se quiera, puede ser curada siempre que se recupere la felicidad del paciente y éste desarrolle el deseo de retomar la obra de su vida. Con frecuencia se necesita para ello una transformación mínima en su estilo de vida, cualquier idea fija insignificante que le hace intolerante frente a los demás, cualquier responsabilidad falsa que le esclaviza cuando podría hacer algo bueno. Existen siete maravillosos estadios en la curación de la enfermedad y son los siguientes:

Paz. Esperanza. Alegría. Confianza. Certeza. Sabiduría. Amor.

Capítulo 10. Para que nosotros mismos seamos libres, debemos dar libertad a los demás

La meta última de la humanidad es la perfección, y para alcanzar ese estado el hombre debe aprender a caminar ileso por entre las diferentes experiencias de la vida. Debe enfrentarse a todos los obstáculos y tentaciones sin permitir ser apartado de su camino. Si lo consigue, se verá libre de todas las dificultades, injusticias y padecimientos de la vida. Esa persona ha almacenado en su alma el amor perfecto, la sabiduría, el valor, la tolerancia y la comprensión que son el resultado de saber y ver todo, ya que el maestro perfecto es aquel que ha vivido todas las experiencias.

Nosotros podemos hacer de ese viaje por la vida una breve y satisfactoria experiencia cuando re conocemos que la libertad de servidumbre sólo se consigue si damos libertad a los demás. Seremos libres cuando demos libertad a los demás, ya que sólo podemos aprender a través de nuestro buen ejemplo, es decir, dando libertad a todas aquellas personas que tienen que ver con nosotros. Cuando demos libertad a cada ser vivo y a todos los que están a nuestro alrededor, entonces seremos nosotros libres. Si comprobamos que no intentamos controlar o manejar la vida del otro hasta en el más mínimo detalle, entonces nos daremos cuenta de que la intromisión ha desaparecido de nuestras vidas, porque son precisamente aquellas personas a las que tenemos maniatadas las que nos esclavizan. Érase una vez un hombre que estaba tan aferrado a sus propiedades que no pudo aceptar un regalo de Dios.

Nos podemos liberar fácilmente del dominio de los otros concediéndoles, primero, una libertad total y, segundo, negándonos suavemente a permitir ser dominados por ellos. Lord Nelson fue muy sabio cuando en una ocasión miró a través del telescopio con su ojo ciego. Sin obligación, sin oposición, sin odio y sin enemistad. Nuestros contrincantes son nuestros amigos, hacen que el juego merezca la pena, y al final del mismo todos deberíamos darnos la mano.

No sería lógico esperar que los otros hagan lo que queremos. Sus ideas son correctas, y aunque sus caminos discurran en una dirección diferente al nuestro, nuestra meta es la misma al final del camino. Comprobamos que no hacemos justicia a nuestros deseos si forzamos a los otros a que tengan los mismos.

Nos podemos comparar con una revista que es distribuida en los diferentes países del mundo: se dirigen a Asia, otras a Canadá, algunas otras a Australia y luego regresan al mismo puerto. ¿Por qué seguir entonces al barco que va al Canadá si queremos dirigirnos a Australia? Eso representa únicamente un retraso innecesario.

Aquí puede suceder de nuevo que no reconozcamos la pequeñez que nos tiene presos. Las cosas que nosotros queremos capturar son aquellas que nos capturan a nosotros. Eso puede ser una casa, un jardín, un mueble, etc. Incluso ellos tienen su derecho a la libertad. Las posesiones terrenales son finalmente perecederas, despiertan el miedo y la preocupación, porque nosotros en nuestro interior somos conscientes de su inevitable pérdida final. Estas cosas están ahí para que las disfrutemos, admiremos y las agotemos totalmente, pero no para que consigan un significado tan grande como para convertirse en cadenas.

Si damos libertad a todos y a todo lo que nos rodea, comprobaremos que seremos mucho más ricos en amor y propiedades que nunca anteriormente, ya que el amor que da libertad es el gran amor que une todavía más.

Capítulo 11. Sanación

Desde tiempos inmemoriales, la Humanidad ha reconocido que nuestro Creador, en su amor, ha hecho crecer hierbas en las praderas que nos permiten sanar, así como cereales y frutas para nuestro alimento.

Los astrólogos que han investigado las estrellas, y los homeópatas que han estudiado las plantas han buscado desde siempre el remedio que nos ayude a mantener nuestra salud y nuestra alegría de vivir.

Para encontrar el remedio que nos pueda ayudar, debemos encontrar primero la meta de nuestra vida, el objetivo al que aspiramos, y entender las dificultades de nuestra vida. A estas dificultades las denominamos errores o debilidades, pero no queremos dejarnos intranquilizar por ellas, ya que no son otra cosa más que la prueba de que estamos realizando grandes cosas. Nuestros errores deberían ser nuestros estimulantes, porque eso significa que tenemos grandes objetivos.

Debemos adivinar qué batallas podemos soportar y a qué enemigo intentamos vencer especialmente, entonces podemos recoger agradecidamente la planta que es apropiada para ayudarnos a vencer. Deberíamos aceptar esas plantas de la naturaleza como una riqueza medicinal, como el regalo divino de nuestro Creador para ayudarnos con nuestras dificultades.

Durante la verdadera curación no desaparece ningún pensamiento de la enfermedad. Lo que se tiene en consideración es el estado espiritual, sólo el problema espiritual. Lo que importa es dónde no nos hallamos en armonía con el plan divino. Esta desarmonía con nuestro yo espiritual puede provocar cientos de diferentes debilidades en nuestro cuerpo, ya que, al fin y al cabo, nuestro cuerpo lo que hace es reproducir el estado de nuestro espíritu, pero ¿qué papel juega? Si volvemos a poner en orden nuestro espíritu , entonces el cuerpo también sanará rápidamente. Resulta tal y como Cristo nos enseñó: “¿Qué es más fácil de decir que tus pecados te son perdonados, o levántate y anda?” Por eso queremos volver a dejar claro que nuestra enfermedad corporal no juega ningún papel. Es el estado de nuestro espíritu, y sólo eso, lo que importa. Ignoran do completamente la enfermedad que padecemos, debemos por ello sólo tener en cuenta a cuál de los siguientes tipos de personalidad pertenecemos.

Si se tuvieran dudas a la hora de elegir el remedio apropiado para cada uno, nos ayudaría si nos preguntásemos qué virtudes admiramos más en los otros o que defectos de las otras personas nos causan un rechazo más enérgico, ya que esos defectos que precisamente queremos eliminar en nosotros son los que más odiamos en las otras personas. De esta manera nos vemos incitados a eliminarlos en nosotros mismos.

Todos nosotros somos sanadores y, con nuestro amor y compasión, estamos en circunstancias para ayudar a aquellas personas que realmente quieren sanar. Busque el conflicto espiritual del paciente que se esconde tras la enfermedad, déle el remedio que le ayudará a superar ese defecto y todas las esperanzas y estímulos que le pueda entregar, y la fuerza curativa en él hará el resto.

Capítulo 12. Los remedios

(…)

Todos nosotros podemos hacernos con el valor necesario y conservar un corazón valiente ya que Dios nos ha puesto en este mundo para un objetivo aún mayor.

Él quiere que sepamos que somos sus hijos y que reconozcamos nuestra propia divinidad. Él desea que seamos perfectos, sanos y felices. Él pretende que sepamos que, a través de su amor, podemos conseguir todo, y nos recuerda que cuando lo olvidamos, entonces padecemos y pasamos a ser infelices. Él quiere que la vida de cada uno de nosotros esté llena de alegría, salud y un completo amor y servicio al prójimo, tal y como Cristo nos enseño: “Mi yugo y mi carga son ligeros”.

Estos remedios pueden ser elaborados por productores homeopáticos. También uno mismo los puede elaborar siguiendo los pasos que se describen a continuación:

– Coja una fuente de cristal no muy honda y llénela con agua de río o, preferentemente, de una fuente. Introduzca suficientes flores de la planta deseada, de manera que la superficie esté cubierta. Deje la fuente bajo el sol el tiempo necesario hasta que las flores comiencen a marchitarse. Saque cuidadosamente las flores y reparta el agua en botellas, mezclándola con la misma cantidad de coñac para su conservación.

– Una sola gota es suficiente para preparar 0,2 litros (200 ml), con agua (dilución en agua de la solución stock o madre de arriba), de la que se tomarán las dosis necesarias utilizando como medida una cucharilla.

– La dosis debería ser medida en la forma que el paciente considere necesaria; para casos agudos tomar cada hora; en casos crónicos, tres o cuatro veces al día, hasta que se perciba una mejora y el paciente pueda prescindir del remedio.

– Y no olvidemos que siempre debemos agradecer a Dios que haya hecho crecer todas esas plantas medicinales para nuestra curación.

Fuente: Bach, Edward. LOS REMEDIOS FLORALES. ESCRITOS Y CONFERENCIAS. Ed. Edaf. 1993

Sois Víctimas de Vosotros Mismos, Dr. Edward Bach

(Conferencia en Southport, febrero de 1931)

También traducida por “Uds. provocan su propio sufrimiento” o “Sufrís de vosotros mismos”, el Dr. Bach dio esta conferencia a un auditorio de médicos homeópatas. En ella el Dr. Bach señala los fundamentos filosóficos en que se basa su método de curación, señalando las diferencias con la homeopatía y los motivos por los cuales la terapia floral aparece como una propuesta superadora. Titulo original “You Suffer From Yourselves.

Para mí no resulta fácil dar este discurso delante de vosotros. Sois una sociedad de médicos, y yo os hablo también como médico. Pero la medicina de la que hoy quiero hablar aquí está tan lejos del parecer ortodoxo de hoy en día, que hace que este discurso apenas tenga nada que ver con la práctica actual, con la clínica privada o con la planta de un hospital tal y como actualmente las conocemos.

Si ustedes, como seguidores de Hahnemann, no se hubieran adelantado mucho a la medicina ortodoxa de los últimos 200 años de aquellos que todavía predican las enseñanzas de Galeno, tendría un miedo rotundo a hablar sobre este tema.

Pero las enseñanzas de su gran maestro y de sus seguidores han arrojado tanta luz sobre la naturaleza de la enfermedad, allanando el camino hacia la curación correcta, de tal manera que estoy seguro de que ustedes están preparados para avanzar conmigo un tramo de ese camino y saber aún más de la magnificencia de la salud total y de la verdadera naturaleza de la enfermedad y curación.

La inspiración de Hahnemann hizo que la humanidad pudiera ver la luz en la oscuridad del materialismo cuando el hombre había llegado ya tan lejos que consideraba a la enfermedad como un problema puramente material que únicamente debía ser solucionado y curado con medios materiales.

Al igual que Paracelso, él sabía que la enfermedad no podría existir si nuestro espíritu y nuestra inteligencia estuvieran en armonía. Fue por esto por lo que se puso en busca de remedios que pudieran sanar nuestro espíritu, trayéndonos así paz y salud.

Hahnemann realizó un gran progreso y nos hizo avanzar un gran tramo de nuestro camino. Pero, para su trabajo, disponía únicamente del tiempo que puede dar de sí una vida y, por eso, ahora nos toca a nosotros retomar sus investigaciones en el punto en el que las dejó. Tenemos que continuar su trabajo sobre la curación absoluta, cuyos fundamentos ya había creado y cuya obra había comenzado de forma tan digna.

El homeópata ya ha dejado de lado una gran parte de los aspectos innecesarios y de poca importancia de la medicina ortodoxa, pero aún tiene que avanzar más. Sé que ustedes quieren mirar hacia delante, ya que ni el saber del pasado ni el del presente son suficientes para aquel que busca la verdad.

Paracelso y Hahnemann nos enseñan a no prestar excesiva atención a los detalles de la enfermedad, sino a tratar a la personalidad, al hombre que lleva dentro, en el convencimiento de que la enfermedad desaparece cuando nuestro ser espiritual y mental se encuentran en armonía. Este grandioso fundamento es la enseñanza fundamental que debe ser continuada.

Lo siguiente que percibió Hahnemann fue cómo producir esa armonía, y pudo comprobar que la forma de actuar de las drogas y remedios de la antigua escuela, así como los elementos y plantas que él escogía, podía invertirse a través de una potenciación, de tal manera que la misma sustancia que ocasionaba envenenamientos y síntomas de enfermedad podía sanar esos males si era utilizada en una cantidad minúscula y preparada según un método especial.

De ahí formuló el principio: Igual con igual se cura. Además, esto es un principio fundamental de la vida que él nos ha cedido para que continuemos con la construcción del templo cuyos planes le habían sido revelados.

Si proseguimos la consecución de estos pensamientos, la primera y significativa conclusión a la que llegamos es la verdad sobre el hecho de que la enfermedad misma es eso que igual con igual se cura, ya que la enfermedad no es otra cosa que la consecuencia de una forma de actuar errónea. La enfermedad es el resultado natural de la desarmonía entre nuestro cuerpo y nuestra alma; es ese ,igual con igual se cura, porque es la enfermedad misma la que detiene e impide que nuestro comportamiento erróneo llegue demasiado lejos. Al mismo tiempo, la enfermedad es una lección que nos enseña a corregir nuestro camino y a armonizar nuestra vida con la órdenes de nuestra alma.

La enfermedad es la consecuencia de una manera equivocada de pensar y de un comportamiento erróneo, y desaparecerá cuando esa forma de actuar y esos pensamientos sean puestos de nuevo en orden. Cuando está aprendida la lección del dolor, del padecimiento y del pesar, entonces la existencia de la enfermedad carece de sentido y desaparece automáticamente.

Eso es lo que Hahnemann quería decir con su frase igual con igual se cura.

Recorramos juntos todavía un trozo más del camino

Una nueva y maravillosa perspectiva se abre frente a nosotros, y vemos que la curación verdadera se puede alcanzar, pero no apartando lo equivocado a través de lo equivocado, sino sustituyendo lo equivocado por lo correcto. Lo bueno sustituye a lo malo la luz a la oscuridad.

Aquí se llega a comprender que ya no podemos seguir por más tiempo combatiendo la enfermedad con la enfermedad. Ya no podemos hacer frente a la enfermedad con los productos de la enfermedad. Ya no intentamos apartar las enfermedades con sustancias que las pueden ocasionar. Todo lo contrario, resaltamos la virtud opuesta que subsanará el error.

La farmacopea del futuro inminente deberían contemplar únicamente aquellos remedios que tienen el poder de sacar lo bueno, mientras que deberían ser eliminados todos aquellos remedios cuya única cualidad es la de oponerse a lo malo.

Es cierto que el odio puede ser vencido por un odio aún mayor, pero sólo podrá ser sanado por el amor. La crueldad puede ser evitada a través de una crueldad aún mayor, pero sólo podrá ser apartada si se desarrolla la compasión. En presencia de un miedo aún mayor, se puede perder y olvidar e propio miedo, pero la verdadera curación del miedo es el valor total.

Y por este motivo, todos nosotros, los que pertenecemos a esta escuela de medicina, debemos concentrar nuestra atención sobre esos remedios maravillosos que Dios ha puesto en la naturaleza para que los utilicemos en nuestra curación, y entre los cuales se encuentran las beneficiosas y sobresalientes plantas medicinales.

Claramente, en esencia es erróneo cuando se dice que igual con igual se cura. Aunque la idea de la verdad que tenía Hahnemann era correcta, sin embargo, la expresó de manera incompleta. Lo igual puede fortalecer a lo igual; lo igual puede apartar a lo igual, pero en el verdadero sentido de a curación, lo igual no puede sanar a lo igual.

Cuando se escuchan las enseñanzas de Krishna, Buda o de Cristo, encontramos que ellas encierran perennemente el principio de que lo bueno vence a lo malo. Cristo nos enseñó a hacer frente a lo malvado, a amar a nuestros enemigos y a perdonar a aquellos que nos persiguen. Ahí no aparece ninguna curación en el sentido de que lo igual sana a lo igual. Por eso, en la verdadera sanación, así como en el desarrollo espiritual, siempre debemos aspirar a alcanzar lo bueno para expulsar lo malo; a lograr el amor para vencer al odio; a crear la luz para acabar con la oscuridad. Es por este motivo por el que debemos evitar cualquier sustancia nociva, cualquier producto perjudicial, y usar, por el contrario, todo aquello que haga bien y sea beneficioso.

Sin ningún género de dudas, Hahnemann, se esforzó por transformar, a través de su método de la potenciación, lo erróneo en correcto, lo venenoso en virtud, pero resulta mucha más fácil emplear directamente los remedios que benefician y que hacen el bien.

La sanación está por encima de todas las cosas materiales y de cualquier ley. Es de origen divino y, por eso, no puede estar sujeta a cualesquiera de nuestros convencionalismos o a los patrones normales. Por consiguiente debemos elevar nuestros ideales, nuestros pensamientos y objetivos a maravillosas y sublimes dimensiones que nos han sido mostradas y enseñadas por los grandes maestros.

¿No piensan por un momento que todo esto nos aparta de la obra de Hahnemann? Todo lo contrario, él indicó las grandes leyes fundamentales, las bases, pero él tuvo sólo una vida, y si hubiera continuado con su obra habría llegado, sin lugar a dudas, a los mismos resultados. Nosotros continuamos ahora con su obra y se la cederemos al siguiente estadio natural de desarrollo.

Ahora queremos reflexionar sobre el hecho de por qué la medicina debe modificarse de manera inevitable. La ciencia de los anteriores 200 años ha considerado siempre a la enfermedad como un factor material que puede ser apartado a través de medios naturales. Por supuesto, todo esto es rotundamente falso.

La enfermedad del cuerpo, tal y como nosotros la conocemos, es un resultado, un producto final, un estadio final de algo mucho más profundo. El origen de la enfermedad no se encuentra a nivel físico, sino, más bien, a nivel espiritual. La enfermedad es, en un 100%, el resultado de un conflicto entre nuestro yo espiritual y nuestro yo perecedero. Siempre que estos dos se encuentren en mutua armonía, nos encontramos totalmente sanos. Ahora bien, cuando ya no existe esa compenetración, tiene entonces como consecuencia lo que conocemos como enfermedad.

La enfermedad es únicamente un correctivo. No es ni un castigo ni una crueldad, pero es el medio que emplea nuestra alma para indicarnos nuestros errores, impedir que cometamos fallos aún mayores y para evitar que se produzcan otros males, conduciéndonos de vuelta al camino de la verdad y de la luz, del que nunca deberíamos habernos apartado.

En realidad, la enfermedad está al servicio de nuestro bienestar y hacer el bien, aunque deberíamos evitarla con que sólo tuviéramos el entendimiento correcto junto con el deseo de hacer lo que se considera correcto.

Cualesquiera de los errores que siempre cometemos se muestran en nosotros mismos y ocasionan –según la naturaleza del error– desgracia, ausencia de bienestar o padecimiento. El objetivo reside en hacernos conscientes del efecto perjudicial de una actitud equivocada o de una forma errónea de pensar. Al producirse en nuestro caso resultados semejantes, se nos muestra cómo podemos causar aflicción a otras personas, infringiendo de esta manera la grandiosa y divina ley del amor y de la unidad.

Para la comprensión del médico, la enfermedad misma indica el tipo de conflicto. Quizá se pueda ver todo esto más claro al ilustrarlo con ejemplos, para acercarles a la idea de que da igual la enfermedad que se padezca, el caso es que ésta aparece porque no reina el equilibrio entre la persona y la divinidad existente en esa persona.

El dolor es la consecuencia de la crueldad, que ocasiona dolor en los otros, ya sea espiritual o corporal. Pero podrán estar seguros de que descubrirán en su propia persona una ruda forma de proceder o un pensamiento cruel cuando se analicen a sí mismos en los momentos en que padezcan dolor. Aparten de ustedes estas tendencias crueles y desaparecerá el dolor.

Cuando alguna de sus articulaciones o algunos de sus miembros se encuentre agarrotado, podrán estar seguros de que esa misma rigidez está presente en sus espíritus, de que se encuentran aferrados a cualquier idea, principio o convencionalismo con el que deben romper. Si padece asma o tienen alguna dificultad a la hora de respirar, de alguna manera le están robando el aire a otra persona. Si sienten que se ahogan, es porque no tienen el valor suficiente para hacer lo correcto. Cuando se sienten débiles, entonces es porque están permitiendo que alguien impida a su fuerza vital penetrar en sus cuerpos. Incluso la parte del cuerpo afectada hace referencia a la naturaleza del error: la mano significa una forma errónea de actuar; el pie, que se comete un error al ayudar a los otros; el cerebro indica una falta de control; el corazón hace referencia a una carencia, exceso o a un comportamiento falso en el amor; el ojo muestra una falsa percepción y señala el hecho de que no se quiere ver la verdad cuando uno tiene que enfrentarse a ella. Igualmente, se puede profundizar en el motivo y la naturaleza de una enfermedad como una lección que el paciente debe aprender y su necesaria corrección.
Permítame echar una breve ojeada al hospital del futuro.

Será un oasis de paz, de esperanza y de alegría. No habrá lugar para las prisas y el ruido. No existirá ninguno de esos terribles aparatos y máquinas que hoy en día se utilizan. No se olerá a productos desinfectantes ni a anestesias. No aparecerá nada que recuerde a la enfermedad y al padecimiento. Los pacientes no serán continuamente molestados para tomarles la temperatura. No existirán reconocimientos diarios con estetoscopios y otros aparatos de exploración para grabar en el ánimo del paciente la naturaleza de su enfermedad. No habrá lugar para esas continuas tomas de tensión para transmitir al paciente la sensación de que su corazón palpita demasiado rápido. No aparecerán ninguna de estas cosas, porque todo ello dificultad la atmósfera de paz y tranquilidad que tan necesaria es al paciente para facilitar su pronta recuperación. Tampoco habrá ya necesidad de laboratorios, porque el análisis microscópico de los detalles, no tendrá ninguna importancia cuando se haya comprendido que es el paciente el que debe ser tratado y no la enfermedad.

El objetivo de todas esas instituciones será el producir una atmósfera de paz, de esperanza, de alegría y de confianza. Todo lo que se haga será para que el paciente sea estimulado, a olvidar su enfermedad y a que aspire a su recuperación, corrigiendo al mismo tiempo cada uno de los fallos existentes en su naturaleza, y para que entienda la lección que debe de aprender.

Todo será maravilloso y hermoso en el hospital del futuro, de tal forma que el paciente busque la manera de salir de ese lugar no sólo para liberarse de su enfermedad, sino también para desarrollar el deseo de llevar una vida en la que exista una mayor armonía con las órdenes de su alma de lo que ha existido hasta ahora.

El hospital se convertirá en la madre de los enfermos. El hospital los tomará en sus brazos, los tranquilizará y consolará, proporcionándoles al mismo tiempo esperanza, confianza y valor para superar sus dificultades.

El médico del mañana reconocerá que él, por sí mismo, no posee ningún poder para sanar al otro, sino que le fueron dados los conocimientos de cómo guiar a sus pacientes y lograr que la fuerza curativa sea canalizada a través de él para, de esta manera, liberar a los enfermos de sus padecimientos. Todo esto lo recibe el médico cuando dedica su vida al servicio de sus semejantes, al estudio de la naturaleza humana, de tal forma que pueda comprender parcialmente el sentido de esta naturaleza, y tiene un deseo de todo corazón de liberar a los hombres de sus padecimientos y de dar todo por ayudar a los enfermos. Entonces, su poder y capacidad de ayudar crecerá de forma directamente proporcional según la intensidad de su deseo y de su disponibilidad a servir. El médico comprenderá que la salud, al igual que la vida, depende única y exclusivamente de Dios, y sólo de él. Comprenderá también que los remedios que emplea sólo son remedios dentro del plan divino que contribuyen a conducir al afectado de nuevo hacia el camino de la ley divina.

El médico del mañana no tendrá interés en la patología o en la anatomía patológica, ya que él investiga la salud. Para él no juega ningún papel el hecho de que, por ejemplo, la disnea sea producida o no por el bacilo de la tuberculosis, por el estreptococo o por cualquier otro microorganismo. Pero, por el contrario, será marcadamente importante para él el saber por qué el paciente al respirar tiene que padecer semejantes dificultades. Es insignificante el saber que parte del corazón es la que está dañada y, por contra, es tremendamente importante descubrir de qué manera el paciente ha desarrollado de manera equivocada su amor. Los rayos X ya no serán utilizados para examinar una articulación artrítica, sino que más bien se investigará la personalidad de paciente para descubrir dónde se encuentra el agarrotamiento en su alma.

Los diagnósticos de las enfermedades ya no serán dependientes de los síntomas y muestras corporales, sino de la capacidad del paciente de corregir sus errores y de poder volver a estar en armonía con su vida espiritual.

La formación del médico, englobará un profundo estudio de la naturaleza humana que conducirá a una gran percepción de lo puro y perfecto, a la comprensión del estado divino del ser humano, así como al conocimiento de cómo se puede ayudar a aquellos que padecen, de manera que su relación con su yo espiritual vuelva a ser armónica y en su personalidad se restablezca de nuevo la salud y la concordia.

El médico del futuro estará en condiciones de poder averiguar el conflicto existente en la vida del paciente que ha ocasionado la enfermedad o desarmonía entre el cuerpo y el alma. Esto le permitirá darle al paciente el consejo que para él es el adecuado y tratarlo.

El médico también tendrá que estudiar la naturaleza y sus leyes, estará familiarizado con las fuerzas curativas de la naturaleza de tal forma que pueda utilizar estos conocimientos para el beneficio del paciente.

El tratamiento del mañana despertará, en esencia, cuatro cualidades en el paciente:

1. Paz.
2. Esperanza
3. Alegría
4. Confianza

Todo el ambiente que le rodee, así como la atención, así como la atención que se le preste al paciente, estarán al servicio de ese objetivo. Al englobar al paciente en una atmósfera de salud y de luz, se apoyará su recuperación. Al mismo tiempo, los errores del paciente han sido diagnosticados, se ha conseguido que él los vea claros y ahora obtiene apoyo y ánimo para poder superarlos.

Además, le serán suministrados los remedios maravillosos que han sido bendecidos por Dios con fuerzas curativas para abrir en él los canales que captan la luz del alma, de manera que la fuerza curativa penetre e invada al paciente.

La manera de actuar de estos remedios consiste en elevar nuestras vibraciones y en abrir nuestros canales para que nuestro yo espiritual pueda sentir, en invadir nuestra naturaleza con la virtudes que necesitamos y en subsanar los errores que en nosotros ocasionan daños. Estos remedios son capaces, al igual que una música maravillosa o que todas esas magníficas cosas que nos inspiran, de elevar nuestra naturaleza y de acercarnos a nuestra alma, y, precisamente a través de esta forma de actuar, nos traen consigo paz y nos liberan de nuestros padecimientos.

No sanan atacando la enfermedad, sino invadiendo nuestro cuerpo con las maravillosas corrientes de nuestra naturaleza ya más elevada, en cuya presencia cada enfermedad se funde como la nieve bajo los rayos del sol.
Finalmente, estos remedios cambian la actitud del paciente frente a la salud y la enfermedad.

Se debe acabar para siempre con el pensamiento de que se puede comprar el alivio de una enfermedad con oro o plata. La salud tiene, como la vida, un origen divino, y sólo puede ser alcanzada a través del empleo de medios divinos. Dinero, lujo o viajes pueden hacer que, de puertas para afuera, parezca que podemos comprar una mejora de nuestro estado corporal, pero todas estas cosas nunca nos podrán proporcionar la verdadera salud.

El paciente del mañana entenderá que él, y solamente él, podrá liberarse de su padecimiento, aunque pueda recibir consejo y ayuda por parte de otras personas cualificadas que le apoyan en su esfuerzo. La salud, por tanto, existe cuando podemos hablar de armonía entre el alma, el espíritu y el cuerpo. Esta armonía es condición indispensable antes de que se pueda producir la curación.

En el futuro, uno ya no se sentirá jamás orgulloso de estar enfermo. ¡Todo lo contrario! La gente se avergonzará tanto de su enfermedad como se deberían avergonzar de un asesinato.

Ahora, quisiera aclararles cuáles son los dos estados del espíritu que, en nuestro país, provocan más enfermedades que cualquier otra causa. Estos son los grandes errores de nuestra civilización: la codicia y la falsa idolatría.

La enfermedad nos ha sido otorgada a modo de correctivo. Ella es la consecuencia de nuestra manera errónea de proceder y de pensar. Sí, no obstante, podemos corregir nuestros errores y vivir en armonía con el plan divino, entonces la enfermedad nunca más nos buscará.

En nuestra civilización, la codicia eclipsa todo. Tenemos ansias de bienestar, de posición social, de una elevada situación profesional, de honra mundial, de bienestar y popularidad. No obstante, esta ambición es inofensiva en comparación con otro tipo de apetencias.

Lo peor de todo es la ambición de poseer a otra persona. Es cierto que este aspecto está tan extendido entre nosotros que lo consideramos correcto y adecuado. Sin embargo, esto no atenúa su aspecto negativo, ya que el querer poseer o influir sobre otros individuos o personalidades significa la usurpación del poder de nuestro Creador.

¿Cuántas personas podría encontrar entre sus amigos o familiares que sean realmente libres? ¿Cuántas no están ligadas o se ven influenciadas o dominadas por otras personas? ¿Cuántas de ellas podrían afirmar cada día, cada mes, cada año, que únicamente obedecen los dictados de su alma y que le son indiferentes las influencias de otras personas?

Y, sin embargo, cada uno de nosotros es un alma libre que solamente debe responder ante Dios de sus acciones y, también de sus pensamientos.

Quizá la lección más grande de la vida es la de aprender a tener libertad. Libertad respecto a las circunstancias que nos rodean, frente a nuestro ambiente cotidiano, frente a otras personalidades y frente a nosotros mismos, ya que en tanto no seamos libres no podremos estar en situación de darnos totalmente y de servir a nuestros semejantes.

Analicemos ahora si somos víctimas de una enfermedad o cualquier otra dificultad, si nos vemos rodeados de personas o de amigos que nos molestan, si vivimos con personas que nos dominan y nos ordenan, que se inmiscuyen en nuestros planes o que impiden nuestro desarrollo. Nosotros mismos somos los responsables de ello. El motivo de todo esto es que, dentro de nosotros, existe una tendencia que obstaculiza la libertad del otro, o bien nos falta el valor de reafirmarnos en nuestra propia individualidad y re reivindicar nuestro derecho a nacer.

En el momento en el que hayamos dado una completa libertad a todos nuestros semejantes, cuando ya no sintamos el deseo de unir otras personas a nosotros y de limitarlas, cuando nuestro único pensamiento consista en dar y no en tomar, entonces, en ese momento, seremos verdaderamente libres. Nuestras ataduras caerán y romperemos las cadenas y, por primera vez en nuestra vida, sabremos de la extraordinaria alegría que proporciona la libertad absoluta. Liberados de todas las limitaciones humanas, serviremos diligentemente y llenos de alegría sólo a nuestro más elevado yo.

El ansia de poder se ha desarrollado tanto en el mundo occidental, que hace necesaria la aparición de graves enfermedades antes de que la persona afectada pueda reconocer su equivocación y corregir su comportamiento. Y, según la intención con la que dominemos a nuestros semejantes, debemos de padecer en tanto que lo que nos hayamos atribuido no le competa al ser humano.

La libertad completa es nuestro derecho de nacimiento, y solamente la podemos alcanzar cuando le concedamos esa libertad a cada alma viva que se nos cruce en nuestro camino, puesto que, en verdad, recogemos lo que sembramos, tal y como dice el dicho: El que no siembra no recoge.

Al igual que irrumpimos en la vida de otra persona, ya sea joven o mayor, eso debe de tener repercusiones en nosotros. Cuando limitamos sus actividades, de alguna manera podemos comprobar que nuestro cuerpo se ve también limitado por una especie de rigidez. Sí, además, les proporcionamos dolor y padecimiento, entonces debemos estar preparados para padecer lo mismo hasta que nos hayamos enmendado. Y no existe ninguna enfermedad, ni siquiera una ten grave, que no sea necesaria para examinar nuestras actuaciones y modificar nuestro comportamiento.

Aquellos de ustedes que padezcan bajo el dominio de otras personas, pueden adquirir un nuevo valor, ya que eso significa que se ha logrado un paso más en su desarrollo, en el que se le imparte la lección de cómo volver a recuperar su libertad. Y, exactamente, el dolor y padecimiento que se soporta es la lección que les permitirá poder corregir sus propias equivocaciones. Y, tan pronto como hayan reconocido estos errores y los hayan corregido, desaparecerán las dificultades.

Para poder llevar esto a cabo, se deben practicar grandes bondades. No se puede, jamás, herir a otra persona a través de un pensamiento, una palabra o un hecho. Pensemos que todas las personas trabajan en su propia liberación, yendo por la vida aprendiendo las lecciones que les son necesarias para la perfección de su propia alma. Esto lo deben hacer para ellos mismos. Deben tener sus propias experiencias, reconocer las trampas de la vida y, a través de sus propias fuerzas, encontrar el camino que conduce a la cumbre. Lo más maravilloso que podemos hacer, ahora que poseemos un poco más de conocimiento y experiencia que nuestros jóvenes, es conducirlos suavemente. Si nos prestan atención, estupendo. En caso contrario, debemos esperar hasta que hayan tenido otras experiencias que deben hacerles conscientes de sus emociones y, entonces, quizás se dirijan de nuevo a nosotros.

Deberíamos aspirar a ser útiles de manera bondadosa, tranquila y paciente, a movernos entre nuestros semejantes como un soplo de viento o un rayo de sol. Tendríamos que estar siempre preparados para ayudar cuando nos lo pidan, pero nunca debemos imponerles nuestros puntos de vista.

Y ahora quisiera hablar sobre otro gran impedimento que se interpone a la salud y que hoy en día está muy extendido. Se trata de uno de los mayores impedimentos con los que se encuentra los médicos en su esfuerzo por sanar al paciente. Es un impedimento que es una forma de divinización, Cristo dijo: “No se puede servir al mismo tiempo a Dios y al dinero”, y, sin embargo, el dinero es una de las piedras con que tropezamos más a menudo. Hubo una vez un glorioso y magnífico ángel, que se le apareció a San Juan, cayendo éste de rodillas presa de la admiración a la vez que le adoraba, pero el ángel le dijo: “No debes arrodillarte ante mí, ya que soy tu siervo y el siervo de tu hermano. Adoremos a Dios” Y, sin embargo, hoy en día miles de personas no adoran a Dios, ni siquiera a un poderoso ángel, sino a un semejante. Les puedo asegurar que una de las mayores dificultades que debemos superar es el endiosamiento de un mortal.

Qué habitual es la frase: “Debo preguntar a mi padre, a mi hermana, a mi marido… “ ¡Qué tragedia! Imaginarse que un alma humana que lleva adelante su evolución divina deba pararse para pedir permiso a un semejante. ¿A quién cree que debe agradecer su origen, su vida? ¿A un semejante o a su creador?

Debemos comprender que únicamente debemos responder ante Dios de nuestros pensamientos y de nuestras actuaciones. Y que, de hecho, se trata de una falsa idolatría el dejarse influenciar por los otros mortales, el seguir sus deseos o el tener en cuenta sus necesidades. La penalización es muy grave, nos ata, nos lanza a la cárcel y limita nuestra vida. Y eso debe ser así porque no nos merecemos otra cosas si obedecemos las órdenes de otros semejantes sabiendo que todo nuestro yo sólo debería conocer una orden y ésa es la de nuestro Creador, que nos ha regalado nuestra vida y nuestra comprensión.

Pueden estar seguros de que la persona que se siente obligada con su mujer, con su hijo o con un amigo, es un idólatra que sirve al dinero y no a Dios.

Recordemos las palabras de Cristo: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?, lo que significa que cada uno de nosotros, seamos lo pequeño e insignificante que queramos, está aquí para servir enteramente a nuestros semejantes, a la humanidad y al mundo, y nunca, ni siquiera durante el más breve momento, debe seguir las órdenes de otra persona cuando éstas contravengan de cualquier manera los motivos que reconocemos como las órdenes de nuestra alma.

Sean el capitán de sus almas, el maestro de sus destinos (lo que significa que, sin prestar ningún tipo de resistencia, se dejen dominar y guiar por la divinidad que existe en ustedes a través de otra persona o de una circunstancia), vivan siempre en armonía con las leyes de Dios y sean sólo responsables ante Dios, que nos ha regalado nuestra vida.

Quisiera desviar todavía su atención hacia otro punto. Piensen siempre en la orden que Cristo dio a sus discípulos: “No os opongáis a lo negativo.” La enfermedad y los errores no se vencen a través de la lucha, sino al sustituirlos por lo bueno. La oscuridad desaparece con la luz y no con más oscuridad; el odio lo hace con el amor, la crueldad con la compasión y la enfermedad con la salud.

Nuestro objetivo reside únicamente en reconocer nuestros errores y en esforzarnos por desarrollar la virtud que se le opone, de tal forma que el error desaparece al igual que la nieve se funde bajo el sol. No luchen contra sus preocupaciones. No batallen con sus errores y debilidades, es mucho mejor que los olviden y se concentren en el desarrollo de las virtudes necesarias.

Resumiendo. Podemos reconocer la importancia que, en el futuro, tendrá la homeopatía en la superación de enfermedades. Ahora, cuando hemos comprendido que la enfermedad en sí significa Igual con Igual se cura, que nosotros mismos somos los culpables de la enfermedad, que ésta aparece para corregir nuestros errores, representando en última instancia un bien para nosotros, y que podemos evitarla si aprendemos las lecciones necesarias y corregimos esos errores antes que sean necesarias otras lecciones del dolor aún más difíciles. Esto es la consecución natural de la magnífica obra de Hahnemann. La consecución lógica de este pensamiento se le hizo patente a él conduciéndonos un paso más adelante hacia una comprensión completa de la enfermedad y la salud, y ése es el estadio en el que superamos el vacío existente entre lo que él nos ha legado y el ocaso del día, cuando la humanidad haya hecho semejante progreso, pudiendo así recibir directamente la grandeza de la sanación divina.

Aquel médico juicioso que escoja esmeradamente sus remedios de las beneficiosas plantas de la naturaleza, estará en situación de ayudar a sus pacientes, de abrir los canales que posibilitan una mayor unidad entre cuerpo y alma, desarrollando, por lo tanto, las virtudes que son necesarias para subsanar los errores. Esto proporciona a la humanidad la esperanza de una verdadera salud en conexión con progresos espirituales.

Para los pacientes, es necesario que estén preparados para confrontarse con la realidad de que la enfermedad es, única y exclusivamente fruto de sus propios errores, al igual que el precio del pecado es la muerte. Deben desear corregir esos errores, llevar una vida mejor y más plena de sentido, y reconocer que la sanación, depende únicamente de sus propios esfuerzos, aunque puedan ir al médico para que les ayude y guíe.

La salud ya no se puede conseguir con dinero, igual que un niño no puede comprar su educación. No hay ninguna suma de dinero capaz de enseñar a un niño a escribir. Él lo debe aprender bajo la dirección de un profesor experimentado, y exactamente igual es el comportamiento de la salud.

Existen dos grandes mandamientos: Ama a Dios y a tus semejantes. Queremos desarrollar nuestra individualidad de forma que consigamos una completa libertad para servir al divinidad en nosotros mismos y, únicamente, a esa divinidad. Y deseamos darle a todos los otros una completa libertad y servirles de la manera en que esté en nuestro poder según las leyes de nuestra alma. Y la capacidad de servir a nuestros semejantes aumenta al hacerse cada vez mayor nuestra propia libertad.

Por este motivo, debemos enfrentarnos al hecho de que nosotros mismos, exclusivamente, somos los responsables de nuestra enfermedad, y de que el único tratamiento reside en corregir nuestros errores. Toda verdadera curación aspira a representar para el paciente un apoyo para armonizar su alma, su espíritu y su cuerpo. Eso solamente lo puede llevar a cabo él mismo, aunque el consejo y la ayuda de una persona experimentada puedan representar una gran ayuda en todo ello.

Tal y como Hahnemann expuso, toda sanación que no haya procedido del interior perjudica. Toda recuperación aparente del cuerpo, conseguida a través de métodos materiales o por la actuación de otra persona, que no cuente con la ayuda propia del paciente, puede aportar seguramente cierto alivio corporal, pero dañará nuestro más elevado yo, ya que la lección no ha sido aprendida ni los errores subsanados. Cuando se piensa en las numerosas curaciones artificiales y superficiales que se llevan a cabo hoy día con la ayuda del dinero y de métodos médicos equivocados: son métodos falsos porque simplemente acallan los síntomas proporcionando un alivio aparente sin haber eliminado las verdaderas causas.

La sanación debe proceder de nuestro propio interior al reconocer nuestros errores, corregirlos y conseguir que nuestra vida esté en armonía con el plan divino. Y dado que nuestro Creador, en su bondad, nos ha proporcionado ciertas plantas medicinales bendecidas por él que nos deben ayudar a lograr nuestra victoria, queremos buscar estas plantas y utilizarlas tan bien como nos sea posible, para así ascender la montaña de nuestra evolución hasta que llegue el día en el que hayamos alcanzado la cima de la perfección.

Hahnemann había reconocido la verdad de que Igual con Igual se sana, que en realidad significa que la enfermedad cura a la manera equivocada de proceder, que la verdadera sanación no es otra cosa que un nivel más alto, y que el amor y todos sus atributos expulsan a lo equivocado.

Él reconoció que en la verdadera sanación no debe ser utilizado nada que retire al paciente su propia responsabilidad, sino que sólo deben ser empleados aquellos remedios que le ayuden a superar sus propios errores.

Ahora sabemos que ciertos remedios en la farmacopea homeopática tienen el poder de superar nuestras vacilaciones, dotando, por lo tanto, de una mayor armonía a nuestro cuerpo y a nuestra alma y sanando a través de la armonía alcanzada de esta manera.

Finalmente, es nuestra labor depurar la farmacopea, así como añadirle nuevos remedios, hasta que sólo contenga aquellos que son beneficiosos y conmovedores.

Fuente: Bach, Edward. Los Remedios Florales: Escritos y Conferencias. Edaf. Madrid, 1993.

Cúrate a ti mismo (1930), Dr. Edward Bach

Titulo original “Heal Thyself”

Una explicación de la causa real y de la curación de la enfermedad

Escrito entre junio y julio de 1930 fue originalmente titulado por el Dr. Bach con el significativo nombre de “Salgamos al Sol” (“Como out into sunshine”). Su denominación actual, también traducida por “Cúrense a Uds. mismos”, fue propuesta por la empresa editora según consta en una de las cartas que se conservan.

En este impresionante Escrito del Dr.Bach describe su cosmivisión, su filosofía de la vida (y después de la vida en la tierra), cómo entiende la enfermedad, sus causas y cómo lograr la curación. De lectura imprecindible para todo aquel que desee adentrarse en el sistema de esencias florales de Bach.

CAPÍTULO I

No pretende este libro sugerir que es innecesario el arte de curar; lejos de nosotros semejante intención; pero sí esperamos humildemente que sea una guía para quienes sufren, y les ayude a buscar dentro de sí mismos el origen real de sus enfermedades para que así puedan ayudarse a curar. Aún más, esperamos que pueda estimular a aquellos, tanto en la profesión médica como en las órdenes religiosas, que se preocupan por el bienestar de la humanidad, a redoblar sus esfuerzos para aliviar los sufrimientos humanos, y de ese modo acelerar el advenimiento del día en que sea completa la victoria sobre la enfermedad.

La principal razón del fracaso de la ciencia médica moderna es que trata los síntomas pero no las causas. Durante muchos siglos, la auténtica naturaleza de la enfermedad ha quedado enmascarada por el materialismo, y así la enfermedad ha tenido todas las oportunidades de extender sus estragos, puesto que no se han atacado sus orígenes. La situación es como la de un enemigo poderosamente fortificado en las colinas, enviando continuas guerrillas por el territorio de alrededor, mientras la gente, descuidando la guarnición fortificada, se contenta con reparar los daños causados en las casas y con enterrar a los muertos provocados por los guerrilleros. Así es, en términos generales, la situación en la medicina actual: se hace un remiendo en los atacados y se entierra a los degollados, sin pensar en la verdadera fortaleza.

Nunca se erradicará ni se curará la enfermedad con los actuales métodos materialistas, por la sencilla razón de que la enfermedad no es material en su origen. Lo que nosotros conocemos como enfermedad es el último resultado producido en el cuerpo, el producto final de fuerzas profundas y duraderas, y aunque el tratamiento material sólo sea aparentemente eficaz, es un mero alivio temporal si no se suprime la causa real. La tendencia moderna de la ciencia médica, al interpretar equivocadamente la verdadera naturaleza de la enfermedad y concentrada en términos materiales en el cuerpo físico, ha aumentado enormemente su poder; primero, desviando los pensamientos de la gente de su auténtico origen y, por ende, el método de ataque efectivo, y segundo, al localizarla en el cuerpo, despertando un gran complejo de miedo a la enfermedad que nunca debió existir.

La enfermedad es, en esencia, el resultado de un conflicto entre el Alma y la Mente, y no se erradicará más que con un esfuerzo espiritual y mental. Estos esfuerzos, si se llevan a cabo adecuadamente, con entendimiento, como veremos más adelante, pueden curar y evitar la enfermedad al eliminar esos factores básicos que son su causa primaria. Ningún esfuerzo dirigido únicamente al cuerpo puede hacer algo más que reparar superficialmente el daño, y no hay curación en ello, puesto que la causa sigue siendo operativa y en cualquier momento puede volver a demostrar su presencia de otra forma. De hecho, en muchos casos, una aparente mejoría resulta perjudicial, al ocultarle al paciente la auténtica causa de su molestia, y, con la satisfacción de una salud aparentemente mejorada, el factor real, no descubierto, puede adquirir renovadas fuerzas. Contrastemos estos casos con el del paciente que sabe, o que recibe luz de un buen médico, cuál es la naturaleza de las fuerzas adversas espirituales o mentales que actúan, y cuyo resultado ha precipitado lo que llamamos enfermedad en el cuerpo físico. Si ese paciente trata directamente de neutralizar esas fuerzas, mejora su salud en cuando tenga éxito en su empresa, y, cuando se complete el proceso, desaparecerá la enfermedad. Ésta es la verdadera curación, y consiste en atacar el baluarte, la auténtica base de la causa del padecimiento.

Una de las excepciones a los métodos materialistas en la ciencia moderna es la del gran Hahnemann, fundador de la homeopatía, que con su comprensión del benéfico amor del Creador y de la Divinidad que reside dentro de cada hombre, estudiando la actitud mental de sus pacientes ante la vida, el entorno y sus respectivas enfermedades, se propuso buscar en las hierbas del campo y en el terreno de la naturaleza el remedio que no sólo curase sus cuerpos, sino que al mismo tiempo beneficiase a su actitud mental. Cuán deseable sería que los verdaderos médicos que aman a la humanidad extendieran y desarrollaran su ciencia.

Quinientos años antes de Cristo, unos médicos de la antigua India, trabajando bajo la influencia del Señor Buda, desarrollaron el arte de curar hasta un estado tan perfecto que pudieron abolir la cirugía, aunque la cirugía de la época era tan eficaz, si no más, como la nuestra. Hombres como Hipócrates, con sus elevados ideales de curación; Paracelso, con su certeza de la divinidad del hombre, y Hahnemann, que se dio cuenta de que la enfermedad se originaba en un plano por encima del físico -todos ellos sabían mucho de la auténtica naturaleza y remedio de los padecimientos-. Cuánta miseria y daño se habría ahorrado en los últimos veinte o veinticinco siglos si se hubieran seguido las enseñanzas de esos grandes maestros; pero, como en otras cosas, el materialismo invadió el mundo occidental con tanta fuerza, y durante tanto tiempo, que las voces de los obstaculizadores prácticos se alzaron por encima de los consejos de quienes conocían la verdad.

Afirmemos brevemente que la enfermedad, en apariencia tan cruel, es en sí beneficiosa y existe por nuestro bien, y, si se interpreta correctamente, nos guiará para corregir nuestros defectos esenciales. Si se la trata de manera adecuada, será la causa de supresión de nuestros defectos y nos dejará mejor y más plenos que antes. El sufrimiento es un correctivo para destacar una lección que de otro modo nos habría pasado desapercibida y que no puede erradicarse hasta que no se aprende la lección. Digamos también que aquellos que comprenden y son capaces de leer el significado de los síntomas premonitorios pueden evitar la enfermedad antes de que aparezca, o abortada en sus primeras fases si se realizan los adecuados esfuerzos correctivos espirituales y mentales. Tampoco tiene que desesperar nadie, por grave que sea su caso, ya que el hecho de que el individuo siga físicamente vivo indica que el Alma que rige su cuerpo no carece de esperanza.

CAPÍTULO II

Para entender la naturaleza de la enfermedad hay que conocer ciertas verdades fundamentales.
La primera de ellas es que el hombre tiene un Alma que es su ser real; un Ser Divino, Poderoso, Hijo del Creador de todas las cosas, del cual el cuerpo, aunque templo terrenal de esa Alma, no es más que un diminuto reflejo: que nuestra Alma, nuestro Ser Divino que reside en y en torno a nosotros, nos da nuestras vidas como quiere Él que se ordenen y, siempre que nosotros lo permitamos, nos guía, protege y anima, vigilante y bondadoso, para llevamos siempre a lo mejor; que Él, nuestro Ser Superior, al ser una chispa del Todopoderoso, es, por tanto, invencible e inmortal.

El segundo principio es que nosotros, tal y como nos conocemos en el mundo, somos personalidades que estamos aquí para obtener todo el conocimiento y la experiencia que pueda lograrse a lo largo de la existencia terrena, para desarrollar las virtudes que nos falten y para borrar de nosotros todo lo malo que haya, avanzando de ese modo hacia el perfeccionamiento de nuestras naturalezas. El Alma sabe qué entorno y qué circunstancias nos permitirán logrado mejor, y, por tanto, nos sitúa en esa rama de la vida más apropiada para nuestra meta.

En tercer lugar, tenemos que darnos cuenta de que nuestro breve paso por la Tierra, que conocemos como vida, no es más que un momento en el curso de nuestra evolución, como un día en el colegio lo es para toda una vida, y aunque por el momento sólo entendamos y veamos ese único día, nuestra intuición nos dice que nuestro nacimiento está infinitamente lejos de ser nuestro principio y que nuestra muerte está infinitamente lejos de ser nuestro final. Nuestras almas, que son nuestro auténtico ser, son inmortales, y los cuerpos de que tenemos conciencia son temporales, meramente como caballos que nos llevaran en un viaje o instrumentos que utilizáramos para hacer un trabajo dado.

Sigue entonces un cuarto principio, que mientras nuestra Alma y nuestra personalidad estén en buena armonía, todo es paz y alegría, felicidad y salud. Cuando nuestras personalidades se desvían del camino trazado por el alma, o bien por nuestros deseos mundanos o por la persuasión de otros, surge el conflicto. Ese conflicto es la raíz, causa de enfermedad y de infelicidad. No importa cuál sea nuestro trabajo en el mundo -limpiabotas o monarca, terrateniente o campesino, rico o pobre, mientras hagamos ese trabajo particular según los dictados del alma todo está bien; y podemos además descansar seguros de que cualquiera que sea la posición en que nos encontremos, arriba o abajo, contiene esta posición las lecciones y experiencias necesarias para ese momento de nuestra evolución, y nos proporciona las mayores ventajas para el desarrollo de nuestro ser.

El siguiente gran principio es la comprensión de la Unidad de todas las cosas: el Creador de todas las cosas es Amor, y todo aquello de lo que tenemos conciencia es en su infinito número de formas una manifestación de ese Amor, ya sea un planeta o un guijarro, una estrella o una gota de rocío, un hombre o la forma de vida más inferior. Podemos damos una idea de esta concepción pensando en nuestro Creador como en un sol de amor benéfico y resplandeciente y de cuyo centro irradian infinitos rayos en todas las direcciones, y que nosotros y todos aquellos de los que tenemos conciencia son partículas que se encuentran al final de esos rayos, enviadas para lograr experiencia y conocimiento, pero que, en última instancia, han de retornar al gran centro. Y aunque a nosotros cada rayo nos parezca aparte y distinto, forma en realidad parte del gran Sol central. La separación es imposible, pues en cuanto se corta un rayo de su fuente, deja de existir. Así podemos entender un poco la imposibilidad de separación, pues aunque cada rayo pueda tener su individualidad, forma parte, sin embargo, del gran poder creativo central. Así, cualquier acción contra nosotros mismos o contra otro afecta a la totalidad, pues al causar una imperfección en una parte, ésta se refleja en el todo, cuyas partículas habrán de alcanzar la perfección en última instancia.

Así pues, vemos que hay dos errores fundamentales posibles: la disociación entre nuestra alma y nuestra personalidad, y la crueldad o el mal frente a los demás, pues ése es un pecado contra la Unidad. Cualquiera de estas dos cosas da lugar a un conflicto, que desemboca en la enfermedad. Entender dónde estamos cometiendo el error (cosa que con frecuencia no sabemos ver), y una auténtica voluntad de corregir la falta, nos llevará no sólo a una vida de paz y alegría, sino también a la salud.

La enfermedad es en sí beneficiosa, y tiene por objeto el devolver la personalidad a la Voluntad divina del Alma; y así vemos que se puede prevenir y evitar, puesto que sólo con que pudiéramos damos cuenta de los errores que cometemos y corregidos de forma espiritual y mental, no habría necesidad de las severas lecciones del sufrimiento. El Poder Divino nos brinda todas las oportunidades de enmendar nuestros caminos antes de que, en último recurso, se apliquen el dolor y el sufrimiento. Puede que no sean los errores de esta vida, de este día de colegio, los que estamos combatiendo; y aunque en nuestras mentes físicas no tengamos conciencia de la razón de nuestro sufrimiento, que nos puede parecer cruel y sin razón, sin embargo nuestras almas (que son nuestro ser) conocen todo el propósito y nos guían hacia lo que más nos conviene. No obstante, la comprensión y la corrección de nuestros errores acortarán nuestra enfermedad y nos devolverán la salud. El conocimiento del propósito de nuestra alma y la aceptación de ese conocimiento significa el alivio de nuestra angustia y sufrimiento terrenal, y nos deja libres para desarrollar nuestra evolución en la alegría y en la felicidad.

Existen dos grandes errores: el primero dejar de honrar y obedecer los dictados de nuestra alma, y el segundo, actuar contra la Unidad. Respecto al primero, hay que dejar de juzgar a los demás, pues lo que es válido para uno no lo es para otro. El comerciante, cuyo trabajo consiste en montar un gran negocio, no sólo para beneficio suyo, sino de todos aquellos que trabajan para él, ganando conocimiento de eficiencia y control, y desarrollando las virtudes relacionadas con ambos, necesariamente tendrá que utilizar cualidades y virtudes diferentes de las de una enfermera, que sacrifica su vida cuidando enfermos; y, sin embargo, ambos, si obedecen los dictados de sus almas, están aprendiendo adecuadamente las cualidades necesarias a su evolución. Lo importante es obedecer los dictados y órdenes de nuestra Alma, de nuestro Ser Superior, que conocemos a través de la conciencia, del instinto y de la intuición.

Así pues, vemos que, por sus mismos principios y en su misma esencia, la enfermedad se puede prevenir y curar, y es labor de médicos y sanadores espirituales el dar, además de los remedios materiales, el conocimiento del error de sus vidas a los que sufren, y decides cómo pueden erradicarse esos errores para que así los enfermos vuelvan a la salud y a la alegría.

CAPÍTULO III

Lo que conocemos como enfermedad es la etapa terminal de un desorden mucho más profundo, y para asegurarse un éxito completo en el tratamiento, es evidente que tratando sólo el resultado final no se logrará una eficacia total, a no ser que se suprima también la causa básica. Hay un error primario que puede cometer el hombre, y es actuar contra la Unidad; esto se debe al egoísmo. Por eso también podemos decir que no hay más que una aflicción primaria -el malestar o la enfermedad-. Y así como la acción contra la Unidad puede dividirse en varias clases, también puede dividirse la enfermedad -el resultado de esas accionesen varios grupos que corresponden a sus causas. La propia naturaleza de una enfermedad es una guía muy útil para poder descubrir el tipo de acción que se ha emprendido contra la Ley Divina de Amor y Unidad.

Si tenemos en nuestra naturaleza suficiente amor para todas las cosas, no podemos hacer el mal; porque ese amor detendrá nuestra mano ante cualquier acción, nuestra mente ante cualquier pensamiento que pueda herir a los demás. Pero aún no hemos alcanzado ese estado de perfección; si lo hubiéramos alcanzado, no se requeriría nuestra existencia aquí. Pero todos nosotros buscamos ese estado y avanzamos hacia él, y aquellos de nosotros que sufren en la mente o en el cuerpo son guiados por ese mismo sufrimiento hacia esa condición ideal; y con sólo leer correctamente esta lección, aceleraremos nuestro paso hacia esa meta, y también nos libraremos de la enfermedad y de la angustia. En cuanto entendemos la lección y eliminamos el error, ya no es necesaria la corrección, porque tenemos que recordar que el sufrimiento es en sí beneficioso en tanto que nos dice cuándo estamos tomando caminos equivocados y encarrila nuestra evolución hacia su gloriosa perfección.

Las primeras enfermedades reales del hombre son defectos como el orgullo, la crueldad, el odio, el egoísmo, la ignorancia, la inestabilidad y la codicia; y cada uno de estos defectos, tomado por separado, se verá que es adverso a la Unidad. Defectos como éstos son las auténticas enfermedades (utilizando la palabra en su sentido moderno), y es la continuidad y persistencia de esos defectos, después de que hayamos alcanzado esa etapa de desarrollo, en la que nos damos cuenta de que son inadecuados, lo que precipita en el cuerpo los resultados perjudiciales que conocemos como enfermedad.

El orgullo se debe, en primer lugar, a la falta de reconocimiento de la pequeñez de la personalidad y de su absoluta dependencia del alma, y a no ver que los éxitos que pueda tener no se deben a ella, sino que son bendiciones otorgadas por la Divinidad interna; en segundo lugar, se debe a la pérdida del sentido de proporción, de la insignificancia de uno frente al esquema de la Creación. Como el Orgullo se niega invariablemente a inclinarse con humildad y resignación ante la Voluntad del Gran Creador, comete acciones contrarias a esa Voluntad.

La crueldad es la negación de la unidad de todos y un no lograr entender que cualquier acción contraria a otra se opone al todo, y es por tanto una acción contra la Unidad. Ningún hombre pondría en práctica sus efectos perniciosos contra sus allegados o seres queridos, y por la ley de la Unidad tenemos que desarrollarnos hasta entender que todos, por formar parte de un todo, han de sernos queridos y cercanos, hasta que incluso quienes no persigan evoquen sentimientos de amor y compasión.

El odio es lo contrario del Amor, el reverso de la Ley de la Creación. Es contrario a todo el esquema Divino y es una negación del Creador; lleva sólo a acciones y pensamientos adversos a la Unidad y opuestos a los dictados por el Amor.

El egoísmo es nuevamente una negación de la Unidad y de nuestro deber para con nuestros hermanos los hombres, al anteponer nuestros intereses al bien de la humanidad y al cuidado y protección de quienes nos rodean.

La ignorancia es el fracaso del aprendizaje, negarse a ver la Verdad cuando se nos ofrece la oportunidad, y lleva a muchos actos equivocados como los que sólo pueden existir en las tinieblas y no son posibles cuando nos rodea la luz de la Verdad y del Conocimiento.

La inestabilidad, la indecisión y la debilidad aparecen cuando la personalidad se niega a dejarse gobernar por el Ser Superior, y nos llevan a traicionar a los demás por culpa de nuestra debilidad. Tal condición no sería posible si tuviéramos en nosotros el Conocimiento de la Divinidad Inconquistable e Invencible que es en realidad nuestro ser.

La codicia lleva al deseo de poder. Es una negación de la libertad y de la individualidad de todas las almas. En lugar de reconocer que cada uno de nosotros está aquí para desarrollarse libremente en su propia línea según los dictados del alma solamente, para mejorar su individualidad y para trabajar con libertad y sin obstáculos, la personalidad codiciosa desea gobernar, moldear y mandar, usurpando el poder del Creador.

Ésos son ejemplos de enfermedad real, origen y base de todos nuestros sufrimientos y angustias. Cada uno de esos defectos, persevera en ellos pese a la voz de nuestro Ser Superior, producirá un conflicto que necesariamente se habrá de reflejar en el cuerpo físico, provocando un tipo específico de enfermedad.

Ahora podemos ver cómo cualquier tipo de enfermedad que podamos sufrir nos llevará a descubrir el defecto que yace bajo nuestra aflicción. Por ejemplo, el orgullo, que es arrogancia y rigidez de la mente, dará lugar a esas enfermedades que producen estados de rigidez y envaramiento del cuerpo. El dolor es el resultado de la crueldad, en tanto que el paciente aprende con su sufrimiento personal a no infligirlo a los demás, desde un punto de vista físico o mental. Las consecuencias del odio son la soledad, los enfados violentos e incontrolables, los tormentos mentales y la histeria. Las afecciones introspectivas -neurosis, neurastenia y condiciones semejantes-, que privan a la vida de tanta alegría, están provocadas por un excesivo egoísmo. La ignorancia y la falta de discernimiento traen sus dificultades propias a la vida cotidiana, y, además, si se da una persistencia en negarse a ver la verdad cuando se nos brinda la oportunidad, la consecuencia es una miopía y mala visión y audición defectuosa. La inestabilidad de la mente debe llevar en el cuerpo a la misma condición, son todos esos desórdenes que afectan al movimiento y a la coordinación. El resultado de la codicia y del dominio de los demás son esas enfermedades que harán de quien las padece un esclavo de su propio cuerpo, con los deseos y las ambiciones frenados por la enfermedad.

Por otra parte, la propia zona del cuerpo afectada no es casual, sino que concuerda con la ley de causa y efecto, y, una vez más será una guía para ayudamos. Por ejemplo, el corazón, la fuente de vida y por tanto de amor, se ve atacado especialmente cuando el lado amable de la naturaleza frente a la humanidad no se ha desarrollado o se ha utilizado equivocadamente; una mano afectada denota fracaso o error en la acción; al ser el cerebro el centro de control, si se ve afectado, eso indica falta de control en la personalidad, y así podemos seguir analizando las distintas manifestaciones de la ley de causa y efecto: Todos estamos dispuestos a admitir los muchos resultados que siguen a una explosión de ira, al golpe recibido con una mala noticia; si cosas triviales pueden afectar de ese modo al cuerpo, cuánto más grave y profundamente arraigado será un conflicto prolongado entre el alma y el cuerpo. ¿Cómo asombramos de que el resultado dé lugar a padecimientos tan graves como las enfermedades que hoy nos afligen?

Sin embargo, no hay por qué desesperar. La prevención y curación de la enfermedad se logrará descubriendo lo que falla en nosotros y erradicando ese defecto con el recto desarrollo de la virtud que la ha de destruir; no combatiendo el mal, sino aportando tal cantidad de’ la virtud opuesta que quedará barrido de nuestras naturalezas.

CAPÍTULO IV

Así pues, vemos que en la enfermedad no hay nada de tipo accidental, ni en su tipo ni en la parte de cuerpo a que afecte; como todos los demás resultados de la energía, obedece a la ley de causa y efecto. Algunas enfermedades pueden ser causadas por medios físicos directos, como los asociados con ciertos venenos, accidentes y heridas, y grandes excesos; pero la enfermedad, en general, se debe a algún error básico en nuestra constitución, como en los ejemplos que dábamos antes.

Y así, para lograr una curación completa, no sólo habrá que utilizar medios físicos, eligiendo siempre los mejores métodos que se conozcan en el arte de la curación, sino que tendremos que actuar nosotros mismos dedicando toda nuestra capacidad para suprimir cualquier defecto en nuestra natura1ezar porque la curación final y definitiva viene en última instancia de dentro, del Alma en sí, que con Su benevolencia irradia armonía a través de la personalidad en cuanto se le deja hacerlo.

Dado que hay una raíz principal en toda enfermedad, a saber el egoísmo, así también hay un método seguro y principa1 para aliviar cualquier padecimiento: la conversión del egoísmo en dedicación a los demás. Con sólo que desarrollemos suficientemente la cualidad de olvidamos de nosotros mismos en el amor y cuidado de quienes nos rodean, disfrutando de la gloriosa aventura de adquirir conocimiento y ayudar a los demás, nuestros males y dolencias personales terminarán rápidamente. Ésa es la gran meta final: la pérdida de nuestros propios intereses en el servicio de la humanidad. No importa en qué situación de la vida nos haya colocado la Divinidad. Ya tengamos un negocio o una profesión, seamos ricos o pobres, monarcas o mendigos, a todos nos es posible llevar a cabo la tarea en nuestras respectivas vocaciones y llegar a ser auténticas bendiciones para quienes nos rodean, comunicándoles el Divino Amor Fraterno.

Pero la inmensa mayoría de nosotros tenemos mucho camino que recorrer antes de alcanzar ese estado de perfección, aunque sorprende lo rápidamente que puede avanzar un individuo por ese camino si se esfuerza seriamente y si no se confía simplemente en su pobre personalidad, sino que tiene fe implícita; con el ejemplo y las enseñanzas de los grandes maestros del mundo, es capaz de unirse con su propia Alma, con la Divinidad que lleva dentro, y todas las cosas son posibles. En casi todos nosotros hay uno o más defectos adversos que obstaculizan nuestro avance, y es ese defecto, o defectos, lo que tenemos que afanarnos por descubrir en nosotros, y mientras tratamos de desarrollar y extender el lado amoroso de nuestra naturaleza hacia el mundo, debemos esforzamos al mismo tiempo para borrar ese defecto particular llenando nuestra naturaleza con la virtud opuesta. Al principio tal vez nos resulte difícil, pero sólo al principio, porque es sorprendente lo rápidamente que crece una virtud auténticamente buscada, unido al conocimiento de que con la ayuda de la Divinidad que llevamos dentro, a poco que perseveremos, el fracaso es imposible.

En el desarrollo del Amor Universal dentro de nosotros mismos tenemos que aprender a damos cuenta cada vez más de que todo ser humano es hijo del Creador, aunque en grado inferior, y de que un día, en su momento, alcanzará la perfección como todos esperamos. Por insignificante que parezca un hombre o una criatura, debemos recordar que dentro lleva la Chispa Divina, que irá creciendo lenta pero segura hasta que la gloria del Creador irradie de ese ser.

Por otra parte, la cuestión de verdad o error, de bien y mal, es puramente relativa. Lo que está bien en la evolución natural del aborigen, estaría mal en lo más avanzado de nuestra civilización, y lo que para nosotros puede incluso ser una virtud, puede estar fuera de lugar, y por tanto ser malo, en quien ha alcanzado el grado de discípulo. Lo que nosotros llamamos error o mal es en realidad un bien fuera de lugar, y por tanto es algo puramente relativo. Recordemos asimismo que también es relativo nuestro nivel de idealismo; a los animales podemos parecerles auténticos dioses, mientras que nosotros nos encontramos muy por debajo de la gran Hermandad de Santos y Mártires que se entregaron para servimos de ejemplo. Por ello hemos de tener compasión y caridad con los más humildes, porque si bien nos podemos considerar muy por encima de su nivel, somos en nosotros mismos insignificantes y nos queda aún un largo trecho que recorrer para alcanzar el nivel de nuestros hermanos mayores, cuya luz brilla por el mundo a través de los tiempos.

Si nos asalta el orgullo, tratemos de damos cuenta de que nuestras personalidades no son nada en sí mismas, incapaces de hacer nada bueno o de hacer un favor aceptable o de oponer resistencia a los poderes de las tinieblas, si no nos asiste esa Luz que nos viene de arriba, la Luz de nuestra Alma; esforcémonos por vislumbrar la omnipotencia y el inconcebible poder de nuestro Creador, que hace un mundo perfecto en una gota de agua y en sistemas y sistemas de universos, y tratemos de darnos cuenta de la relativa humildad nuestra y de nuestra total dependencia de Él. Aprendamos a rendir homenaje y a respetar a nuestros superiores humanos. ¡ Cuán infinitamente más deberíamos reconocer nuestra fragilidad con la más completa humildad ante el Gran Arquitecto del Universo !

Si la crueldad o el odio nos cierran la puerta al progreso, recordemos que el Amor es la base de la Creación, que en toda alma viviente hay algo bueno, y que en los mejores de nosotros algo malo. Buscando lo bueno de los demás, incluso de quienes primero nos ofendieron, aprenderemos a desarrollar, aunque sólo sea cierta compasión, y la esperanza de que sepan ver mejores caminos; luego veremos que nace en nosotros el deseo de ayudarles a mejorar. La conquista final de todos se hará a través del amor y el cariño, y cuando hayamos desarrollado lo suficiente esas dos cualidades, nada podrá asaltamos, pues siempre estaremos llenos de compasión y no ofreceremos resistencia, pues, reiteramos, por la propia ley de la causa y efecto, es la resistencia la que perjudica. Nuestro cometido en la vida es seguir los dictados de nuestro Ser Superior, sin dejamos desviar por la influencia de otros, y esto sólo puede conseguirse siguiendo suavemente nuestro propio camino, y al mismo tiempo sin interferir con la personalidad de otro o sin causar el menor perjuicio por cualquier método de odio o crueldad. Debemos esforzamos denodadamente por aprender a amar a los demás, empezando quizá con un individuo o incluso un animal, y dejando que se desarrolle y se extienda ese amor cada vez más, hasta que sus defectos opuestos desaparezcan automáticamente. El amor engendra amor, igual que el odio engendra odio.

La cura del egoísmo se efectúa dirigiendo hacia los demás el cuidado y la atención que dedicamos a nosotros mismos, llenándonos tanto de su bienestar que nos olvidemos de nosotros mismos en nuestro empeño. Como lo expresa una gran orden de Hermandad: «Buscar el solaz de nuestra aflicción llevando el alivio y el consuelo a nuestros semejantes en la hora de su aflicción”, y no hay forma más segura de curar el egoísmo y los subsiguientes desórdenes que ese método.

La inestabilidad se puede erradicar con el desarrollo de la autodeterminación, tomando decisiones y actuando con firmeza en lugar de dudar y vacilar. Aunque al principio cometamos errores, siempre es mejor actuar que dejar pasar oportunidades por falta de decisión. La determinación no tardará en desarrollarse; desaparecerá el miedo a vivir la vida plenamente, y las experiencias guiarán nuestra mente hacia un mejor juicio.

Para acabar con la ignorancia, no hay que temer a la experiencia, por el contrario, mantener la mente bien despierta y los ojos y oídos bien abiertos para captar cualquier partícula de conocimiento que pueda obtenerse. Al mismo tiempo, debemos mantenemos flexibles -de pensamiento, para que las ideas preconcebidas y los prejuicios no nos priven de la oportunidad de obtener un conocimiento más amplio y más fresco. Debemos estar siempre dispuestos a abrir la mente y a rechazar cualquier idea, por firmemente arraigada que esté, si la experiencia nos muestra una verdad más sólida.

Al igual que el orgullo, la codicia es un gran obstáculo al progreso, y hay que suprimir ambos defectos sin contemplaciones. Los resultados de la codicia son bastante graves, pues nos llevan a interferir con el desarrollo espiritual de nuestros semejantes. Debemos damos cuenta de que todos los seres están aquí para desarrollar su evolución según los dictados de su alma, y sólo de su alma, y de que ninguno de nosotros tiene que hacer nada que no sea animar a su hermano en ese desarrollo. Debemos ayudarle a esperar y, si está en nuestra mano, aumentar su conocimiento y sus oportunidades en este mundo para lograr progresar. Así como nos gustaría que los demás nos ayudasen a ascender por el empinado y arduo camino de montaña que es la vida, así debemos estar siempre dispuestos a tender una mano y a brindar la experiencia de nuestro mayor conocimiento a un hermano menor o más débil. Así deberá ser la actitud del padre para con su hijo, del maestro para con el hombre, o del compañero para con sus semejantes, dando cuidados, amor y protección en la medida en que se necesiten y sean beneficiosos, sin interferir ni por un momento con la evolución natural de la personalidad que debe dictarle el alma.

Muchos de nosotros en la infancia y primera juventud nos encontramos mucho más cerca de nuestra alma de lo que lo estamos después con el paso de los años, y tenemos entonces ideas más claras de nuestra labor en la vida, de los esfuerzos que se espera que hagamos y del carácter que hemos de desarrollar. La razón de ello es que el materialismo y las circunstancias de nuestra época, y las personalidades con las que nos juntamos, nos alejan de la voz de nuestro Ser Superior y nos atan firmemente al lugar común con su falta de ideales, lo cual es evidente en esta civilización. Que el padre, el educador y el compañero se afanen siempre por animar el desarrollo del Ser Superior dentro de aquellos sobre los que tienen el maravilloso privilegio y oportunidad de ejercer su influencia, pero que siempre dejen en libertad a los demás, igual que esperan que a ellos les dejen en libertad.

Así, de forma semejante, busquemos los defectos de nuestra constitución y borrémoslos desarrollando la virtud opuesta, suprimiendo así de nuestra naturaleza la causa del conflicto entre el alma y la personalidad, que es la primera causa básica de enfermedad. Esa sola acción, si el paciente tiene fe y fortaleza, dará lugar a un alivio, proporcionando salud y alegría; y en aquellos que no tengan tanta fortaleza, el médico ayudará materialmente a la curación para obtener prácticamente el mismo resultado.

Tenemos que aprender sin engañamos a desarrollar la individualidad según los dictados de nuestra alma, a no temer a ningún hombre y a ver que nadie interfiere o nos disuade de desarrollar nuestra evolución, de cumplir con nuestra obligación y de devolver la ayuda a nuestros semejantes, recordando que cuanto más avanzamos, más constituimos una bendición para quienes nos rodean. Tenemos que guardamos especialmente de errar al ayudar a los demás, quienesquiera que sean, y estar seguros de que el deseo de ayudarles procede de los dictados de nuestro Ser Íntimo, y no es un falso sentido del deber impuesto por sugestión o por persuasión de una personalidad más dominante. Una de las tragedias que nos afligen hoy día obedece a este tipo, y resulta imposible calcular los miles de vidas desperdiciadas, los millones de oportunidades que se han perdido, la pena y el sufrimiento que se han causado, el enorme número de niños que, por sentido del deber, se han pasado años cuidando de un inválido cuando la única enfermedad que aquejaba al familiar era un desequilibrado deseo de acaparar la atención. Pensemos en los ejércitos de hombres y mujeres a los que se ha impedido quizá hacer una gran obra en pro de la humanidad porque su personalidad quedó dominada por un individuo del que no tuvieron valor de liberarse; los niños que desde edad muy temprana sienten la llamada de una vocación, y sin embargo, por dificultades de las circunstancias, disuasión por parte de otros y debilidad de propósito, se adentran en otra rama de la vida, en la que ni se sienten felices ni capaces de desarrollar su evolución como de otro modo podían haber hecho. Son sólo los dictados de nuestra conciencia los que pueden decimos dónde está nuestro deber, con quién o con quiénes, y a quién o a quiénes hemos de servir; pero, en cualquier caso, hemos de obedecer sus mandatos hasta el máximo de nuestras capacidades.

Por último, no tengamos miedo a metemos de lleno en la vida; estamos aquí para adquirir experiencia y conocimiento, y poco aprenderemos si no nos enfrentamos a las realidades y ponemos todo nuestro empeño. Esta experiencia puede adquirirse en la vuelta de cada esquina, y las verdades de la naturaleza y de la humanidad se pueden alcanzar con la misma validez, o incluso más, en un caserío que entre el ruido y las prisas de una ciudad.

CAPÍTULO V

Dado que la falta de individualidad (es decir, permitir la interferencia ajena sobre nuestra personalidad, interferencia que impide cumplir los mandatos del Ser Supremo) es de tanta importancia en la producción de la enfermedad, y dado que suele iniciarse muy pronto en la vida, pasemos a considerar la auténtica relación entre padres e hijos, maestros y discípulos.

Fundamentalmente, el oficio de la paternidad es el medio privilegiado (y, desde luego, el privilegio habría de considerarse divino) para capacitar a un alma a entrar en contacto con el mundo para el bien de la evolución. Si se entiende de forma apropiada, es probable que no se le ofrezca a la humanidad una oportunidad más grande que ésta para ser agente del nacimiento físico de un alma y tener el cuidado de la joven personalidad durante los primeros años de su existencia en la Tierra. La actitud de los padres debería consistir en dar al recién llegado todos los consejos espirituales, mentales y físicos de que sean capaces, recordando siempre que el pequeño es un alma individual que ha venido a este mundo a adquirir su propia experiencia y conocimientos a su manera, según los dictados de su Ser Superior, y que hay que darle cuanta libertad sea posible para que se desarrolle sin trabas.

La profesión de la paternidad es un servicio divino, y debería respetarse tanto, si no más, que cualquier otra tarea que tengamos que desempeñar. Como es una labor de sacrificio, hay que tener siempre presente que no hay que pedirle nada a cambio al niño, pues consiste sólo en dar, y sólo dar, cariño, protección y guía hasta que el alma se haga cargo de la joven personalidad. Hay que enseñar desde el principio independencia, individualidad y libertad, y hay que animar al niño lo antes posible a que piense y obre por sí mismo. Todo control paterno debe quedar poco a poco reducido conforme se vaya desarrollando la capacidad de valerse por sí mismo, y, más adelante, ninguna imposición o falsa idea de deber filial debe obstaculizar los dictados del alma del niño.

La paternidad es un oficio de la vida que pasa de unos a otros, y es, en esencia, un consejo temporal y una protección de duración breve que, transcurrido un tiempo, debería cesar en sus esfuerzos y dejar al objeto de su atención libre para avanzar solo. Recordemos que el niño, de quien podemos tener la guardia temporal, quizá sea un alma mucho más grande y anterior que la nuestra, y quizá sea espiritualmente superior a nosotros, por lo que el control y la protección deberían limitarse a las necesidades de la joven personalidad.

La paternidad es un deber sagrado, temporal en su carácter, y que pasa de generación en generación. No conlleva más que servicio y no hay obligación a cambio por parte del joven, puesto que a éste hay que dejado libre para desarrollarse a su aire y para prepararse para cumplir con esa misma tarea pocos años después. Así, el niño no tendrá restricciones, ni obligaciones, ni trabas paternas, sabiendo que la paternidad se le había otorgado primero a sus padres y que él tendrá que cumplir ese mismo cometido con otro.

Los padres deberían guardarse particularmente de cualquier deseo de moldear a la joven personalidad según sus propios deseos e ideas, y deberían refrenarse y evitar cualquier control indebido o cualquier reclamación de favores a cambio de su deber natural y privilegio divino de ser el medio de ayuda a un alma para que ésta se ponga en contacto con el mundo. Cualquier deseo de control, o deseo de conformar la joven vida por motivos personales, es una forma terrible de codicia y no deberá consentirse nunca, porque si se arraiga en el joven padre o madre, con los años éstos se convertirán en auténticos vampiros de sus hijos. Si hay el menor deseo de dominio, habrá que comprobado desde el principio. Debemos negarnos a ser esclavos de la codicia que nos impulsa a dominar a los demás. Debemos estimular en nosotros el arte de dar, y desarrollado hasta que con su sacrificio lave cualquier huella de acción adversa.

El maestro deberá siempre tener presente que su oficio consiste únicamente en ser agente que dé al joven guía y oportunidad de aprender las cosas del mundo y de la vida, de forma que todo niño pueda absorber conocimiento a su manera, y, si se le da libertad, puede elegir instintivamente lo que sea necesario para el éxito de su vida. Una vez más, por tanto, no debe darse nada más que un cariñoso cuidado y guía para permitir al estudiante adquirir el conocimiento que requiere.

Los niños deberían recordar que el oficio de padre, como emblema de poder creativo, es divino en su misión, pero que no implica restricción en el desarrollo ni obligaciones que puedan obstaculizar la vida y el trabajo que les dicta su alma. Es imposible estimar en la actual civilización el sufrimiento callado, la restricción de las naturalezas y el desarrollo de caracteres dominantes que produce el desconocimiento de este hecho. En casi todas las familias, padres e hijos se construyen cárceles por motivos completamente falsos y por una equivocada relación entre padre e hijo. Estas prisiones ponen barras a la libertad, obstaculizan la vida, impiden el desarrollo natural, traen infelicidad a todos los implicados y provocan esos desórdenes mentales, nerviosos e incluso físicos que afligen a la gente, produciendo una gran mayoría de las enfermedades de nuestros días.

No se insistirá nunca lo suficiente sobre el hecho de que todas las almas encarnadas en este mundo están aquí con el específico propósito de adquirir experiencia y comprensión, y de perfeccionar su personalidad para acercarse a sus propios ideales. No importa cuál sea nuestra relación con los demás, marido y mujer, padre e hijo, hermano y hermana, maestro y hombre, pecamos contra nuestro Creador y contra nuestros semejantes si obstaculizamos por motivos de deseo personal la evolución de otra alma. Nuestro único deber es obedecer los dictados de nuestra propia conciencia, y ésta en ningún momento debe sufrir el dominio de otra personalidad. Que cada uno recuerde que su alma ha dispuesto para él un trabajo particular, y que, a menos que realice ese trabajo, aunque no sea conscientemente, dará lugar inevitablemente a un conflicto entre su alma y su personalidad, conflicto que necesariamente provocará desórdenes físicos.

Cierto es que una persona puede tener vocación de dedicar su vida a otra, pero, antes de que lo haga, que se asegure bien de que eso es lo que le manda su alma, y de que no se lo ha sugerido otra personalidad dominante que lo haya persuadido, y de que ninguna falsa idea del deber lo engaña. Que recuerde también que venimos a este mundo para ganar batallas, para adquirir fuerza contra quienes quieren controlarnos, y para avanzar hasta ese estado en el que pasamos por la vida cumpliendo con nuestro deber sosegada y serenamente, indeterminados e influenciados por cualquier ser vivo, serenamente guiados en todo momento por la voz de nuestro Ser Superior. Para muchos, la principal batalla que habrán de librar será en su casa, donde, antes de lograr la libertad para ganar victorias por el mundo, tendrán que liberarse del dominio adverso y del control de algún pariente muy cercano.

Cualquier individuo, adulto o niño, que tenga que liberarse en esta vida del control dominante de otra persona, deberá recordar lo siguiente: en primer lugar, que a su pretendido opresor hay que considerado de la misma manera que se considera a un oponente en una competición deportiva, como a una personalidad con la que estamos jugando al juego de la vida, sin el menor asomo de amargura, y hay que pensar que, de no ser por esa clase de oponentes, no tendríamos oportunidad de desarrollar nuestro propio valor e individualidad; en segundo lugar, que las auténticas victorias de la vida vienen del amor y del cariño, y que en semejante contexto no hay que usar ninguna fuerza, cualquiera que sea: que desarrollando de forma segura nuestra propia naturaleza, sintiendo compasión, cariño y, a ser posible, afecto – o mejor, amor – hacia el oponente, con el tiempo podremos seguir tranquila y seguramente la llamada de la conciencia sin la menor interferencia.

Aquellos que son dominantes requieren mucha ayuda y consejos para poder realizar la gran verdad universal de la Unidad y para entender la alegría de la Hermandad. Perderse estas. cosas es perderse la auténtica felicidad de la Vida, y tenemos que ayudar a esas personas en la medida de nuestras fuerzas. La debilidad por nuestra parte, que les permite a ellos extender su influencia, no les ayudará en absoluto; una suave negativa a estar bajo su control y un esfuerzo por que entiendan la alegría de dar, les ayudará a subir el empinado camino.

La conquista de nuestra libertad, de nuestra individualidad e independencia, requerirá en muchos casos una gran dosis de valor y de fe. Pero en las horas más negras, y cuando el éxito parece totalmente inaccesible, recordemos siempre que los hijos de Dios no tienen que tener nunca miedo, que nuestras almas sólo nos procuran tareas que somos capaces de llevar a cabo, y que con nuestro propio valor y nuestra fe en la Divinidad que hay dentro de nosotros, la victoria llegará para todos aquellos que perseveran en su esfuerzo.

CAPÍTULO VI

Y ahora, mis queridos hermanos, cuando nos damos cuenta de que el Amor y la Unidad son las grandes bases de nuestra Creación, de que somos hijos del Amor Divino, y de que la eterna conquista del mal y del sufrimiento se logrará ,gracias al cariño y al amor, cuando nos damos cuenta ,de todo esto, ¿dónde (caben en este cuadro tan hermoso prácticas como la vivisección y la implantación de glándulas en los animales? ¿Seguimos siendo tan primitivos, tan paganos, ‘que continuamos pensando que con el sacrificio de animales nos libraremos de los resultados de nuestras propias culpas y errores? Hace cerca de 2.500 años, el Señor Buda demostró al mundo lo equivocado del sacrificio de criaturas inferiores. La humanidad ha contraído ya una deuda muy grande con los animales a los que ha torturado y destruido, y lejos de beneficiarse el hombre con tan inhumanas prácticas, sólo se perjudica al reino tanto animal como humano. Qué lejos hemos llegado, nosotros occidentales, de los hermosos ideales de la vieja Madre India, cuando el amor por las criaturas de la tierra era tan grande que se enseñaba y se entrenaba al hombre a curar las enfermedades y heridas no sólo de los animales mayores, sino de las aves. Además, había grandes santuarios para todo tipo de vida, y tan reacia era la gente a hacer daño a una criatura inferior, que se negaban a atender a un cazador enfermo si no juraba abandonar la práctica de la caza.

No hablemos en contra de los hombres que practican la vivisección, ya que muchos de ellos trabajan animados por principios auténticamente humanitarios, esperando y esforzándose por encontrar alivio a los sufrimientos humanos; sus motivos son bastante buenos, pero su sabiduría no lo es, pues no entienden bien la razón de la vida. Sólo el motivo, por bueno que sea, no basta; debe ir acompañado de sabiduría y comprensión.

Del horror de la magia negra, asociada con el injerto de glándulas, no queremos ni escribir, sólo implorar a todo ser humano que lo evite como a algo diez mil veces peor que cualquier plaga, pues es un ‘pecado contra Dios, contra los hombres y los animales.

No hay objeto en ocuparse de los fracasos de la moderna ciencia médica, a excepción de un par de cosas; la destrucción es inútil si no se reedifica un edificio mejor, y como en medicina ya se han establecido las bases de un edificio más nuevo, ocupémonos de añadir una o dos piedras a ese templo. Tampoco sirve hoy una crítica adversa de la profesión; es el sistema el que está fundamentalmente equivocado; porque es un sistema en el que el médico, por razones únicamente económicas, no tiene tiempo para administrar un tratamiento tranquilo y sosegado, ni oportunidad para meditar y pensar convenientemente cosas que deberían ser la herencia de quienes dedican sus vidas a atender a los enfermos. Como dijo Paracelso, el médico sabio atiende a cinco, y no a quince pacientes, en un día…, ideal inaccesible para el médico corriente en nuestra época.

Amanece sobre nosotros un nuevo y mejor arte de curación. Hace cinco años, la homeopatía de Hahnemann era el primer resplandor matutino tras una larga noche de tinieblas, y puede que desempeñe un gran papel en la medicina del futuro. Lo que es más, la atención que se dedica actualmente a mejorar la calidad de vida y a establecer una dieta más sana y más pura es un avance en pro de la prevención de la enfermedad; y aquellos movimientos que pretenden dar a conocer a la gente tanto la conexión entre los fracasos espirituales y la enfermedad como la curación que puede lograrse perfeccionando la mente, están abriendo camino hacia ese día radiante en que desaparecerá la negra sombra de la enfermedad.

Recordemos que la enfermedad es un enemigo común, y que cada uno de nosotros que conquiste un fragmento de ella está ayudándose a sí mismo y también a toda la humanidad. Habrá que gastar una considerable, pero definitiva, cantidad de energía antes de que la victoria sea completa; todos y cada uno de nosotros debemos esforzamos por lograr ese resultado, y los más grandes y más fuertes tendrán no sólo que cumplir su parte del trabajo, sino ayudar a sus hermanos más débiles.

Obviamente, la primera forma de evitar que se extienda y aumente la enfermedad es que dejemos de cometer esas acciones que le dan más poder; la segunda, suprimir de nuestra naturaleza nuestros propios defectos, que darían pie a posteriores invasiones. El conseguir esto significaría, desde luego, la victoria; así pues, una vez liberados, estamos en condiciones de ayudar a otros. Y no es tan difícil como pudiera parecer a primera vista; se espera que hagamos lo posible, y sabemos que podemos hacerlo siempre que obedezcamos los dictados de nuestra alma. La vida no nos exige sacrificios impensables; nos pide que hagamos su recorrido con alegría en el corazón, y que seamos una bendición para quienes nos rodean, de forma que si dejamos al mundo solo una pizca mejor de lo que era antes de nuestra visita, hayamos cumplido nuestra misión.

Las enseñanzas de las religiones, si se interpretan debidamente, nos indican «Abandonad todo y seguidme», y eso significa que nos entreguemos totalmente a las exigencias de nuestro Ser Superior, pero no, como algunos imaginan, abandonar casa y comodidades, amor y lujos; la verdad está muy lejos de eso. Un príncipe puede ser, con todas las glorias del palacio, un enviado de Dios y una auténtica bendición para su pueblo, para su país -y aun para el mundo-; cuánto se habría perdido si ese príncipe hubiera imaginado que su deber era meterse en un monasterio. Las tareas de la vida en todas sus ramas, desde la más baja hasta la más exaltada, hay que cumplidas, y el Divino Guía de nuestros destinos sabe en qué lugar colocamos para nuestro bien; todo cuanto se espera que hagamos es cumplir con ese cometido, bien y con alegría. Hay santos en la cadena de la fábrica y en la bodega de un barco, igual que los hay entre los dignatarios de las órdenes religiosas. A nadie en esta Tierra se le pide que haga más de lo que está en su poder hacer, y si nos esforzamos por sacar lo mejor de nosotros mismos, guiados siempre por nuestro Ser Superior, se nos ofrecerá la posibilidad de la salud y la felicidad.

Durante la mayor parte de los dos últimos milenios, la civilización occidental ha pasado por una era de intenso materialismo, y se ha perdido prácticamente la conciencia del lado espiritual de nuestra naturaleza y de nuestra existencia, en una actitud mental que ha situado a las posesiones mundanas, a las ambiciones, deseos y placeres por encima de los valores reales de la vida. La verdadera razón de la existencia del hombre en la Tierra ha quedado empeñada y oculta por su ansiedad de obtener de su encarnación sólo bienes terrenos. Hubo una época en la que la vida resultó muy difícil debido a la falta del auténtico consuelo, aliciente y estímulo que supone el conocimiento de cosas más importantes que las de este mundo. Durante los últimos siglos, las religiones les han parecido a muchas personas más bien unas leyendas que nada tenían que ver con sus vidas, en lugar de ser la esencia de su existencia. La verdadera naturaleza de nuestro Ser Superior, el conocimiento de una vida previa y otra posterior, aparte de la actual, ha significado muy poco, en lugar de ser guía y estímulo de todas nuestras acciones. Hemos tendido a apartar las grandes cosas y a hacer la vida lo más cómoda posible, retirando lo suprafísico de nuestras mentes y asiéndonos a los placeres terrenos para compensar nuestros padecimientos. Así, la posición, el rango, la riqueza y las posesiones materiales se han convertido en la meta de estos siglos; y como todas esas cosas son fugaces y sólo pueden obtenerse y conservarse a base de ansiedad y concentración sobre las cosas materiales, la paz interna y la felicidad de las generaciones pasadas han quedado infinitamente por debajo de lo que corresponde a la humanidad.

La verdadera paz de espíritu y del alma está con nosotros cuando progresamos espiritualmente, y eso no puede obtenerse con la acumulación de riquezas solamente, por grandes que éstas sean. Pero los tiempos están cambiando y hay muchas indicaciones de que esta civilización ha empezado a pasar de la era del puro materialismo al deseo de las realidades y verdades del universo. El interés general y en rápido aumento que hoy se demuestra por el conocimiento de las verdades suprafísicas, el creciente número de quienes desean información sobre la existencia antes y después de esta vida, el hallazgo de métodos para vencer la enfermedad con medios espirituales y de fe, la afición por las antiguas enseñanzas y sabiduría de Oriente…, todo ello son síntomas de que la gente de hoy ha empezado a vislumbrar la realidad de las cosas.Así, cuando se llega al problema de la curación, se comprende que también éste tenga que ponerse a la altura de los tiempos y cambiar sus métodos, apartándose del materialismo grosero y tendiendo hacia una ciencia basada sobre las realidades de la Verdad, y regida por las mismas leyes divinas que rigen nuestras naturalezas. La curación pasará del ámbito de los métodos físicos de tratamiento del cuerpo físico a la curación mental y espiritual, que, al restablecer la armonía entre la mente y el alma, erradique la auténtica causa de la enfermedad y permita después la utilización de los medios físicos para completar la curación del cuerpo.

Parece totalmente posible que el arte de la curación pase de manos de los médicos -a no ser que éstos se den cuenta de estos hechos y avancen con el crecimiento espiritual del pueblo -, a manos de las órdenes religiosas o de los sanadores natos que existen en toda generación, pero que hasta ahora han vivido más o menos ignorados, impidiéndoseles seguir la llamada de su naturaleza ante la actitud de los ortodoxos. Así pues, el médico del futuro tendrá dos finalidades principales que perseguir. La primera será ayudar al paciente a alcanzar un conocimiento de sí mismo y a destacar en sí los errores fundamentales que esté cometiendo, las deficiencias de su carácter que tenga que corregir y los defectos de su naturaleza que tenga que erradicar y sustituir por las virtudes correspondientes. Semejante médico tendrá que haber estudiado profundamente las leyes que rigen a la humanidad y a la propia naturaleza humana, con vistas a poder reconocer en todos los que a él acuden los elementos que causan el conflicto entre el alma y la personalidad. Tiene que poder aconsejar al paciente cómo restablecer la armonía requerida, qué acciones contra la Unidad tiene que suspender, qué virtudes tiene que desarrollar necesariamente para borrar sus defectos. Cada caso requerirá un cuidadoso estudio, y sólo quienes hayan dedicado gran parte de su vida al conocimiento de la humanidad, y en cuyos corazones arda el deseo de ayudar, podrán emprender con éxito esta gloriosa y divina labor en pro de la humanidad, abrir los ojos al que padece e iluminarle sobre la razón de su existencia, inspirarle esperanza, consuelo y fe que le permitan dominar su enfermedad.

El segundo deber del médico será administrar los remedios que auxilien al cuerpo físico a recobrar fuerza y ayuden a la mente a serenarse, a ensanchar su campo y a buscar la perfección, trayendo paz y armonía a toda la personalidad. Semejantes remedios se encuentran en la naturaleza, colocados allí por gracia del Divino Creador para cura y consuelo de la humanidad. Se conocen unos cuantos y otros muchos se buscan actualmente por parte de los médicos en diferentes partes del globo, especialmente en nuestra Madre la India, y no cabe duda que cuando estas investigaciones se desarrollen más, recuperaremos gran parte de los conocimientos que se tenían hace dos mil años, y el sanador del futuro tendrá a su disposición los maravilloso remedios naturales que se nos dieron para que el hombre aliviara su enfermedad.

Así pues, la abolición de la enfermedad dependerá de que la humanidad descubra la verdad de las leyes inalterables de nuestro Universo y de que se adapte con humildad y obediencia a esas leyes, trayendo la paz entre su alma y su ser, y recobrando la verdadera alegría y felicidad de la vida. Y la parte correspondiente al médico consistirá en ayudar a los que sufren a conocer esa verdad, en indicarle los medios mediante los que podrá conseguir la armonía, inspirarle con la fe en su divinidad que todo lo vence, y administrar remedios físicos tales que le ayuden a armonizar su personalidad y a curar su cuerpo.

CAPÍTULO VII

Y ahora llegamos al problema crucial: ¿Cómo podemos ayudamos a nosotros mismos? Cómo mantener a nuestra mente y a nuestro cuerpo en ese estado de armonía que dificulte o imposibilite el ataque de la enfermedad, pues es seguro que la personalidad sin conflicto es inmune a la enfermedad.

En primer lugar, consideremos la mente. Ya hemos discutido extensamente la necesidad de buscar en nosotros mismos los defectos que poseemos y que nos hacen actuar contra la Unidad y sin armonía con los dictados del alma, y de eliminar ,esos defectos desarrollando las virtudes contrarias. Esto puede hacerse siguiendo las directrices antes indicadas, y un auto examen de buena fe nos descubrirá la naturaleza de nuestros errores. Nuestros consejeros espirituales, médicos de verdad e íntimos amigos podrán ayudamos a conseguir un buen retrato de nosotros mismos, pero el método perfecto de aprender es el pensamiento sereno y la meditación, y el llegar a un ambiente de paz y sosiego en el que las almas puedan hablamos a través de la conciencia e intuición, y guiamos según sus deseos. Sólo con que podamos apartamos un rato todos los días, perfectamente solos y en un lugar tranquilo, sin que nadie nos interrumpa, y sentamos o tumbamos tranquilamente, con la mente en blanco o bien pensando sosegadamente en nuestra labor en la vida, veremos después de un tiempo que esos momentos nos ayudan mucho y que en ellos tenemos como destellos de conocimiento y de consejo. Vemos que se responde infaliblemente a los difíciles problemas de la vida, y somos capaces de elegir confiadamente el camino recto. En esos momentos tenemos que alimentar en nuestro corazón un sincero deseo de servir a la humanidad y de trabajar siguiendo los dictados de nuestra alma.

Recordemos que cuando se descubre el defecto, el remedio no consiste en luchar denodadamente contra él con grandes dosis de voluntad y energía para suprimido, sino en desarrollar firmemente la virtud contraria, y así, automáticamente, desaparecerá de nuestra naturaleza todo rastro de mal. Éste es el verdadero método natural de progresar y de dominar al mal, mucho más fácil y efectivo que la lucha contra un defecto en particular. Al combatir un defecto, se aumenta el poder de éste al mantener la atención centrada en su presencia, y se desencadena una verdadera batalla; el mayor éxito que cabe esperar en este caso es vencerlo, lo cual deja mucho que desear, ya que el enemigo permanece dentro de nosotros mismos y en un momento de debilidad puede resurgir con renovados bríos. Olvidar el defecto y tratar conscientemente de desarrollar la virtud que aniquile al anterior, ésa es la verdadera victoria.

Por ejemplo, si existe crueldad en nuestra naturaleza, podemos repetirnos continuamente: «No voy a ser cruel», y así evitar errar en esa dirección; pero el éxito en este caso depende de la fortaleza de la mente, y, si se debilita por un momento, podemos olvidar nuestra resolución. Pero si, por otra parte, desarrollamos la compasión y el cariño por nuestros semejantes, esta cualidad hará que la crueldad sea imposible de una vez por todas, pues evitaremos con horror cualquier acto cruel gracias a la compasión. En este caso no hay supresión, no hay enemigo oculto que aparezca en cuanto bajamos la guardia, pues nuestra compasión habrá erradicado por completo de nuestra naturaleza la posibilidad de cualquier acto que pudiera dañar a los demás.
Como hemos visto anteriormente, la naturaleza de nuestras enfermedades físicas nos ayudará materialmente al señalar qué disonancia mental es la causa básica de su origen; y otro gran factor de éxito es que consideremos la vida y la existencia no meramente como un deber que hay que cumplir con la mayor paciencia posible, sino que desarrollemos un verdadero gozo por la aventura de nuestro paso por este mundo.

Quizá una de las mayores tragedias del materialismo es el desarrollo del aburrimiento y la pérdida de la auténtica felicidad interna; enseña a la gente a buscar el contento y la compensación a los padecimientos en las alegrías y placeres terrenos, y éstos sólo pueden proporcionar un olvido temporal de nuestras dificultades. Una vez empezamos a buscar compensación a nuestras duras pruebas con las bromas de un bufón a sueldo, comenzamos un círculo vicioso. La diversión, los entretenimientos y las frivolidades son buenos para todos nosotros, pero no cuando dependemos de ellos persistentemente para olvidar nuestros reveses. Las diversiones mundanas de cualquier clase tienen que ir aumentando de intensidad para ser eficaces, y lo que ayer nos distraía mañana nos aburrirá. Así seguimos buscando otras y mayores diversiones hasta que nos saciamos y ya no obtenemos alivio por esa parte. De una forma o de otra, la dependencia de las diversiones mundanas nos convierte a todos en Faustos, y aunque no seamos plenamente conscientes de ello, la vida se convierte en poco más que un deber paciente, y su auténtica sal y alegría, que debiera ser la herencia de todo niño y mantenerse a lo largo de la vida hasta la hora postrera, se nos escapa. Hoy día se alcanza el estado extremo en los esfuerzos científicos por rejuvenecer, por prolongar la vida natural y aumentar los placeres sensuales con prácticas demoníacas.

El aburrimiento es el responsable de que admitamos en nuestro ser una incidencia de la enfermedad mucho mayor de la normal, de forma que las enfermedades asociadas con él tienden a aparecer a edad cada vez más temprana. Esta circunstancia no se dará si conocemos la verdad de nuestra Divinidad, nuestra misión en el mundo, y, por tanto, si contamos con la alegría de obtener experiencia y de ayudar a los demás. El antídoto del aburrimiento es interesarse activa y vivamente por todo cuanto nos rodea, estudiar la vida durante todo el día, aprender y aprender y aprender de nuestros semejantes, y de los avatares de la vida, y ver la Verdad que se oculta tras todas las cosas, perdernos en el arte de adquirir conocimientos y experiencia, y aprovechar las oportunidades de utilizar esta experiencia en favor de un compañero de fatigas. Así, cada momento de nuestro trabajo y de nuestro ocio nos aportará un conocimiento, un deseo de experimentar con cosas reales, con aventuras reales y hechos que valgan la pena, y conforme desarrollemos esa facultad, veremos que recuperamos el poder de sacar contento de los menores incidentes, y circunstancias que hasta entonces nos parecían mediocres y de gran monotonía, serán motivo de investigación y de aventura. Son las cosas más sencillas de la vida -las cosas sencillas porque están más cerca de la gran Verdad- las que nos proporcionarán un placer más real.

La renuncia, la resignación, que nos convierte en un mero pasajero pasivo del viaje por la vida, abre la puerta a influencias adversas que nunca habrían tenido oportunidad de deslizarse si la existencia cotidiana se viviera con alegría y espíritu de aventura. Cualquiera que sea la situación de cada uno, trabajador en una ciudad superpoblada o pastor solitario en las montañas, tratemos de convertir la monotonía en interés, el deber aburrido en una alegre oportunidad para experimentar, y la vida cotidiana en un intenso estudio de la humanidad y de las leyes fundamentales del Universo. En todo lugar hay amplias oportunidades de observar las leyes de la Creación, tanto en las montañas como en los valles, o entre nuestros hermanos los hombres. Lo primero, convirtamos la vida en una aventura apasionante, en la que no quepa el aburrimiento, y con el conocimiento así logrado veamos cómo armonizar nuestra mente con nuestra alma y con la gran Unidad de la Creación de Dios.

Otra ayuda fundamental puede ser para nosotros desechar el miedo. El miedo, en realidad, no cabe en el reino humano, puesto que la Divinidad que hay dentro de nosotros, que es nosotros, es inconquistable e inmortal, y si sólo nos diéramos cuenta de ello, nosotros, como Hijos de Dios, no tendríamos nada que temer. En la era materialista, el miedo aumenta naturalmente con las posesiones terrenas (ya sea del propio cuerpo o riquezas externas), puesto que si tales cosas son nuestro mundo, al ser tan pasajeras, tan difíciles de lograr y tan imposibles de conservar, excepto lo que dura un suspiro, provocan en nosotros la más absoluta ansiedad, no sea que perdamos la oportunidad de conseguidas, y necesariamente hemos de vivir en un estado constante de miedo, consciente o subconsciente, puesto que en nuestro fuero interno sabemos que en cualquier momento nos pueden arrebatar esas posesiones y que lo más que podemos conservadas es una breve vida.

En esta era, el miedo a la enfermedad ha aumentado hasta convertirse en un gran poder de dañar, puesto que abre las puertas a las cosas que tememos, y así éstas llegan más fácilmente. Ese miedo es en realidad un interés egoísta, pues cuando realmente estamos absortos en el bienestar de los demás no tenemos tiempo de sentir aprensión ante nuestras enfermedades personales. El miedo está actualmente desempeñando una importante labor de intensificación de la enfermedad, y la ciencia moderna ha extendido el reinado del terror al dar a conocer al público sus descubrimientos, que no son más que verdades a medias. El conocimiento de las bacterias y de los distintos gérmenes asociados con la enfermedad ha causado estragos en las mentes de miles de personas, y, debido al pánico que les ha provocado, les ha hecho más susceptibles de ataque. Mientras las formas de vida inferiores, como las bacterias, pueden desempeñar un papel, o estar asociadas a la enfermedad física, no constituyen en absoluto todo el problema, como se puede demostrar científicamente o con ejemplos de la vida cotidiana. Hay un factor que la ciencia es incapaz de explicar en el terreno físico, y es por qué algunas personas se ven afectadas por la enfermedad mientras otras no, aunque ambas estén expuestas a la misma posibilidad de infección. El materialismo se olvida de que hay un factor por encima del plano físico que, en el transcurso de la vida, protege o expone a cualquier individuo ante la enfermedad, de cualquier naturaleza que sea. El miedo, con su efecto deprimente sobre nuestra mentalidad, que causa inarmonía en nuestros cuerpos físicos y magnéticos, prepara el camino a la invasión, y si las bacterias y las causas físicas fueran las que única e indudablemente provocaran la enfermedad, entonces, desde luego, el miedo estaría justificado. Pero cuando nos damos cuenta de que en las peores epidemias sólo se ven atacados algunos de los que están expuestos a la infección, y de que, como hemos visto, la causa real de la enfermedad se encuentra en nuestra personalidad y cae dentro de nuestro control, entonces tenemos razones para desechar el miedo, sabiendo que el remedio está en nosotros mismos. Podemos decir que el miedo a los agentes físicos como únicos causantes de la enfermedad debe desaparecer de nuestras mentes, ya que esa ansiedad nos vuelve vulnerables, y si tratamos de llevar la armonía a nuestra personalidad, no tenemos que anticipar la enfermedad lo mismo que no debemos temer que nos caiga un rayo o que nos aplaste un fragmento de meteoro.

Ahora consideremos el cuerpo físico. No debemos olvidar en ningún momento que es la morada terrena del alma, en la que habitamos una breve temporada para poder entrar en contacto con el mundo y así adquirir experiencia y conocimiento. Sin llegar a identificarnos demasiado con nuestros cuerpos, debemos tratarlos con respeto y cuidado para que se mantengan sanos y duren más tiempo, a fin de que podamos realizar nuestro trabajo. En ningún momento debemos sentir excesiva preocupación o ansiedad por ellos, sino que tenemos que aprender a tener la menor conciencia posible de su existencia, utilizándolos como un vehículo de nuestra alma y mente y como esclavos de nuestra voluntad. La limpieza interna y externa es de gran importancia. Para la limpieza externa, nosotros los occidentales utilizamos agua excesivamente caliente; ésta abre los poros y permite la admisión de suciedad. Además, la excesiva utilización del jabón vuelve pegajosa la superficie. El agua fresca o tibia, en forma de ducha o de baño renovado, es el método más natural y mantiene el cuerpo más sano; sólo la cantidad de jabón necesaria para quitar la suciedad evidente, y luego enjuagado con agua fresca.

La limpieza interna depende de la dieta, y deberíamos elegir cosas limpias y completas y lo más frescas posible, principalmente frutas naturales, verduras y frutos secos. Desde luego habría que evitar la carne animal; primero porque provoca en el cuerpo veneno físico; segundo porque estimula un apetito excesivo y anormal, y tercero, porque implica crueldad con el mundo animal. Debe tomarse mucho líquido para limpiar el cuerpo, como agua y vinos naturales y productos derivados directamente del almacén de la Naturaleza, evitando las bebidas destiladas, más artificiales.

El sueño no debe ser excesivo, ya que muchos de nosotros tenemos más control sobre el cuerpo cuando estamos despiertos que cuando dormimos. El antiguo dicho inglés «cuando llega la hora de darse la vuelta, llega la hora de levantarse» es una excelente indicación de cuándo levantarse.

Las ropas deben ser ligeras de peso, tan ligeras como lo permite el calor que den; deben permitir que el aire traspase hasta el cuerpo, y, siempre que sea posible, hay que exponer el cuerpo, a la luz del sol y al aire fresco. Los baños de agua y de sol son grandes fuentes de salud y vitalidad.

En todo hay que estimular la alegría, y no debemos permitir que nos opriman la duda y la depresión, sino que debemos recordar que eso no es propio de nosotros, pues nuestras almas sólo conocen la dicha y la felicidad.

CAPÍTULO VIII

Así pues, vemos que nuestra victoria sobre la enfermedad dependerá principalmente de lo siguiente: primero, hay que tener conciencia de la Divinidad que hay dentro de nosotros y de nuestro consiguiente poder de superar las adversidades; segundo, hay que saber que la causa básica de la enfermedad obedece a la falta de armonía entre la personalidad y el alma; tercero, hay que tener la voluntad y la capacidad de descubrir el defecto que causa semejante conflicto; y en cuarto lugar, hay que suprimir ese defecto desarrollando la virtud contraria.

El deber del arte de la curación consistirá en ayudamos a alcanzar el necesario conocimiento y en proporcionarnos los medios para superar nuestras enfermedades, y además, en administramos los remedios que fortalezcan nuestros cuerpos físicos y mentales y nos den mayores probabilidades de victoria. Entonces sí estaremos en disposición de atacar la enfermedad en su base con esperanza de éxito. La escuela médica del futuro no se interesará particularmente por los resultados finales y productos de la enfermedad, ni les dará tanta importancia a las actuales lecciones físicas, ni administrará drogas y productos químicos para paliar los síntomas, sino que, conocedora de la verdadera causa de la enfermedad y consciente de que los resultados físicos obvios son meramente secundarios, concentrará sus esfuerzos en aportar esa armonía entre cuerpo, mente y alma que conlleva el alivio y curación de la enfermedad. Y en los casos en que se emprenda lo bastante pronto la corrección de la mente, se evitará la enfermedad inminente.

Entre los tipos de remedios que se utilizarán, estarán los que se obtienen de las plantas y las hierbas más bonitas que se encuentran en la botica de la Naturaleza, plantas enriquecidas divinamente con poderes curativos para el cuerpo y la mente del hombre.

Por nuestra parte, debemos practicar la paz, la armonía, la individualidad y la firmeza de propósito y desarrollar progresiva mente el conocimiento de que en esencia somos de origen divino, hijos del Creador, y por tanto tenemos dentro de nosotros, esperando a que los desarrollemos, como haremos con toda seguridad en tiempos venideros, el poder de alcanzar la perfección. y esta realidad crecerá en nosotros hasta que se convierta en el rasgo más destacado de nuestra existencia. Debemos practicar firmemente la paz, imaginando que nuestras mentes son como lagos que siempre hay que mantener mansos, sin olas, sin siquiera arrugas que perturben su tranquilidad, y gradualmente desarrollar ese estado de paz hasta que ningún avatar de la vida, ninguna circunstancia, ninguna otra personalidad pueda, bajo ningún pretexto., estremecer la superficie del lago o fomentar en nosotros sentimientos de irritabilidad, depresión o duda. Nos ayudará materialmente el aislamos unos momentos todos los días para pensar tranquilamente en la belleza de la paz y en los beneficios de la calma, y damos cuenta de que no será con prisas ni preocupaciones como más realizaremos, sino con calma, tranquilidad y sosiego en la acción: así seremos más eficientes en todo cuanto emprendamos. Armonizar nuestra conducta en esta vida de acuerdo con los deseos de nuestra propia alma; y permanecer en un estado de paz tal que las tribulaciones y preocupaciones del mundo nos dejen impasibles es algo muy importante, y lograrlo nos da esa paz que trasciende la comprensión; y aunque al principio nos parezca ser un sueño fuera de nuestro alcance, con paciencia y perseverancia estará al alcance de todos nosotros.

No se nos pide en absoluto que seamos santos o mártires o personas de renombre; a casi todos nosotros se nos reservan trabajos menos vistosos; pero se espera de todos nosotros que entendamos las alegrías y las aventuras de la vida y que cumplamos con agrado la parcela de trabajo particular que la Divinidad nos ha reservado.

Para todos los enfermos, la paz de espíritu y la armonía con el alma son las mayores ayudas para la curación. La medicina y enfermería del futuro prestarán mucha mayor atención al desarrollo de esto en el paciente de lo que se hace hoy, cuando, incapaces de juzgar los progresos de un caso salvo por medios científicos materialistas, pensamos más en tomar la temperatura con frecuencia y en prestar otras atenciones que interrumpen, más que promueven, el descanso tranquilo y la relajación del cuerpo y de la mente que tan esenciales son para la curación. No cabe duda de que al parecer los menores síntomas del mal, en cualquier caso, si logramos estar unas horas completamente relajados y en armonía con nuestro Ser Superior, se abortará la enfermedad. En estos momentos, lo que necesitamos es una fracción de esa calma simbolizada con la entrada de Cristo en la barca durante la tormenta en el lago de Galilea, cuando ordenó: «Paz, cálmate”.

Nuestra visión de la vida depende de lo cerca que se encuentre la personalidad del alma. Cuanto más íntima sea la unión, mayor será la armonía y la paz, y más claramente brillará la luz de la Verdad y la radiante felicidad que pertenece a los más elevados ámbitos; éstas nos mantendrán firmes y sin desmayar ante las dificultades y terrores del mundo, pues tienen su base en la Verdad Eterna de Dios. El conocimiento de la Verdad también nos da la certeza de que, por trágicos que parezcan los acontecimientos del mundo, forman una mera etapa temporal en la evolución del hombre; y que incluso la enfermedad es en sí beneficiosa y obra bajo el imperio de ciertas leyes destinadas a producir un bien final con la presión que ejercen sobre nosotros impulsándonos hacia la perfección. Aquellos que saben esto no pueden verse afectados, ni deprimidos, ni desconsolados por esos acontecimientos que tanto pesan sobre los demás, y toda incertidumbre, miedo y desesperanza desaparecen para siempre. Con sólo que podamos estar en comunión constante con nuestra Alma, nuestro Padre celestial, el mundo será un lugar de alegría y nadie podrá ejercer sobre nosotros una influencia adversa.

No se nos permite ver la magnitud de nuestra Divinidad, ni damos cuenta del alcance de nuestro destino, ni del glorioso futuro que se abre ante nosotros; pues si así fuera, la vida no sería una prueba y no comportaría esfuerzo, ni mérito. Nuestra virtud consiste en que nos olvidemos en gran medida de todas esas cosas hermosas y, sin embargo, tengamos fe y ánimo para vivir bien y enfrentamos con las dificultades terrenas. Sin embargo, por comunión con nuestro Ser Superior, podemos mantener esa armonía que nos permite superar toda la oposición del mundo y caminar por el recto camino de nuestro Destino, sin que nos desvíen de él malas influencias.

Luego debemos desarrollar la individualidad y liberamos de todas las influencias del mundo, para que, obedeciendo únicamente los dictados de nuestra alma, y sin dejamos conmover por las circunstancias o por otras personas, nos convirtamos en nuestros propios amos, gobernando el timón de nuestro barco por los encrespados mares de la vida sin abandonar la barra de la rectitud y sin dejar el timón del barco en manos ajenas. Tenemos que conquistar nuestra libertad absoluta y completamente, de forma que cuanto hagamos, todas y cada una de nuestras acciones -incluso todos y cada uno de nuestros pensamientos-, tenga su origen en nosotros mismos, permitiéndonos de ese modo vivir y damos libremente por decisión nuestra, y sólo nuestra.

Nuestra mayor dificultad en este sentido estriba seguramente en nuestros allegados en esa edad en la que el miedo a la convención y a los falsos modelos de vida y de deber se nos presentan de modo tan atractivo. Pero debemos enaltecer nuestro ánimo, que a muchos puede bastamos para enfrentamos con las cosas aparentemente más importantes de la vida, pero que a menudo cede ante las pruebas más pequeñas. Tenemos que poder determinar impersonalmente lo bueno y lo malo y actuar sin miedo en presencia de un familiar o de un amigo. ¡Cuántos de nosotros son héroes en el mundo externo y cobardes en casa! Por sutiles que sean los medios que tratan de apartamos de cumplir nuestro destino, el pretexto del amor y del afecto, o un equivocado sentido del deber, métodos que nos esclavizan y nos mantienen prisioneros de los deseos y exigencias de los demás, debemos rechazados suavemente. La voz de nuestra alma, y sólo esa voz, habrá de indicamos cuál es nuestro deber, sin que nos absorban los demás. Hay que desarrollar al máximo la individualidad, y tenemos que aprender a andar por la vida sin fiamos más que de nuestra alma como consejera y auxiliadora, aprender a coger nuestra libertad con las dos manos y sumergimos en el mundo para adquirir todas las partículas posibles de conocimiento y de experiencia.

Al mismo tiempo tenemos que estar en guardia para permitir que cada uno ejerza su libertad, sin esperar nada de los demás, sino, al contrario, estando siempre dispuestos a tender una mano para ayudarles en los momentos de necesidad y de dificultad. Así, toda personalidad con que nos encontremos en esta vida, ya sea madre, marido, hijo, desconocido o amigo, se convierte en compañero de viaje, y cualquiera de ellos puede ser más grande o más pequeño que nosotros en cuanto a desarrollo espiritual; pero todos somos miembros de una gran comunidad embarcados en el mismo viaje y con la misma meta gloriosa al final.

Debemos ser firmes en la determinación de vencer, resueltos en nuestra voluntad para alcanzar la cima de la montaña; no nos detengamos a mirar con pesar las caídas del caminar. Ninguna gran ascensión se ha hecho nunca sin tropiezos ni caídas, y hay que considerados como experiencias que nos ayudarán a tropezar menos en el futuro. Ningún pensamiento sobre errores pasados debe deprimimos; ya han pasado y terminaron, y el conocimiento así adquirido nos ayudará a evitar repetidos. Debemos apresurar firmemente el paso avanzado, sin pensar y sin volver la vista atrás, pues el pasado de incluso hace una hora ya está atrás, y el glorioso futuro con su resplandeciente luz siempre está delante de nosotros. Hay que desechar cualquier miedo; no debería existir nunca en la mente humana, y sólo es posible cuando perdemos de vista a la Divinidad. Es algo extraño a nosotros porque, como Hijos del Creador, Chispas de la Vida Divina, somos invencibles, indestructibles, inconquistables. La enfermedad es aparentemente cruel porque es el castigo de los malos pensamientos y de las malas acciones que fueron crueldad para otros. De ahí la necesidad de desarrollar el amor y la hermandad en nuestras naturalezas hasta el máximo, ya que así la crueldad será imposible en el futuro.

El desarrollo del Amor nos lleva a damos cuenta de la Unidad, de la verdad de que todos y cada uno de nosotros pertenecemos a Una Gran Creación.

La causa de todas nuestras tribulaciones es el egoísmo y el aislamiento, y éstos desaparecen en cuanto pasan a formar parte de nuestras naturalezas el Amor y el conocimiento de la gran Unidad. El Universo es la materialización de Dios; en su nacimiento, es el renacer de Dios; en su final, es Dios en su manifestación más elevada. Así ocurre con el hombre; su cuerpo es él externalizado, es una manifestación objetiva de su naturaleza interna; es la expresión de sí mismo, la materialización de las cualidades de su conciencia.

En nuestra civilización occidental tenemos el ejemplo glorioso, el gran modelo de perfección y las enseñanzas de Cristo para guiamos. Actúa para nosotros como mediador entre nuestra personalidad y nuestra alma. Su misión en la Tierra consiste en enseñamos a obtener armonía y comunión con nuestro Ser Superior, con Nuestro Padre que está en los cielos, y, por tanto, a obtener la perfección de acuerdo con la Voluntad del Gran Creador de todas las cosas.

Eso mismo enseñó el Señor Buda y otros grandes maestros que de vez en cuando bajaron a la Tierra a indicar a los hombres el camino de la perfección. No hay atajo para la humanidad. Hay que conocer la verdad, y el hombre debe unirse con el esquema de Amor infinito de su Creador.

Y así llegaremos, hermanos, al glorioso resplandor del conocimiento de nuestra Divinidad. Empecemos a trabajar firme y verazmente para cumplir el Gran Designio de ser felices y comunicar la felicidad, uniéndonos a esa gran Hermandad cuya existencia y razón de ser consiste en obedecer la voluntad de su Dios, y cuya mayor dicha se encuentra en el servicio de sus hermanos menores.

Fuente: Bach, Edward. La Curación por las Flores (Cúrese Ud. Mismo; Los Doce Remedios; Catálogo de Remedios de Wheeler) Edaf. Madrid, 1991.